domingo, 27 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XX "En privado".

La doctora salió dando un portazo del habitáculo de los prisioneros, el estado de enfurecimiento invadía su rostro, la expresión de cuando se recibe una negativa a algo teñía sus ojos de cólera.
Se acercó al detective, con la rabia escondiendo sus bonitos labios, y le comunicó.
-Cuando las chicas se despierten, me hace entrar a una de ellas en la sala de interrogatorios, estaré allí.
Y sin tiempo para pedir explicaciones, se marchó de la sala. Las miradas se cruzaron enigmáticas entre los presentes, se interrogaron las unas a las otras y no encontraron respuestas satisfactorias.
El detective se incorporó sobre su silla y entró en la sala de interrogatorios, observó a la mujer que fumando miraba con la vista perdida a lo más lejano del horizonte, interrogando a su autoestima por las razones de aquellas palabras oscuras que había recibido.
-¿Qué le han dicho esos chicos?.
-Evasivas.-Sin moverse del sitio.
-Pero,¿tan negativos son?.-Insistió Marcus.
-O más.
Asombrado por la actitud tomada por la doctora, Marcus decidió dejarla a solas con sus pensamientos, con sus razonamientos. Estudiando la estrategia a seguir con los chavales.
Cuando Marcus entró en las celdas, los cuatro muchachos ya estaban despiertos y mascullaban algo entre ellos, el asombró fue general cuando detectaron la presencia del policía, aún así ninguno se movió del sitio.
-No se lo que le habéis dicho o hecho a la doctora, pero la habéis cabreado mucho. Ya que estáis despiertos Ana será la primera que pase a hablar con la doctora. Sal.
Abrió la puerta de la celda y, entre suspiros y miradas cómplices a su novio, salió de la celda.
-Sígueme.
La llevó en la dirección contraria a la sala principal, atravesaron toda la dependencia de las celdas y entraron por una puerta cerrada con llave, en la cual se podía leer: "Interrogatorios".
La mujer se situaba, todavía, en la ventana. Marcus miró a la chica y le indicó que se sentara donde, con anterioridad, lo había echo su tío. Marcus se quedó a sus espaldas, expectante.
-Nombre, dirección y edad.-Preguntó secamente, mientras se sentaba en la mesa, la doctora.
-Ana María Cecil, tengo diecinueve años y vivo en la calle de la sal.
-Comienza relatarme todo lo que sepas de este asunto.
-¿Sobre que asunto?.
-Te lo preguntaré de otro modo,-Había suavizado el tono.-,resúmeme todo lo que has hecho durante el último verano.
-Pues no hay mucho que resumir. Conocí al chico de mi vida, me enamoré de él y hemos pasado todo el tiempo posible juntos.
-De acuerdo, ¿cómo conociste a tu novio?.
-Yo ya conocía a su hermana, pero supe que él me quería por un sueño en los comienzos del verano.
-¿un sueño?.
-Si, una persona anciana entraba en mi habitación y se presentaba como el abuelo de mi novio. Me decía que él me había querido siempre, que había sufrido con mi ruptura con mi anterior novio y que envidiaba a los chicos con los que había estado. Yo me imaginaba algo desde el verano anterior, y me picó la curiosidad. Llamé a su hermana a Lisboa y no me confirmó nada, pero tampoco me lo negó. Cuando le ví aparecer en la playa después de, casi, tener un accidente, me dio un vuelco el corazón y algo me dijo que estaríamos juntos siempre.



-Enternecedor, ¿te volvió a visitar el viejo en tus sueños?.
-No.
-Cuéntame la excursión a la cueva.
-No hay mucho que explicar, subimos toda la panda a la caverna. Según los chicos, cuando se llega a la mayoría de edad, hay que hacerla una visita y encontrar al gran toro. En la entrada de la caverna Esther resbaló y se rompió los pantalones, una escena muy graciosa por que le tuvimos que atar un pañuelo enorme a la cintura para que no se le viera el culo. Entramos por grupos de cuatro personas. Recuerdo que nosotros bajamos por la gruta más escarpada y húmeda de todas. Cuando llegamos al riachuelo, mi novio y yo nos detuvimos a..., bueno, a besarnos, y cuando volvimos a este mundo, Alberto y Mabel habían subido por una pared que llevaba una especie de balcón. Subimos, y al llegar arriba, decidimos descansar. Estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos, y cuando despertamos nos encontramos envueltos en una nube de polvo y decidimos marcharnos. Al salir de la cueva nos esperaban los demás, todo el mundo se encontraba raro, más bien diría cansados, aún así se fueron muy deprisa. Nosotros decidimos bajar andando.
-De acuerdo, por lo que intentas decirme, no os ocurrió nada extraño en la cueva.
-No que yo recuerde.
-Bien, puedes marcharte. Pero a lo mejor te vuelvo a llamar. Detective.
Marcus acompañó a la chica a la celda, y sacó de la misma a Mabel, la cual se encontraba muy nerviosa. Miró con melancolía a Albero, y este le tiró un beso.
Recorrieron el mismo camino que antes había llevado Ana, y la doctora seguía sentada en la misma posición en la que se había quedado, anotando en sus hojas y escuchando los susurros del viento en la calle.
Mabel se sentó en la misma silla que Ana, todavía estaba caliente. Le pidió un cigarro al detective y este se lo dio. La doctora la miró y dijo:
-¿Saben tus padres que fumas?.
-Creo que se lo imaginan.
-Nombre, edad y dirección.
-María Isabel Gomes Madeira, tengo dieciocho años y resido en el número doce de la carretera de Porto Bahía a Sándalo.
-Cuéntame lo que has hecho este verano.
-Bueno, si le digo la verdad, ha sido uno de mis mejores veranos. Formalicé mi relación con Alberto, mi chico, hemos hecho varias excursiones en pandilla y hemos celebrado muchas fiestas en la playa.
-Una de esas excursiones fue a la caverna del cuerno. ¿Verdad?.
-Si.
-Descríbemela.
-No fue nada del otro mundo, subimos todo el grupo y por pesadez de los chicos, decían que tenían que cumplir con la tradición. A mitad de camino paramos en la fuente de las siete bocas y descansamos. Cuando reemprendimos la marcha, mi hermano y Ana se detuvieron en la parte baja de la colina, "a mear" dijeron. Tardaron quince minutos en subir hasta la cueva, los demás los esperábamos nerviosos para entrar, y fue entonces cuando Esther se cayó y se rompió los pantalones. Cuando llegaron los dos decidimos, más bien decidieron, entrar por grupos y separados. Nosotros lo hicimos por la parte más dura de la gruta, casi me caigo dos veces, y cuando llegamos al riachuelo, mi hermano y Ana se volvieron a detener. Alberto y yo seguimos ascendiendo por una de las paredes, al llegar arriba les llamamos y, una vez estuvimos juntos decidimos descansar. Estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos, y al despertar nos vimos en vuelto en una lluvia de agua fina y de aires fríos procedentes del fondo de la cueva, acordamos salir de allí. Al llegar a la salida los demás estaban esperándonos y alguien preguntó que si había estado bien, y la respuesta de mi hermano fue seca:" nos marchamos ya."
-Has dicho lluvia fina y viento helado,¿verdad?.-Interrogó la doctora.
-Si, eso he dicho.
-De acuerdo, vuelve a la celda. Lo mismo te llamo otra vez.

sábado, 26 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XIX "Montando el puzzle".

Cuando abrí los ojos me encontraba encerrado en una celda de la comisaría, las imágenes recorrían mi cerebro como residuos de alguna pesadilla mal vivida.
Al incorporarme en el camastro pude ver, a Mabel y Ana, abrazadas en la celda de al lado, como si fueran dos niñas pequeñas y temiendo por algo. Mientras, en mi celda, Alberto dormía en el suelo apoyado contra la pared.
No sabía cuanto tiempo llevaba durmiendo, no recordaba nada de lo que habíamos echo para estar allí, solo podía ver las imágenes de un fuego enorme, la cara de algo en estado de euforia, gente corriendo, gente llorando. Alguien que me hacía alguna pregunta y que yo no podía escuchar, una imagen borrosa de algo que me había pasado en algún sitio de la ciudad. Ana en estado de enérgica histeria, Alberto maldiciendo por algo y Mabel llorando a lágrima tendida.
Intenté ponerme de pie para estirar mis entumecidos pies, me acerqué a la pobre ventana de la pared adornada con cinco barrotes perpendiculares, admiré el ancho y limpio cielo, envidie a la gente que paseaba por la calle sin ninguna preocupación, maldije la dichosa alegría que reinaba en el país de las comodidades, ansié la libertad de mis pensamientos, proclamé la inocencia de mis sentimientos, quería explicar el por que de esa situación y mis palabras se negaban a confesar las razones. Me sentía prisionero de mis actos, de mis sucesos y no de la cárcel donde se encontraba mi cuerpo.
Me giré para visionar el lugar donde había pasado las últimas horas, o días, de mi triste y desgraciada vida.
La celda donde yo me encontraba estaba vestida de mugrosidad y olores fétidos, los camastros estaban invadidos de por una plaga de malas sensaciones nocturnas, la luz entraba a través de la ridícula ventana y solo alumbraba el defenestrado urinario apestado de toda clase de improperios dignos de una cárcel tercermundista, el espacio era escaso en el habitáculo, las palabras rebotarían en una pared y te darían de lleno en el rostro.
Fuera, en el pasillo, quedaban restos de un extintor reventado a tiros y la mancha de sangre de alguien herido.
Fuera, en la sala principal, se podía escuchar el eco de palabras de gente que debatía sobre las razones de aquella situación. Sobre las consecuencias de los hechos acaecidos en el pueblo durante la última noche, sobre el futuro de ciertas personas que no debieran estar en esa situación.
En la celda de enfrente un bulto se convulsionó sobre si mismo, se agitó despreocupadamente y miró directamente a mis ojos.
-Buenos días muchacho, ¿qué has hecho tu para merecer estar aquí?.
La pregunta despertó las dudas que atemorizaban mi cerebro, alarmó a las células dormidas de mi razonamiento, desperezó la incógnita que deseaba despejar.
-¿Y usted?.
La pregunta surgió de mis labios sin poder evitarlo, como si tuvieran vida propia, como si no las hubiese pronunciado yo. La cara de aquel hombrecillo venido a menos, ni se inmutó.
-Me emborraché hasta las cejas y me estrellé con los contenedores de basura de la playa. ¿Te parece bien?.
-No es mi vida, a quien le tiene que parecer bonito es a usted, o a su familia.
-Mi familia no sabe nada, por que no tengo. Los perdí a todos en un accidente cuando viajaban en un autobús hacia aquí. Un conductor borracho se estrelló contra el bús haciéndole caer por un terraplen, murieron todos los del autobús aplastados por el techo, y el conductor borracho salió ileso. Interesante, ¿no?.
-Yo más bien diría espeluznante, y usted quiere hacer lo mismo que aquel conductor. ¿Me equivoco?.
-Yo no quiero vivir, que es diferente.
-Pues no se lleve por delante a gente inocente en su empeño. No tendrán la culpa de sus penas.
-Tienes razón, soy un completo subnormal. ¿Cuántos años tienes chaval?.



-Mi edad no viene a cuento, pero si desea saberlo tengo dieciocho años cumplidos ayer mismamente.
-Eres muy maduro y tienes pinta de saber lo que haces. Sigue por el buen camino.
La conversación con aquel hombre me había desviado por unos momentos de mis sentimientos, me había despistado de mis penas, me había sacado de mis escondites amargos.
Eché mano a los bolsillos de mi pantalón y solo encontré el mechero y el tabaco, saqué un cigarro y lo encendí.
Sentado en la cama, admirando a mi chica y elevando las plegarias al ritmo del humo del chicote, deseé que ella siguiera enamorada de mi cuando despertara. No comprendía la razón de aquel pensamiento, pero lo anhelaba.
Ahuyentado por el humo del cigarro, la conversación con el hombre y los suspiros provinientes de lo más profundo de mis entrañas, Alberto se despertó.
-¿qué ha pasado?.
-Eso quería que me lo explicaras tú, pero ya veo que sabes tanto como yo.-Le contesté.
Y nos miramos el uno al otro sorprendidos de nuestra ignorancia, alarmados de nuestro escaso conocimiento de la situación. Permanecimos sentados en la cama mirando a la nada, esperando una contestación a nuestras preguntas, una explicación de aquello.
Mientras en el exterior, las voces se agitaban entre dudas, entre subidas de tono y aclaraciones de testimonios.
La puerta se agitó estrepitosamente y una persona apareció ante el marco de ella, se acercó hasta las rejas de la celda y nos miró con asombrada alegría.
-Hombre, ya os habéis despertado. Ahora podemos aclarar este asunto.
-Perdone,-interrumpí-, ¿de qué asunto estamos hablando?.
El asombro apareció en su rostro como si hubiera recibido una bofetada en todo el semblante. La mirada de aquel hombre se quedó vacía, vigilante, celoso de nuestras palabras.
Salió del lugar con parsimonia, con lentitud forzada por los acontecimientos, con la expresión de alguien abofeteado por la vida, con la desgana de quien se había quedado sin vacaciones por un error.
Breves instantes después entro una mujer morena, alta como no hay muchas, hermosa como pocas, con la tez cansada por las circunstancias de la vida y mirando fijamente hacia el hueco de nuestro cerebro.
-Hola, me llamo Cecilia Perón. Soy psicóloga de la jefatura provincial de policía e investigo, junto con el detective Marcus, vuestro caso.
-Vale, hasta hay de acuerdo. Ahora, ¿qué es lo que hemos hecho?.-Preguntó Alberto.
-Pues supuestamente habéis incendiado el parque de las tetas, sabéis la razón de por que ha emergido un edificio en mitad del parque, estáis involucrados en un caso de magias negras y de poderes ocultos. Suficiente.
-¿Magias negras y poderes ocultos?.- Preguntamos al unísono los dos.
La duda se dibujo en la perfecta cara de la doctora, la expresión de alguien que se ha quedado sin términos para expresar sus teorías apareció en los ojos negros de la mujer.
-¿Me estáis diciendo que no queréis contestar, o realmente no sabéis nada?.
-Señora,-Intervine-,si supiéramos algo no se lo diríamos, pero no sabemos nada.
La frase expulsada de mis labios me sorprendió más a mi, que a la atónita y estupefacta doctora. Alberto me miró con una expresión de "¿estas loco o que?", y su respiración agitada elevó mis dudas respecto mis conocimientos sobre el tema.
-De acuerdo,-acertó a decir la doctora-,si no queréis hablar ahora, lo haréis ante mi y a solas.
Y se marchó con descarada agitación en su pisoteada personalidad, el enfurecimiento afloró por los cuatro costados de su esbelto cuerpo, se había cabreado.
-¿Pero qué es lo has dicho?, idiota.-Me acusó mi amigo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XVIII "Despertares".

El verano había transcurrido como yo había planeado, a excepción de la subida a la caverna. Había conquistado a la chica de mis sueños, había realizado experiencias nuevas y había logrado ser feliz.
Ana me había contado lo de sus pesadillas nocturnas, pero también me había señalado que cuando estaba conmigo se sentía la mujer más segura del mundo, Yo sentía lo mismo, sabía que algo, o alguien, entraba en mi cerebro cuando descansaba, pero nunca me acordaba de lo que sucedía en mis pesadillas. Pero cuando estaba con Ana era el hombre más fuerte del planeta. Si la miraba a los ojos su brillo me llenaba de valor, si la agarraba de las manos detectaba el fuerte sentimiento que despendía a mi favor, si la besaba sabía, instantáneamente, que estaríamos siempre juntos. Pasara lo que pasara seríamos el uno para el otro.
El día que estuvimos en el faro se colmaron todos los deseos que tenía hacia Ana, ese día fue el principio del amor eterno que nos juramos. Allí sentados contemplando el ancho mar, cubiertos con sudor, envueltos en el aura de dos enamorados y sedientos de cuanto desean beber dos locos seducidos por el oasis del amor, nos dimos cuenta de que siempre seríamos uno.
El verano estaba llegando a su fin, apenas quedaban dos semanas para que llegara el pistoletazo de llegada a meta, las sensaciones crecían en cada mirada, en cada roce de manos, en cada sonrisa, en cada beso. Todo era demasiado perfecto, demasiado bonito, demasiado hermoso. Las cosas se habían teñido de un color rosa perfecto, los horizontes se veían de color azul y sin nubarrones, las maravillas del mundo se quedaban en simples monumentos cuando admiraba la sensual figura de Ana. Estaba tan enamorado que no lo ví venir, estaba tan cegado que no le hice caso en el primer momento.
El día comenzó en mi casa desayunando. Era un día tranquilo y soleado, no hacía viento, no corría la brisa del mar, no trabajaban ni las hormigas, no se movía ni un alma, no se bañaban ni los pájaros.
Alberto llegó para buscar a mi hermana a eso de las once y cuarto, me preguntaron si bajaría a la fiesta de despedida con Ana, y les contesté que lo más seguro era que sí.
Y entonces me vino la luz, me asaltó el pánico, el miedo recorrió mis vértebras, los sudores invadieron todos los poros de mi cuerpo, la respiración se me entrecortó y me quedé pálido.
Alberto me miró asustado y me dijo:
-No me digas que es hoy el día, por favor dime que me estas gastando una broma.
-Ojalá fuera una broma, amigo mío, ojalá.
Y los acontecimientos se precipitaron en cascada, los caudales de nerviosismo se precipitaron río abajo por el caudal de la desgracia, la escalada se había truncado por el mal soporte de un mosquetón, nos mirábamos y no nos veíamos.
Monté en la moto y salí disparado hacia la casa de Ana, le dije a Alberto que se fueran al punto de encuentro y que no hicieran nada hasta que no llegáramos nosotros. La moto rugía bajo mi entrepierna como el diablo en estado de posesión, la cabalgadura con la que descendía calle abajo estaba desbocada, la gente me miraba asustada, por que no me detenía en ningún semáforo. No veía nada más que la cara de Ana llorando y llamándome desesperadamente.
Cuando llegué a la casa tiré la moto al suelo, entré corriendo a la habitación de Ana, llevándome por delante al tío Cecil, una silla y a Lilas. Y allí estaba Ana, de rodillas, con las manos en la cara llorando. Cuando apartó las manos de la cara y me vió se lanzó a mis brazos desesperados, que la aferraron como si fuera la última vez que la fueran a tener entre ellos. De sus cansados labios salieron dos palabras.
-No puedo.
-Si puedes, además de deber. Hiciste una promesa recuérdalo. Hazlo por nosotros, por nuestro amor, por nuestro futuro, por todo. Vamos cariño, tienes que hacerlo.



-Pero le tengo miedo.
-Yo también le tengo miedo, pero es mi destino y prometiste estar conmigo. Por favor levántate, nos están esperando.
-Esta bien, lo haré por que te quiero, pero cuando todo acabe, ¿Te seguiré queriendo?.-Me preguntó entre sollozos.
-La verdad es que no lo sé, pero si algo hemos aprendido este verano es que el amor todo lo puede, vamos a vencerlo con nuestro amor. Marchémonos ahora.
Y salimos de la habitación como dos rayos, salimos de la casa como dos fugitivos en busca y captura, montamos en la moto y salimos disparados al punto de reunión.
Podía sentir las lágrimas caer por las sonrosadas mejillas de Ana, podía escuchar el sonido de sus suspiros que sonaban a plegaria, podía percibir la agonía en cada uno de sus latidos, en cada una de sus sacudidas. La visión de perdernos el uno al otro si todo salía mal, era más fuerte que nuestra necesidad de ganar lo que nos pertenecía por derecho, de nuestra razón de existir, de sentir, de amar. De vivir.
La ojeada rápida dada a nuestra vida en común durante este verano, me hizo sentir envidia de mi mismo. Añoraba los momentos a solas con Ana, evocaba las sensaciones vividas durante los innumerables besos de enamorados que nos habíamos dado, rememoraba los sudores producidos en nuestras visitas al faro, en nuestras escapadas de las fiestas, de nuestras salidas nocturnas a solas.
Aquellos momentos tan especiales quedaban lejos, en las profundidades de la memoria, en los recuerdos de ayer. Instantes de relajamiento, segundos de amor, intervalos de pasión descontrolada por el fuego del corazón, que ahora eran ridículos espejismos.
Comenzábamos a sentirnos vacíos, a tener la sensación de que todo lo que habíamos echo este verano había estado atado a un guión predestinado, percibíamos las dudas que nos asaltaban y capturábamos las pocas posibilidades que nos quedaban.
Anhelábamos las "paradas de tiempo" que se producían cuando nos mirábamos a los ojos, codiciábamos las sensaciones que nos estaban siendo robadas, ansiábamos estar bajo el faro haciendo el amor.
Cuando llegamos al parque de las tetas, Alberto y mi hermana ya estaban allí. Nerviosos, distantes, perturbados. Las miradas se cruzaron en los dos sentidos y ninguno de los cuatro dábamos crédito a lo que íbamos a hacer. Ninguno sabía por que nos habían elegido a nosotros, ninguno sabíamos que teníamos que hacer, ninguno.
La extensa espera se prolongaba a lo largo de la mañana, entre los últimos ramalazos del verano, entre las últimas gotas de calor, entre las últimas notas de pasión.
Las palabras comenzaron a ser distantes, las respuestas se convirtieron en productos de secano, las recuerdos comenzaron a borrarse, las miradas se truncaron vacías.
Pasó el medio día y los sudores no afloraban, las preguntas se deshicieron y las respuestas no existieron.
Llegó la tarde entre miradas cansadas, entre goteos de desaliento, entre pinceladas de exaltación. Los minutos pasaban por el puente de la deseperación, formando una procesión de seguidores del nerviosismo, entre fieles cofrades de lo inquieto.
Las sombras de la noche comenzaron a llegar sigilosamente, entre vaivenes de dudas, entre balanceos de personalidad. Sacudiendo la atmósfera de inquietas vibraciones de la nada, impregnando el aire con su olor a oscuro.
El momento se estaba acercando y tenían que encender un fuego. Los movimientos parecían calculados al milímetro, las pisadas se compenetraban a la perfección, la razón dejaba paso a la disciplina.

jueves, 17 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XVII "Mensajes".

El agente Ramírez paseaba, a lo largo del cuartelillo, con la mirada puesta en los adormecidos inquilinos y el oído clavado en la puerta de las celdas.
Después de la llamada del detective Marcus y de comunicar al jefe que él y la doctora estaban en la caverna, decidió echar un vistazo a los chicos.
No se oía ni el vuelo sibilante de una mosca, no se olía ni el olor a vino de los dos borrachos, no se notaban vibraciones nerviosas en ninguno de los adolescentes, ni siquiera se podía escuchar su propia respiración.
El tiempo se detuvo, los sudores más fríos le recorrieron todo el cuerpo, el cuerpo se le quedó paralizado cuando algo, o alguien, le rozó la mano. Quiso quitarse el miedo diciéndose que había sido el viento, pero eso no le tranquilizaba. Los pies se le clavaron al suelo, las palpitaciones se multiplicaron por mil cuando vió salir del cuerpo de uno de los muchachos una sombra tremendamente oscura.
Los brazos parecían pegados a las caderas, la mirada parecía soldada al rostro de la sombra, las palabras fluyeron de su negra boca sin mover un solo músculo, el sonido de sus palabras resonaba en los oídos del asustado policía como tracas de verbena.
-Lo único que debéis saber es que no debéis saber nada.
Y le intentó agarrar por los hombros, pero el pánico le sacó del trance, Corrió hacia la puerta sintiendo el aliento de la sombra en su coronilla, pudo ver su rostro oscuro a pesar de estar a su espalda, agarró el pomo y, cuando abrió la puerta, allí estaba la sombra. El gigantesco grito le sacó del trance.
Se despertó con la cabeza apoyada en los brazos, que estaban tendidos sobre la mesa, y sintiéndose observado por los asombrados ojos de la media docena de personas que había en la sala.
-Creo que he tenido una pesadilla.
Entre bostezos y sonrisas, se abrió la puerta de la comisaría y por ella apareció el jefe y el agente Mourinho.
-Buenos días señor, sin novedad.
-Buenos días agente, podía comunicarme con Marcus.
-Podríamos intentarlo, pero como hayan entrado en la cueva ya, será difícil.
Después de intentarlo cuatro veces obteniendo el mismo resultado en todas ellas, la radio emitió un repelente chillido.
-"...cus, ¿deseaba alg.."-
-Marcus, soy el jefe, tenemos un informe acerca del edificio, ven en cuanto puedas.
-"..erdo, sali...ra allá, med...ra..CLICK-Y se cortó la comunicación.
Las horas transcurrieron lentamente, avanzando hacia un nuevo día. Los rayos del sol penetraban por las ventanas de la estancia e iluminaban las caras cansadas de los presentes, incluso los segundos avanzaban un poco más deprisa ahora.
La voz de la mujer del detective rompió el silencio y sorprendió a todos con su pregunta:
-¿ Qué les pasará a los muchachos si no responden a sus preguntas?.
-De momento se quedarán bajo custodia, si declaran que son inocentes volverán a sus hogares, pero, si por el contrario, persisten en no decir nada se les puede acusar de incendio con premeditación y obstrucción a la investigación.
Todas las miradas se clavaron en el jefe de policía, todos los pensamientos navegaron en dirección a la cabeza del hombrecillo calvo que había hablado, todos desearon que no fuera verdad lo que había dicho, que estuviera tomando decisiones precipitadas.
Habían pasado dos horas y media desde la comunicación con el detective y la doctora, cuando los dos aparecieron por la puerta visiblemente cansados.






Las miradas giraron al unísono en dirección al marco de entrada, los dos personajes se quedaron quietos mientras observaban las curiosas miradas que les acechaban.
-Traen algo que sirva para la investigación.-Interrogó el jefe.
-Hemos encontrado cosas interesantes. No sabemos lo que les ha pasado allí arriba, pero hemos encontrado restos de fuego, pinturas, a las que hemos hecho fotos, escrituras extrañas, el más extraño simbolizaba dos medallones enfrentados a una criatura, mientras el acontecimiento era presidido por un a extraña dama. Sabemos que los chicos entraron por separado, por los otros caminos no ocurrió nada ya que los agentes que envié solo vieron las pisadas, pero por el camino que recorrimos nosotros ocurrió algo muy fuerte.
-Excelente, hemos traído un informe antiguo archivado hace años que le puede interesar.-Declaró el jefe.
-De acuerdo, pero antes quiero asearme.
Las sensaciones volvieron a aumentar el ritmo cardiaco, el nerviosismo volvió a florecer en todo su esplendor, los temblores volvieron a resurgir como el ave fénix.
El detective salió del baño con la cara marcada por el jabón y el agua recibidos, el escritorio estaba inundado de papeles, la mesa de estudio parecía la tabla de investigación de algún científico loco, parecía cualquier cosa menos un a mesa.
Leyó el documento.
-" En Jueves a dos de marzo de mil novecientos cincuenta y nueve.
Respecto al caso de incendio acaecido hace treinta años, en el verano de mil novecientos veintinueve, por J.C.Pinto.
Hace treinta años sucedió un acontecimiento que colapso la información del único periódico local, el incendio de una de las hectáreas del sendero del toro, y la aparición de un enigmático edificio. No se encontraron a los culpables, no se pudo saber cual había sido la causa del incendio, ni tampoco se pudo saber que, o quien, había elevado ese edificio, el cual no se había quemado en el fuego. Los feligreses de la iglesia aseguraban que había sido causa del enfurecimiento del señor, los contra evangelistas aseguraban que era obra de lucifer, pero nadie a ciencia cierta sabe que ocurrió. Cuatro días más tarde el edificio desapareció bajo la tormenta más grande del siglo, y nunca más se ha sabido de él. Los viejos del lugar aseguran que en la caverna del cuerno ocurrían acontecimientos raros, los cazadores dejaron de subir a la caverna a quemar sus polvorines por miedo a los "fantasmas", la fuente de las siete bocas se convirtió desde entonces en centro de rezos para espantar a los espíritus. Pero nadie, nunca, los vió. El señor Conçeicao aseguro a este periódico que, estando de borrachera aquella noche, pudo ver la sombra de cuatro o cinco personas deambular por la zona del incendio, no le tomaron en serio. Las personas del pueblo se han ido olvidando del asunto, pero hace treinta años que ocurrió y, hoy en día, sigue sin aclararse. En la zona quemada se levanta hoy el parque de las tetas y el solar acondicionado para el circo. ¿Podrá alguien aclarar esta leyenda de Porto Bahia?, ¿podrá alguien sacarnos de dudas acerca del edificio?. Solo sé que han pasado treinta años y no sabemos nada más que eso, el tiempo transcurrido."
-O sea, ocurrió lo mismo hace ochenta años y no lo aclararon, madre mía.
-Pero ahora, por ejemplo, el edificio ha ardido.-Subrayo la doctora.
-Efectivamente. Parece que esta vez han avanzado más.-Dijo el jefe.
-¿Qué han avanzado más?.-Preguntó el detective.
- Solo era una suposición.
La situación se complicaba por momentos, esto parecía un juego de espíritus mal avenidos a este mundo. Las piezas del puzzle estaban sobre la mesa, los jugadores descansaban en las celdas, los espectadores observaban con paciencia la conclusión de la partida, la victoria no podía ser buena para ninguno de los contrincantes, las consecuencias podían no ser reales.

miércoles, 16 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XVI "Aclaraciones".


Cuando la doctora término de hablar con todos y cada uno de los familiares de los chicos, y después de revisar minuciosamente sus notas y su radio-grabadora, llamó al detective Marcus para comentarle ciertos puntos oscuros en el asunto.
-Bueno aquí estoy, ¿deseaba verme?.
-¿Sabía usted que los chavales hicieron la típica subida a la caverna del cuerno?.
-No, pero algo me imaginé cuando los ví subir aquel día a todos en las motos hacia la colina.
-Bueno, pues aquel día tuvo que ocurrir algo dentro de la cueva, por que todos los padres coinciden en que cuando bajaron al pueblo otra vez estaban cambiados, ellos pensaron en una pelotera juvenil, pero les siguieron ocurriendo acontecimientos serios después de aquel día.
-¿Cómo cuál?.-Interrogó Marcus.
-Por ejemplo, el viejo señor Cecil dice que a su sobrina le asaltaban desgarradoras pesadillas por la noche. Y no solo eso, un día que su novio bajó a buscarla en la moto...,
-El chico de los Gomes Madeira, ¿no?.-Interrumpió Marcus.
-Efectivamente, cuando bajó a buscarla y se fueron los dos en la moto, asegura el viejo que, cuando su sobrina se giró para despedirse se les había encendido un aro sobre la cabeza a ambos chicos.
-¿Y?.
-Los padres de Alberto aseguran que, nunca habían visto, sobre el cuello de su hijo un colgante como el que llevaba cuando bajó de la cueva.
-¿Un momento?, ese colgante lo lleva también el chico de los Gomes Madeira, a no ser que sea diferente.
-Es el mismo, por que los padres de los dos hermanos aseguran, y aquí esta lo extraño, que el abuelo se lo dio al chico en su lecho de muerte, garantizan que le dio solo uno y estando los dos solos.
-¿Pero entonces el otro medallón de donde ha salido?.
-Habrá que preguntárselo cuando despierten, aunque me gustaría subir a la caverna haber el sitio donde los chicos se enmascararon.
-De acuerdo, cuando usted quiera subir me lo dice.
-Ahora mismo le viene bien.
-Vale.
Y, después de dar minuciosas órdenes al agente Ramírez, subieron los dos al coche del detective y se encaminaron hacia la colina. Al pasar por delante de la fuente de las siete bocas, se detuvieron.
-¿Porqué paramos aquí?.-Preguntó la doctora.
-Por que si los chicos seguían la tradición, parar en esta fuente cuando se pasa por delante de ella es otra tradición. Y, además los chicos se detuvieron aquí, no hay más que ver las marcas de la ruedas, las latas de cerveza y los restos de colillas.
-¿Pero puede ser de cualquier otra persona que se haya detenido aquí?.
-No, los chicos se detuvieron aquí, mire.
Anduvieron hasta la estatua del señor que había enfrente de la fuente, y observaron la pintada, sin malicia, de una de las parejas. "Maria x Pedro 2-6-99".
-¿Ve ahora como se detuvieron aquí?.
-¿Y como sabe que la pareja no subió estando solos?.-Volvió a preguntar la doctora.
-Sencillo, las pandillas juveniles solo suben a la colina cuando la pandilla esta completa, cuando quieren estar a solas con su pareja se van al faro o al acantilado o, simplemente, se quedan en la playa. Yo he nacido aquí y sé como va lo de ser joven en Porto Bahia. ¿Seguimos el viaje?.
Se montaron en el coche y siguieron el ascenso, no sin antes realizar la promesa en la fuente, cosas de la tradición le dijo el detective a la doctora.


La caverna se elevaba siniestra detrás de los últimos pinos del pequeño bosque, la entrada era tremendamente grande, luminosa, muy escarpada y de difícil acceso, las piedras de las paredes parecían intentar pinchar en el suelo, las pisadas de los dos sonaban en todas y cada una de las grietas de la cueva.
Cuando llegaron al punto más plano de la entrada se detuvieron.
-Aquí descansaron antes de entrar, pero lo que no sabíamos era que entraron por grupos y cada uno por un lado diferente.
-Estas pisadas delatan nerviosismo, ninguno podía estar parado. ¿Si entraron por separado como vamos a hacer para ver todos los caminos?.-Informó la doctora.
-No se preocupe, aquí detective Marcus llamando a central. Ramírez, ¿está hay?.
-Dígame señor, aquí estoy.
-Mándeme dos patrullas a la caverna del cuerno con un juego de walkies, por favor informe al jefe de que la doctora y yo estamos aquí.
-De acuerdo señor.
Los dos se sentaron a esperar la llegada de los refuerzos.
-O sea, los chicos subieron hasta aquí para cumplir una tradición y, por lo que sea, salieron trastornados.-Comentó Marcus.
-Efectivamente, subieron aquí a pasar un mañana de verano cumpliendo la tradición, y salieron escaldados por algo. Lo que no sabemos es que les pasó a cada uno, por que recuerde que subieron doce chicos, y solo cuatro son los que han sido encarcelados. Mire allí.
La dirección del dedo de la doctora señalaba un conjunto de rocas que había sufrido un pequeño desprendimiento, alguno de los chavales se había resbalado y había caído, el trozo de unos vaqueros seguía allí tirado y las gotas de sangre se habían quedado secas. Después de casi dos meses, no existía rastro de alguna visita posterior a la de los muchachos, ese verano solo subieron ellos.
El ruido de dos motores acercándose en la lejanía, hizo levantarse al detective de la dura roca donde estaba sentado, la doctora le observó intrigada en su movimiento de limpiarse el trasero.
Dos coches patrulla se detuvieron al lado del coche del detective, de ellos bajaron cuatro agentes portando linternas y walkies, Marcus les hizo una seña para que subieran y cuando llegaron a su altura, les dijo:
-Agentes, ustedes dos entren por la parte más inferior de la gruta, ustedes dos por la más lejana y la doctora y yo lo haremos por la más cercana. Mantengan los walkies encendidos, lleven cada uno una linterna y, sobretodo, tengan cuidado.
Los cuatro agentes asintieron con fervorosa disciplina y se alejaron hacia sus puestos y entraron en la cueva.
-¿Preparada?.
-Cuando usted quiera, detective.
Y ambos se adentraron en las profundidades de la cueva sin saber que era lo que estaban buscando, que era lo que deseaban saber o, ni siquiera, si lo encontrarían.
Bajaron por el sendero más húmedo y lúgubre de la entrada de la caverna, descendieron entre las gotas de agua que caían del techo y resonaban por toda la caverna al chocar con el suelo, se precipitaron en una bajada mal oliente de humedad y moho, cayeron en redondo por la rampa de la oscuridad y el sombrío resplandor de las paredes vacías, hasta que llegaron al riachuelo.
-Aquí se volvieron a detener dos de ellos, las pisadas se separan en este momento y las otras dos personas siguieron por la pared de allí, ¿ve las pisadas?.
-¿Es verdad?. Pero estas dos luego suben por allí, como sus compañeros.
-Cierto, subamos haber que es lo que vemos arriba.
El olor a rancio y herrumbre había dado paso al olor de la canela y limón, el frío se había vuelto menos espeso, la humedad se había secado.

martes, 15 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XV "Complicidades"

Cuando me volví a subir en la moto, después de saber que Ana había bajado a la playa sin llamarme, decidí perderme por algún sitio donde pudiera estar solo y pensar. Y decidí marcharme a la fuente las siete bocas.
Arranqué la moto sintiéndome observado por las miradas de las personas engañadas, lamentándome de la falsa esperanza que me había creado con respecto a Ana. Y después de lo de la caverna, difícilmente la podría perder, pero se había ido "...para estar sola y pensar.", me había dicho el tío Cecil, y, ¿a dónde podría haber ido andando sola?.
Me había propuesto que este verano fuera movido, entretenido e inolvidable. Hasta este momento lo había sido, más de lo esperado eso si, pero todo era demasiado real para ser verdad, tenía que haber algún pero. Como en todo en esta vida.
-"Lucha por el amor de tu chica, no te dejes vencer por la fatalidad, recuerda lo que le dijiste,"te querré a pesar de los pesares.", búscala, ámala y, después, manté0n ese amor por encima de todas las cosa de la vida. No te dejes vencer, te lo dice tu abuelo."
La voz de mi abuelo resonó en mi cabeza como algo sobrenatural, pero tenía toda la razón del mundo de ultratumba, tenía que ir a buscarla para saber lo que le ocurría, para estar con ella, para...
-"No pierdas el tiempo, búscala..."
La expresión de mi abuelo sonaba lejana, pero seguía teniendo fuerza en mi cabeza, decidí montarme en la moto y buscar a Ana.
Al llegar a la playa ví a los otros jugando al fútbol, me acerqué andando hasta el lugar y les pregunté si habían visto a Ana por allí esa mañana.
-Por aquí no ha venido desde que estamos nosotros aquí, ¿es qué ha pasado algo entre vosotros?
-Nada importante.
Y me marché cabizbajo, sintiendo las miradas curiosas de mis amigos clavarse en mi coronilla, lancé un leve suspiro al aire y me sonó a plegaria.
¿Dónde estaría?.
La busqué en todos los lugares que sabía que eran solitarios, en el parque, en el acantilado, en la colina, en la fuente, en mis sueños. No estaba en ninguno de ellos y, cuando por fin me dí por vencido, una luz en forma de visión me la mostró sentada en una piedra, observando el mar melancólicamente y suspirando.
-¡¡GRACIAS!!.-Grité al infinito.
-De nada.-Contestó mi abuelo.
La moto rugió como si llevara un motor de 1000 cc. sin escape. Aún así la velocidad era escasa para las ganas que tenía de ver a Ana, recorrí el pueblo de cabo a rabo dejando estupefacta a más de una persona, levante polvo allí donde la arena de la playa se había mudado, dejé marcas de rueda allí donde las frenadas eran necesarias, dejé ristras de humo después de cada arrancada y, aún así, creía que iba despacio.
La visión del faro aparecer detrás del acantilado me hizo acelerar, aunque la moto ya no daba más de sí, las prisas por sentir el aliento de Ana casi me hacen chocar con el carrito de un recogedor de basuras, que me dijo de todo menos bonito.
Al fin llegué al faro.
Caminé en busca de su figura durante diez minutos sin verla y, en el último instante, vi la parte trasera de su cabeza asomar por detrás de unas piedras en la orilla.
Recorrí el terreno que me separaba de ella, rodeé las rocas y la ví sentada mirando el mar.
-¿Qué haces aquí sola?.





-Estaba pensando en lo ocurrido ayer y en lo que ocurrirá de aquí en adelante, estaba intentando sentir lo que sentiré en ese momento cuando...
-¡EH!, eso no lo pienses ni en broma. No va a pasar nada de nada. Hay que vivir como nos habíamos planteado antes de que se precipitaran los acontecimientos, hay que seguir disfrutando de las vacaciones como lo habíamos soñado, hay que comportarse como si nada hubiera pasado, por que en realidad no ha pasado nada.¿Entiendes?.
-Realmente no entiendo nada, pero si tu lo dices habrá que hacerlo así.
-¡NO!, no hay que hacerlo así por que yo lo diga. Hay que hacerlo como cada uno lo sienta, como cada uno quiera sobrevivirlo, pero la manera más fácil de vivirlo es olvidándose de lo que no nos hace falta para ser felices.
-¿Pero?..
-Nada, yo te tengo a ti que eres mi diva personal, tú me tienes a mí que soy tu ...,lo que quieras que sea. Eso es lo más bonito de la vida, el amor. Recuerda lo que te dijo la gitana. Que ibas a ser la mujer más querida del mundo mientras tu amor por tú hombre fuera duradero, que tendrías una niña y un niño, que serías dichosa y que tenías un lunar que marcaría el comienzo de tu fausta vida.
-Tienes razón, ahora hay que vivir la vida según se nos presenta, y cuando vengan los problemas habrá que afrontarlos juntos. Te he dicho alguna vez que te quiero.
-No muchas, la verdad.
-¡¿Cómo?!.
Y la interrumpí plantándola un beso en la boca para acallarla.
Nos quedamos admirando el ancho, azul y cristalino mar. Abrazados, sintiéndonos los latidos del corazón, profesándonos amor eterno con las miradas cómplices, declarándonos una y otra vez devoción.
Las pulsaciones comenzaron a subir la temperatura corporal, la pasión se acrecentaba a cada roce de manos, la efusión del momento conseguía erguir todos y cada uno de los músculos del cuerpo. La ternura entraba a pasos agigantados en los corazones de ambos, el apasionamiento conseguía unirnos en una danza de juegos eróticos, la excitación cumplía con creces la regla de la lujuria y esta, a su vez, imponía la ley del deseo.
Desde lo alto del faro se podían observar dos cuerpos desnudos retozando en un espectáculo de besos, caricias, juegos manuales y desfloramientos.
Desde la lejanía de la playa se observaba a dos puntos fusionándose en un solo cuerpo, realizando la metamorfosis de los organismos humanos.
Desde lo alto de nuestra torre de Babel, nos podíamos ver el uno al otro poseyendo todo lo que se deseaba de la otra persona, lo que había anhelado, lo que sería para siempre suyo y que añoraba con desmesurada pasión, lo que conservando con descontrolada fogosidad sería, para los restos, la complicidad y la alianza entre dos personas entregadas a su amor.
Quedamos los dos tendidos en el suelo del pie del faro, semidesnudos, sudando, sonriendo como dos tontos, intentando recuperar el aliento, admirando la profundidad de nuestros sueños, de nuestras expectativas, de nuestra vida.
El humo de mi cigarro elevaba a los cielos todas mis esperanzas, las caricias de Ana contribuían a elevar las ficciones de nuestro sentir común. La ceniza acumulada en el suelo, ayudaba a enterrar las malas sensaciones y la escueta silueta de la moto, abandonada en la inmensidad, figuraba en los dibujos de mi personal batalla contra el desamor. Contra Ello.
Regresamos al pueblo, nos detuvimos en la playa para tomar algo con nuestros amigos, nos reímos, cantamos, bailamos y fuimos felices.
Habíamos cerrado las puertas de la casa del amor a todo ladrón de sentimientos.
Le habíamos cerrado las pertas del corazón a Ello.

sábado, 12 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XIV "Confesiones"

-¿Quieres un café?, muchacho.-Ofreció Marcus.
-No, gracias.-Contestó el chaval.
-¿Quieres hablar ahora de lo sucedido, o no?.
-Lo único que deben saber, tanto usted como el resto de la policía, es que no deben saber nada.
-¿Pero como...?
-Déjelo estar, detective. Quiero descansar.
Y el chico se volvió a quedar en estado de trance y mirando al cielo.
Marcus se quedó paralizado mirando como el chico le ignoraba y le daba la espalda. Pensó en llamar a sus padres, especuló con la idea de sacarlo de la celda y dejarlo aislado de sus amigos, recapituló sobre la frase que le había dicho el chico y se quedaba todavía más anonadado. No tenía sentido lo que había dicho el muchacho, no podían dejarlo. ¿Qué estaban escondiendo todos ellos?.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, el primero en preguntar quien se había despertado fue el agente Ramírez.
-¿Quién se ha despertado?.
-El chico de los Gomes Madeira. Pero se ha vuelto a dormir.
-¿Ha dicho algo interesante?.
-Absolutamente nada, excepto que lo único que deberíamos saber los policías es nada.¿Raro verdad?.-Interrogó Marcus.
-Realmente están afectados, se les nota rápido el trastorno.
-Por cierto,-respingó el detective-, ¿ha llegado ya la doctora Perón?.
-Todavía no, señor.
Las miradas se dirigieron a los presentes en la sala, casi la totalidad de ellos dormía en posiciones dignas de un cuadro de Picasso, la única persona que no había pegado ojo en toda la noche era el tío Cecil.
Eran las siete menos cuarto de la mañana, las sensaciones estaban adormecidas, las palpitaciones se habían quedado en estado de coma, los razonamientos carecían de sentido de la verdad. Todo estaba en silencio, acallado por la incipiente reacción de la vespertina mañana, todo parecía parado en el cuartelillo salvo el ronroneo del ventilador, todo estaba frío.
El teléfono volvió a sonar rompiendo el silencio, las miradas se despedezaron lentamente mientras el detective Marcus cogía el auricular.
-Buenos días, comisaría de Porto Bahía. Al habla el detective Marcus.
-Buenos días, soy el jefe de policía de la provincia, quisiera saber si ha llegado la doctora Perón.
-Lo siento señor todavía no ha llegado, pero la esperamos en cualquier momento.
-De acuerdo, cuando llegue que me comunique sus adelantos.
-Si señor.
Después de sonar el click cuando ya había colgado, el detective levantó la mirada en dirección al agente Ramírez, el cual se sentía sorprendido por el acontecimiento de la visita de la doctora.
Toda la mañana estaba siendo muy rara.
Mientras en el interior de las celdas, las dos chicas seguían durmiendo tranquilamente, el chico apoyado en la pared ni se había movido, pero el muchacho que se había despertado seguía mirando al cielo, pero esta vez despierto y agarrado a su amuleto.
Los minutos pasaron lentamente a lo largo de toda la hora siguiente, los segundos se convirtieron en lentas y consecutivas pisadas,. Nadie hablaba, nadie miraba a nadie, todos estaban sumidos en sus pésimos pensamientos y cada uno se consolaba como podía.
La temperatura era fría, pese a que en la calle había alrededor de treinta y cinco grados centígrados, el aire no viajaba por la estancia. Estaba sonámbulo.






A las ocho menos cinco de la mañana se abrió la puerta de la comisaría, el calor reinante en la calle invadió la sala y consiguió despertar a todos los presentes que aún dormían. Las miradas se clavaron en el marco de la puerta por la cual entraron unas botas de tacón grueso y un poco alto, las cuales le llegaban a las rodillas de unas esbeltas y estilizadas piernas, las cuales iban cubiertas por una falda a medio muslo de color negro. El maletín de piel que pendía de la mano derecha hacía sonar unas fastuosas pulseras de oro, los brazos, naturales y sencillos, estaban vestidos con una dulce y fina blusa de seda blanca, la cual dejaba transparentar el sujetador blanco de aros que intentaba esconder. La melena, negra como el carbón, descendía, lisa y pulcramente peinada, sobre los hombros. Unas gafas de sol escondían lo que debían de ser dos magníficos ojos negros, y la sonrisa producida por los dos carnales labios hizo lucir unos increíbles dientes blancos semejantes al teclado de un piano.
-Buenos días, soy la doctora Perón.
-Buenos días, soy el detective Marcus, encargado de la investigación del caso de los cuatro chicos.
-Quisiera verlos cuanto antes, podía ser ahora.
-En este momento están todos durmiendo, si quiere le puedo ofrecer un café y presentarle a sus familiares.
-De acuerdo.
El detective presentó uno tras otro a todos los familiares de los chicos, y la doctora decidió entrevistarse con cada uno de los parientes mientras se tomaba el café.
-Doctora, antes de que haga nada, debería llamar al jefe de policía provincial. La llamó antes de que llegara y dejó el recado de que cuando llegase le llamara.
-Muchas gracias detective.
La doctora debía de ser soltera, por que a parte de las pulseras no lucía ningún anillo de casada o de compromiso. Aparentaba unos treinta y dos años muy bien llevados, tenía la porte de alguien que acude al gimnasio a menudo, que salé a realizar futting todas las mañanas y asiste cuando puede a la piscina. Era alta, muy alta, debía medir aproximadamente un metro ochenta y cinco centímetros, y sus manos eran firmes, delicadas, pero firmes. Sostenía la mirada de su interlocutor como buena psicóloga que era, escuchaba las palabras rebuscando el segundo sentido, detectaba el nerviosismo en cada sonrisita. "a esta mujer sería difícil mentirla", pensó Ramírez.
Después de hablar con el jefe provincial de policía, la doctora decidió comenzar con las entrevistas a los familiares, y le pidió un consejo al detective Marcus para empezar con la sesión de preguntas.
-Si quiere empezar ya puede pasar a la sala de interrogatorios, estará más concentrada que aquí.
-De acuerdo, haga pasar al Señor Cecil.
Cuando la doctora desapareció detrás de la puerta, el agente llamó al tío Cecil y le expuso la cuestión. Este accedió a ser interrogado por la doctora siempre y cuando soltaran a su sobrina.
Entró en la sala con mucha precaución y manteniendo las distancias para con la doctora. Se sentó en la silla enfrente de la mujer, esta miraba atentamente un informe sin prestar atención a los movimientos del viejo, el cual se había encendido un cigarro sin boquilla de los que él fumaba habitualmente.
La mujer se incorporó de la silla, sin mirar al hombre, rodeó la mesa estudiando las notas escritas en la hoja, se detuvo en la silla donde había estado sentada, dejó la hoja en un lado de la mesa, cogió un Marlboro light, lo encendió, exaló el humo despacio y, por fin, miró al viejo.
-¿Es usted el tío de Ana María Cecil?.

viernes, 11 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XIII "Reinicios".

Las dos motos rugían en todo su esplendor, la vida volvía ser bella para nosotros, habíamos visto una luz al final del túnel lleno de polvo y nos encaminábamos hacia ella con toda nuestra buena voluntad.
Ahora comprendía lo que quería decir mi abuelo con eso de que los Gomes Madeira tenemos algo que decir en este mundo, ahora entendía el significado del medallón que me dio y que me dijo que sería la única herramienta de mi verdad junto al amor, por encima de todas las cosas, de una mujer.
Ahora abría que ser uno mismo hasta el día señalado, abría que disfrutar del verano y del amor por si acaso.
Fuimos directamente a la playa donde estarían los otros esperando, pero decidimos parar antes en casa para cambiarnos de ropa por que la que llevábamos estaba empapada.
Cuando llegamos a la playa ya estaba encendido el fuego de la victoria, ninguno había ganado individualmente. Pero todos en conjunto se sentían felices de haber realizado la excursión.
-Hombre, dichosos los ojos, ¿qué tal la...?.
-No quiero hablar de ello, por favor, Podemos seguir con la fiesta.-Interrumpí.
Los acontecimientos ocurridos en la caverna parecían olvidados, las experiencias vividas en la gruta volvían a estar lejos en el tiempo, las sensaciones negativas de todos y cada uno de nosotros eran vagos pensamientos arrinconados en el baúl de los recuerdos. Volvíamos a ser nosotros después de todo.
La fiesta estuvo bañada en cánticos, en risas y en cerveza. La alegría se había contagiado de su más alto estado de exageración festiva, las personas se comportaban como liberados pájaros enjaulados, el verano volvía a ser verano.
Cuando el jolgorio termino llevé a Ana a su casa, estuvimos más de dos horas hablando de nosotros, de nuestro futuro, de nuestras formas de sentir, de nuestra forma de amarnos, de todo sobre lo que se puede hablar cuando uno esta enamorado.
Regresé a casa a eso de las once menos cuarto de la noche, la moto de Alberto descansaba apoyada en el pequeño árbol de la entrada, el coche de mi padre dormía plácidamente en lo más profundo del garaje, las luces permanecían encendidas en la parte de arriba de la casa, abajo no corría ni el viento.
Entre en el jardín por el camino de piedras, avanzando lentamente para terminarme el cigarro, dejé los cascos apoyados en la escalera del porche, me senté en los escalones y miré al cielo, e intenté contar las estrellas una por una.
Escuché un silbido en la parte de atrás y pensé que era Alberto despidiéndose de mi hermana, no le hice caso. Segundos más tarde percibí el olor a canela de la caverna, olí el aliento helado de la gruta, saboreé la agria sensación de ser observado, sentí como era atraído por la fuerza de un polo magnético enorme. Y me levanté.
Transité por el lado del jardín donde mi madre tenía sus flores, anduve con clandestinidad miedosa, caminé por donde las sombras pertenecían al mundo de lo negro, avancé por el sendero del miedo en dirección a lo desconocido, a encontrarme con la nada.
Los pelos de la piel se me habían erizado, los sudores se me habían congelado sobre la superficie de la epidermis, las manos se habían paralizado sobre la extensión de mi pecho, que no podía respirar.
Al fondo del jardín comprobé el funcionamiento de los focos que, aunque eran pequeños, daban suficiente luz.





Cuando me disponía encender la luz, algo me sopló en la nuca. La sensación de congelamiento fue general en todo el cuerpo, la palidez de un pared de cal era pura fantasía al lado del color que había adquirido mi piel, los pies se me clavaron en el césped del jardín, la mirada se me perdió en lo más hondo de los ladrillos de la casa, los pensamientos se escaparon de mi cabeza como aves en libertad. Tenía pánico a lo desconocido.
Me giré lentamente cuando recuperé alguno de mis sentidos, para lo cual hubieron de pasar varios minutos. Miré a lo inexplorado, a lo oculto y no ví nada. No había nadie, y respiré un poco aliviado, pero cuando terminaba de soltar el suspiro, una mano me agarró por el hombro desde la espalda.
Me volteé sobre mi eje, contemplé la descarada desnudez del rostro de la mujer que tenía ante mis ojos, la conocía de algo, pero no recordaba de que.
Tenía los ojos cerrados, levitaba sobre dos dedos de neblina, hablaba sin abrir su escueta boca, andaba sin mover las piernas ni los pies, me agarraba y tenía los brazos apoyados sobre los costados de las caderas. La conocía.
-¿Te acuerdas de mi?, chico.
La voz salió de lo más misterioso de su ser, resonaba en mis oídos formando eco, recorría mis tímpanos de una oreja a la otra, me dejaba helado.
-La otra noche te hice la primera visita de las muchas que te haré hasta que llegué el momento. Sufrirás como no has sufrido en tu vida, lloraras como no has llorado jamás, sangrarás como nunca has sangrado, sudarás tinta roja para alcanzar tú objetivo, conseguiré que implores a tu abuelo, alcanzarás el punto culminante de la locura, querrás morirte una vez tras otra, y así hasta el final.
Las palabras recorrían mi cuerpo desde los pies hasta los pelos de las cejas, la sensación de enfriamiento se iba acrecentando, el aliento de mi boca se quedaba helado a dos milímetros de mi nariz, no podía moverme. Estaba atrapado por aquel espectro fantasmal.
-Ahora mírame a los ojos y sabrás lo que digo. Mortal humano.
Y comenzó a abrir los ojos lentamente, y pronunciaba mi nombre una y otra vez. Me debatía entre mirarla y salir corriendo, su voz sonaba cada vez más alta y profanaba los altares de mis oídos, no quería mirarla pero no podía evitar escucharla. Me comenzó a zarandear y las espasmódicas sacudidas me hicieron despertarme.
Estaba sentado en el porche, con los cascos de la motos cogidos a la mano, con un estado de enfriamiento sobrenatural y observando atontadamente como mi hermana y Alberto me intentaban despertar.
-¿Qué haces aquí tirado como un muñeco?.
-Estaba tan cansado que me senté a fumarme un cigarro y me he quedado dormido.
-Pues tira para adentro que te estas quedando helado.-Afirmo mi hermana.
Entré en la habitación, me descalcé, me desvestí, y me tumbé en la cama y de sopetón me quedé dormido.
Al día siguiente, cuando bajé a desayunar, mi hermana me miraba con una fijeza extrañada, como si yo hubiera echo algo raro.
-¿Qué hacías anoche durmiendo en el porche?.
-Ya te lo dije, venía tan cansado que me senté a fumarme un cigarro y me quedé dormido.
-¿Estabas soñando con algo?, más que nada por que te agitabas efusivamente.
-Si te digo la verdad, no me acuerdo de si soñé o no. Solo recuerdo de que tenía frío.
Las palabras salidas de mi boca sonaron algo huecas, vacías, como si no tuvieran peso, como si no fueran mis expresiones, como si no las pensara al decirlas.
Salí de mi casa con la intención de bañarme en la playa del amor de Ana, pero cuando llegué a su casa ya se había marchado.
Sin llamarme.

jueves, 10 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XII "El regreso"

Todos habían salido de la caverna excepto el grupo de Alberto y compañía, estaban tardando demasiado y los demás iban a organizar un grupo para entrar a buscarlos, cuando una estampida de murciélagos cortó por lo sano todas las reacciones posibles. A la estampida le siguió un derrumbe de rocas, que hicieron que todos retrocedieran diez metros, y a esta una nube de polvo que oscureció todas las miradas en cien metros a la redonda. Se hizo el silencio.
No se oía ni la respiración de una mosca, no se movían ni los pelos de las pestañas, no palpitaban ni los corazones. Estaban paralizados esperando alguna respuesta a tan brutal carambola.
Se escucharon unos pasos a lo lejos, se percibió las palabras mudas que no salían de ninguna boca, se olió el aliento pesado de humedad y moho, pero no se escuchó ni una sola brizna de alegría.
Entre la nube de polvo se vislumbraron cuatro figuras humanas, venían a dos metros el uno del otro. No se miraban, no se ayudaban a subir por las laderas, no traían las mismas miradas de antaño, ni si quiera entre ellos parecía haber sintonía, estaban pálidos a la luz del polvo.
Cuando la nube comenzó a disiparse y se podían distinguir mejor las siluetas, vieron que se trataba del grupo desaparecido de Alberto, comenzaron entonces las alegrías.
Bajaban cabizbajos, desangelados y poco vívidos. Traían una cara de desaliento, de desesperanza y de astío.
Cuando llegaron a la altura de los demás alguien dijo:
-¿Nos marchamos ya?.
Y los doce se pusieron en marcha de regreso a sus casas, no había sido una buena experiencia.
Las motos comenzaron a rugir de nuevo, emprendieron el descenso por la ladera lo más deprisa que pudieron, no miraron atrás y no se arrepintieron de ello.
Las palabras iban calladas, las miradas marchaban ciegas en el sendero, los pensamientos paseaban a sus anchas por los caminos de la bagueza, las risas del comienzo del día se habían tornado seriedad y caras largas, los buenos rollos de tres horas antes se habían rehabilitado en cosas sin sentido, las buenas vibraciones de la subida se habían quedado en lo más profundo de la cueva, lo más grande que se podía vivir en pandilla se había transformado en la pequeña pesadilla de una niña de tres años, nada era lo mismo de cuando subían por la montaña.
Todos bajaban en fila india y agrupados menos una pareja, la formada por Ana y su novio, que lo hacían despacio y muy abrazados. Parecían siameses, no se los podría haber separado ni con una palanca, estaban muy unidos.
La moto frenó y ambos se bajaron de ella, y continuaron la marcha a pie. Alguien, picaronamente, dijo:
-Esos dos se lo han pasado de maravilla allí abajo.
No hubo ni una sonrisa, las miradas declinaron en la hermana de él y observaron la seriedad en sus ojos, que ni pestañearon. Siguieron por el largo y abrupto descenso de la colina y finalmente la parejita se perdió detrás de ellos. No querían compañía, era evidente, les gustaría estar solos como dos tontos enamorados y conocer sus sentimientos a fondo.
Los dejaron a solas para que exploraran todos los recónditos escondrijos de sus sentimientos, no querían interferir en un amor nacido de la comprensión del dolor, traído a la razón por la fuerza de un sentimiento puro, llevado hasta la meta de una gran carrera por sobrevivir a la mentira impune.
Las cinco motos se pararon otra vez en la fuente de las siete bocas, y volvieron a beber para cumplir bien con la promesa realizada a la subida, comenzaron entonces las preguntas entre ellos;"¿qué tal la excursión?", "nosotros de maravilla, y ¿vosotros?..., preguntas de ese tipo que ayudaron a romper el hielo del descenso asfixiado por la necesidad de salir de la cueva.



La oscuridad me tenía absorbida toda la capacidad visual, la necesidad de salir de allí cuanto antes me había echo olvidarme de Ana y de los demás, y cuando por fin pude ver la luz del día, una bandada de murciélagos, espantados por el sonido de nuestros pasos, me hizo resbalar provocando un desprendimiento de rocas que por poco no se llevan a Ana a rastras. Algo inmenso cayó del techo de la gruta, golpeó el suelo violentamente y levantó la nube de polvo más grande que yo haya visto jamás.
La oscuridad había regresado en forma de niebla intensa, de polvo húmedo y pegajoso y de olores rancios a vacío y pobredumbre.
No me acordé de Ana hasta que no me dio la mano. La levanté del suelo y comprobé que mi hermana y Alberto estaban bien. Continuamos la marcha, a ciegas, hacia la salida y, cuando la vimos nos soltamos de manos y corrimos hacia la luz. Los demás nos estaban esperando con caras desconcertadas, mezcladas entre alegría y cansancio, nadie nos saludó cuando llegamos a ras de suelo, todos nos miraban esperando alguna respuesta en forma de mirada o algo, pero lo único que salió de mi boca fue:
-¿Nos marchamos ya?.
Todos parecían tener mucha prisa, arrancaron las motos echando ostias y bajaban por la ladera como almas que lleva el diablo, incluidos Alberto y mi hermana.
Ana se agarró a mi y me realizó la pregunta que me hizo más feliz:
-¿Me quieres tanto como dijo la gitana?.
-Ana, yo te querré por encima de todas las cosas, sobre toda clase de inclemencias, a pesar de las gentes o las calumnias, por sobre todas las cosas, de personas, de incidentes y a pesar del tiempo. Te querré antes, durante y después de la muerte, te querré en la enfermedad, en la alegría, en la desfachatez de las personas, en los momentos tristes, en los instantes difíciles de tu vida, en la continua progresión del mundo, en la inquietud de tus sentimientos y en la personalidad de tu ser. Yo siempre te querré a pesar de los pesares.
Detuvimos la moto y decidimos realizar el descenso a pie. Caminábamos agarrados de la mano, mientras nos mirábamos a los ojos y nos veíamos el uno al otro en todo nuestro esplendor.
Cuando llegamos a la fuente de las siete bocas, los demás ya se habían ido menos Alberto y mi hermana.
Tenía la cara seria pero no estaban asustados, nos vieron llegar despacio y comprendieron por que nos habíamos bajado de la moto cuando nos miraron a la cara.
-¿Qué vamos a hacer ahora?.-Preguntó Alberto.
-Mi opinión es que no deberíamos hacer nada hasta que llegue el momento, e intentar pasárnoslo lo mejor posible hasta ese día.-Contesté.
-De acuerdo, entonces,¿lo olvidamos?.-Insistió mi hermana.
-Yo no he dicho eso Mabel, solo que lo dejemos aparcado por un tiempo hasta que llegue el día.
Todos asintieron y la alegría empezó a desperezarse, en sus caras podía verse alivio y desahogo.
Las motos volvieron a rugir.

miércoles, 9 de febrero de 2011

A Divinis.

Capitulo XI "Explicaciones".

Todo había sucedido demasiado deprisa dentro de las dependencias de la comisaría, ningún grito había seguido a los golpes, tiros y rasgaduras escuchadas desde fuera de las celdas, mientras en el interior el detective y el agente se debatían por sofocar un pequeño incendio provocado por los dos disparos propinados por el agente a un extintor al intentar cazar la rata más grande y más fea que había visto jamás.
Inexplicablemente los cuatro muchachos seguían durmiendo plácidamente en sus originarias posiciones, como si nada de lo que había ocurrido allí fuera con ellos. O mejor dicho, como si ellos mismos no estuvieran allí en ese momento.
Una vez sofocado el incendio, los dos policias salieron a tranquilizar a la concurrencia, que se arremolinaba alrededor de la puerta para escuchar posibles acontecimientos inesperados.
El detective explicó que una rata había entrado en las celdas y la tuvieron que abatir a tiros, con la mala fortuna que le habían dado al extintor provocando una nube de polvo y un pequeño incendio sin importancia, y les explicó como los cuatro chavales ni se habían movido del sitio durante los acontecimientos producidos allí dentro.
-¿Porqué?.- Preguntó uno de los padres.
- No sabría explicárselo con palabras de la calle, pero sufren algo así como un estado de hipnosis profundo. Hay que dejarlos descansar hasta mañana haber lo que se puede hacer.
Todos se quedaron anonadados con la explicación del detective, aunque no se quedaron tranquilos. Todos los presentes en la sala, incluidos los dos policías,
No podían encontrar una explicación un poco coherente a todo lo que estaba acaeciendo en esa noche de verano.
El teléfono volvió a sonar, las personas presentes en la sala atendían, sin conseguir seguir, la conversación telefónica del detective.
-Si, aquí están,... si ninguna novedad con respec..., efectivamente los dos, de acuerdo mañana a las o..., Perón, de acuerdo. Hasta mañana entonces.
Las miradas de los personajes de la sala se cruzaron en un sin fin de incógnitas sin respuesta, las respiraciones ahogadas por la presión del momento, dejaban traslucir todas y cada una de las inquietudes del instante actual, los sudores resbalaban por todas y cada una de las partes conocidas del cuerpo humano, las sensaciones daban paso al cansancio acumulado por horas de espera tensa. Demasiadas preguntas viajaban a través de todas las cabezas y de todas las mentes que todavía poseían razonamiento.
-¿En qué piensas en estos momentos?, cariño.-Interrumpió una voz femenina.
- En que a esos chicos les pasa, ó les ha pasado, algo fuera de todo razonamiento. En que las personas que están aquí en la sala necesitan una respuesta y yo no sé dársela, en que las cosas podían haber sido de otra forma si te hubiera echo caso. En que...
- No tiene importancia, es tu trabajo. Lo que te hace feliz a ti me hace feliz a mi, ¿te acuerdas?.
-Pero podíamos haber estado fuera de este problema si...
-Es lo mismo, por que te habrían llamado y habrías venido para ayudar. Te conozco muy bien, soy tu esposa y la madre de tu hija.
-Tienes razón, como siempre.
El detective y su esposa se fundieron en un abrazo culminado con un cariñoso beso.
Las horas pasaban lentamente entre miradas cansadas de gente sin sueño, entre suspiros ahogados, entre llantos lentos y palabras sordas, entre murmullos silenciosos que asfixiaban las razones de la lógica, entre síntomas de extenuación y fatiga acumulada después de la tensión vivida en la noche más negra del último verano.
Nadie se podía dormir.




Las cosas parecían precipitarse, los acontecimientos se vivían cada vez más intensamente, los momentos se hacía más insufribles a cada segundo que transcurría, las miradas se cruzaban en un sin fin de incógnitas impensables y las sensaciones se escondían en las esquinas de la preocupación.
El tío Cecil no hacía más que darse paseos a lo largo y ancho de toda la sala, mientras se preguntaba, interiormente, como podía haber acabado su querida sobrina envuelta en un asunto de esta índole. Las razones no le parecían convincentes, pero se lo preguntaba una y otra vez. Sus miradas viajaban desde la mesa donde estaba el detective, hasta el banco donde estaban sentados los demás familiares, pasando por la puerta de las celdas y por la descuidada oficina del agente Ramírez.
Los padres de Alberto intentaban darse una explicación el uno al otro de por que estaban allí, de cómo habían llegado a esos extremos de impaciencia cuando su hijo nunca les había defraudado, cuando lo más problemático del chico habían sido sus notas y las dos caídas de la moto.
Los Gomes Madeira se sentían renegados de su mala suerte, habían previsto el mejor veraneo de sus vidas y, hasta ese momento, lo estaba siendo. Otra vez lo "niños" la habían armado, pero esta vez se habían pasado tres pueblos. Ahora era un asunto serio, con la policía de por medio.
La primera vez les pasó estando de acampada con el colegio, por lo visto habían organizado una excursión a la montaña sin monitores y llevando con ellos a los chavales más pequeños y saliendo por la noche. Cuando regresaron por la mañana todos los niños pequeños se querían volver a casa y, en vez de eso, los expulsaron a ellos del campamento, con toda razón.
La segunda vez fue cuatro años después del campamento, y fue en el viaje de fin de curso, en una salida nocturna con engaño a todo el personal docente. A la mañana siguiente el autobús que los transportaba se había quemado, pero nunca encontraron a los culpables. Aunque ellos sabían que sus dos hijos eran los causantes y las razones dadas siempre eran las mismas. "Es el camino marcado del abuelo", solía decir Mabel, aunque la responsabilidad caía del lado de su hermano.
El detective se levantó de su mesa y acompañó a su mujer al sitio donde estaban sentados los Gomes Madeira, antes de alejarse del punto le preguntó al padre:
-¿Qué significa el colgante que lleva su hijo en el cuello?.
-No tenemos ni idea, se lo regaló mi difunto padre en su lecho de muerte y no se ha separado de él ni un momento desde entonces.
-Se lo tendré que preguntar a él por la mañana, gracias.
Y regresó a su lugar de estudio.
Las horas pasaban lentamente por delante de las narices de los presentes, los segundos viajaban en pos de terminar la noche lo más tarde posible, el cansancio se acumulaba en la mochila de la pesadez, el sueño divagaba de una zona a otra del cerebro sin encontrar sitio donde refugiarse, las manos estaban descontroladas y dibujaban extrañas figuras de nerviosismo, las penurias se estaban instalando en los corazones de cada habitante del cuartelillo.
Eran las siete y media de la mañana cuando una voz procedente del interior de las celdas llamó la atención del detective.
Al entrar observó como las dos chicas seguían abrazadas la una a la otra, y como el chico apoyado en la pared seguían durmiendo tranquilamente. Pero el chico que había dormido mirando al cielo se había despertado, aunque no cobraba
vida en sus movimientos.
-buenos días, ¿has dormido bien?.- Interrogó Marcus.
-Si usted le llama buenos días serán buenos, pero a mi me gustaría llamarlos nuevos días de vida.
Y se agarró al colgante de su abuelo, miró a las chicas y a su amigo y sonrió.

lunes, 7 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo X "Sombras"

Cuando entramos en la gruta, después de resbalarnos no pocas veces al intentar subir, el frío y la humedad se hizo evidente. El poco aire que corría por la caverna provenía del interior de la misma, los sonidos guturales que se dejaban escapar a través de las impertrechables paredes, recorrían todos los rincones de nuestros oídos hasta ponernos los pelos de punta. Una respiración artificial dejaba escapar un aliento a moho y pobredumbre, un increíble pasmamiento nos invadió a los cuatro, nos quedamos inmóviles, sin poder pensar, sin poder reaccionar.
Unas palpitaciones nos atrajeron hacia el interior de la cueva, un inmenso imán nos arrastraba hacia los adentros del miedo, una inmensa mole de hipnotismo nos desplazaba hacia sus sueños. Algo increíblemente poderoso nos llamaba a su regazo como si fuera nuestra madre.
Un desgarrador grito nos sacó del trance, las voces del grupo de Juan se dejaban caer por donde parábamos nosotros, carreras sin fin se escuchaban mientras alguien llamaba a otro alguien, pasos acalorados corrían hacia la salida dando espasmódicas patadas al diccionario, algo les había asustado de forma sobrenatural.
-¡¡Cabrón, hijo de puta, me cago en tus muertos soplapollas...!!.
Eran algunas de las palabras que volando por las oscuras galerías de la caverna, llegaban hasta nuestros oídos.
Las sensaciones estaban mezcladas, por un lado algo nos impulsaba a seguir con la expedición, pero por el otro las voces de agonía y sufrimiento de nuestros amigos nos hacían regresar a la salida para saber de lo sucedido.
Alguien dijo una vez que:"El miedo es el único sentido que todo lo puede.", y como estaba claro una vez más seguía venciendo. Aunque las razones, como las estadísticas, están para romperlas. Seguimos avanzando en pos de nuestro fantasmagórico encuentro, como decía mi abuelo:" El miedo es libre y cada uno coge lo que quiere.". Nosotros no teníamos miedo, en apariencia, continuamos descendiendo hacia las profundidades de lo desconocido, hacia el corazón de la nada, hacia el centro neurálgico de lo imposible.
Las voces de nuestros amigos dejaron de escucharse, o por lo menos nosotros no las oímos, el frío estaba descongelándose, la humedad comenzaba a secarse, el aliento a moho y pobredumbre dio pie al olor de la canela y limón, pero el imán de la eternidad nos seguía llamando.
Descendimos hasta la altura del pequeño arroyo, que distaba unos cuatrocientos metros de la entrada por la que accedimos a la gruta, nos mojamos la cara y las manos, nos miramos los unos a los otros con caras de fascinación y de aterrador pánico, nos preguntábamos con la mirada que estábamos haciendo allá abajo mientras nuestros amigos luchaban asustados por salir de la caverna, miré a Ana y le dije:
-Déjame que te saboreé otra vez antes de que se me duerma la razón.
Ana se rió con nerviosismo, pero me dejó besarla, y al hacerlo, sentí que jamás la perdería, que siempre estaríamos juntos, que seríamos inseparables, por que el amor es invencible e inmortal, y nosotros nos queríamos como dos eternos enamorados. Sentí las sensaciones de Ana, y ella sintió las mías, nos miramos a los ojos y asentimos como dos viejos conocidos, volvimos a besarnos.
Cuando nos dimos cuenta Alberto y Mabel habían ascendido por la pared de enfrente, nos hacían señas para que les siguiéramos y algo cacé de lo que Alberto gritaba
-¡¡...esta por aquí arriba..., sus ojos ..., deprisa.!!
Ana y yo nos miramos sorprendidos, pero corrimos al encuentro de nuestros amigos, subimos la pared a tientas y barrancas, y cuando accedimos al nivel donde estaban pudimos sentir su presencia.





Cuando el grupo de Juan entró en la caverna se quedaron fuera ocho personas, todas ellas tan nerviosas o más que el propio Juan. Su novia llevaba todavía el pañuelo atado a la cintura para que no se le viera el trasero, Maria trataba de consolarla y de acompañarla mientras cuidaba de que no se le cayera el pañuelito dichoso. Pedro seguía atentamente los movimientos de Juan el cual se había tomado en serio lo de la expedición al fondo de la cueva.
Los cuatro bajaron por un sendero húmedo, escabroso y desigual que les estaba encaminando hacia lo más oscuro de las profundidades, las gotas que caían desde el techo golpeaban violentamente contra las rocas que formaban el borde del camino, el eco del ruido al chocar estas se escuchaba en toda la gruta y el murmullo de las cuatro respiraciones viajaba en todas direcciones y en ninguna.
Cuando Juan se detuvo observó que las dos chicas andaban a una distancia prudente para que no le oyeran hablar con Pedro.
-Escucha Perico, vamos a gastarles una broma a las chicas.
-De acuerdo, pero no muy pesada. Que luego Maria no me habla en dos dias.
-Vale escúchame...
Y empezó a explicarle la broma.
Al llegar las chicas a la altura de Pedro, Juan ya no estaba, y Esther asustada le preguntó a este:
-¿Dónde está Juan?.
-No tengo ni idea, venía delante de mi y de repente se ha volatilizado. Literalmente ha desaparecido en mis narices.
-¿Que vamos ha hacer?.-Preguntó María.
-Nada especial. O seguimos y buscamos a Juan, o le esperamos en la salida de la cueva. Vosotras decidís.
-Vamos a seguir y buscaremos a Juan.- Dijo muy decidida Esther.
-De acuerdo, no os separéis de mi.
Y comenzaron a bajar por el camino que previamente le había señalado Juan a Pedro.
Descendieron hasta lo que parecía el nacimiento de un río, descansaron cinco minutos y bebieron un poco del agua.
Diez minutos después de sentarse escucharon un resoplido infrahumano, y las dos chicas se abrazaron la una a la otra, a continuación se percibió una carrera de lo que parecían dos personas, ó un animal cuadrúpedo.
Los resoplidos se fueron acrecentando, la carrera se escuchaba cada vez más cerca, las chicas estaban más nerviosas, Pedro comenzó a inquietarse y algo le llamó la atención a su espalda.
El grito desbocado que salió de lo más profundo de su garganta, alteró definitivamente a las dos asustadas chicas, que salieron como alma que lleva el diablo en dirección a la salida.
Pedro se quedó paralizado durante unos interminables segundos, cuando atendió a razones vió a su amigo Juan que corría detrás de las chicas para darles una explicación, mientras estas le llamaban de todo menos guapo. Ya no habría quien las parase hasta la salida .
Una vez hubieron salido a la luz del día, y los nervios de las chicas se habían calmado, Juan explicó su broma entre pequeños destellos de carcajadas y las miradas impenetrables de las dos féminas.
Cuando terminó la exposición de su genial plan todos quedaron en silencio, ninguno de los otros grupos había salido todavía, aunque no tardarían mucho.
Después de una interminable hora, unas lejanas voces familiares llegaron hasta sus oídos. No pudieron distinguir quienes eran pero sabían que salían de la caverna.
Unas rocas descendieron por la ladera de la entrada de la cueva y un saludo animado les hizo levantar la mirada hacia el sitio más alto. Eran Antonio, Sara, Lolo y Tina, que por las caras que traían se lo habían pasado mejor que ellos dentro de la gruta.

domingo, 6 de febrero de 2011

A Divinis.

Capitulo IX "En la comisaría".

Cuando el detective llegó a la comisaría de Porto Bahia, después de haber pasado por todas y cada una de las casas de los muchachos, y de haberse detenido a tomar un café muy cargado en el bar de Miguelinho, no había llegado ninguno de los padres.
Decidió ir a la parte de las celdas a ver como estaban sus jóvenes inquilinos, pero antes se detuvo en su mesa a dejar el bloc de notas, las llaves del coche y la cartera. Cuando se giró hacia la puerta que llevaba a las habitaciones de reclusos, tuvo la sensación de que algo no marchaba o marcharía como a él le gustaría.
Entró por la puerta y los vió a los cuatro tumbados en sus camastros, como cuatro angelillos, como si con ellos no fuera la cosa. Las chicas dormían abrazadas la una a la otra, arropadas con la débil sábana de la cárcel, no suspiraban, no parecía que tuvieran pesadillas, no temblaban, no hacían nada extraño. Ni siquiera los borrachos se portan tan bien.
Los dos chicos dormían por separado, mientras uno dormitaba en el suelo apoyado en la pared, el otro dormitaba en el camastro, boca arriba, como si se hubiera dormido mirando al cielo y esperando una respuesta, ninguno de los dos daba la sensación de nerviosismo, de malos pensamientos, de malas vibraciones.
Sintió un golpe acelerado a su espalda y se giró.
-Hola detective, pensé que no había nadie y venía a echar un vistazo a los chicos.
-Buenas noches agente Ramírez, estoy esperando a los familiares de los chicos. No tardarán en llegar, voy por un café,¿quiere uno?.
-De acuerdo, gracias.
El detective salió de la estancia dando una última visual a los chicos.
"¿Cuales serían las extrañas sensaciones que tendrían que sufrir estos jóvenes, para que podamos saber la verdad de lo que ha acaecido esta noche en el parque?". Era la pregunta que se hacía una y otra vez el detective, por más vueltas que le daba al cerebro, por más cajones ocultos que abría en su pensamiento y por más baúles olvidados de recuerdos que registraba en su cabeza, no encontraba la imagen del edificio en llamas del parque.
La máquina tardó dos minutos en servir los cafés, cuando regresó a la sala principal de la comisaría, el agente Ramírez departía enérgicamente por teléfono y cuando le vió entrar en la habitación le hizo una seña para que se acercase.
-Un momento, acaba de entrar.
-Detective Marcus, ¿en qué puedo ayudarle?.
-Deberías estar de regreso a casa y con las vacaciones en el bolsillo,¿qué ha sucedido?.-Interrogó una suave voz femenina.
-Cariño, lo siento. Ha ocurrido algo con unos chavales que...
-¡Si están borrachos que se ocupe el agente!.-Exclamó eufórica.
-No puede...,un momento,¿no conoces tú a los padres de los hermanos Gomes Madeira?.
-Si,¿porqué lo preguntas?.
-Por que son ellos y sus amigos los que están en las celdas.
-¿Pero que...?
-No puedo hacer nada hasta que no se despierten y me cuenten lo que ha sucedido, no insistas.
Y colgó. Le sabió a mal colgarle el teléfono a su mujer, pero tenía que hacerlo antes de que se pusiera más pesada. La puerta se abrió a su espalda dejando entrar todo el calor que inundaba la calle.


Los padres de Alberto Lopes fueron los últimos en entrar por la puerta de la sala policial, en la cual lloraba la madre de los hermanos Gomes, en donde el tio Cecil se afanaba en preguntar que por que no sacaban a su niña de allí, y en la que el detective Marcus se debatía entre pegarle un puñetazo o darle una tila.
Una vez estaban todos, el detective tomo la palabra, no sin tener algún que otro percance bucal con los presentes.
-Bueno señores, antes de nada decirles de que les he avisado para que supieran, y solo supieran, que sus hijos e hijas están detenidos por el asunto del incendio en el parque de las tetas, y la misteriosa aparición de un pequeño edificio que ardió igualmente.¿En qué medida están implicados ellos?, no lo sé y no lo sabremos hasta que se despierten por la mañana, así que por favor les pido tranquilidad. No les vamos a echar del cuartelillo a no ser que armen el escándalo que estaban formando hace un minuto, por favor.
Mientras las familias se debatían en sentarse o andar a lo largo de toda la estancia, Marcus entró de nuevo en la zona de celdas para ver como iban sus inquilinos y, para asombro del detective, todos seguían en la misma posición que hacía una hora. Las chicas abrazadas la una a la otra, y los chicos uno en el suelo y el otro mirando al cielo. Ninguno mostraba síntomas de pesadillas, ni anomalías, ni sudores de ningún tipo. Parecían los chavales más buenos del mundo, los más tranquilos y a la vez los más seguros de sí mismos. Aunque la primera vez que Marcus los vió en el parque temblando de miedo, sudando a mares, temblando como si estuvieran en pantalones cortos en el polo norte, suspirando como si acabaran de librarse del director de una escuela después de una pequeña gamberrada, como si los hubiera perseguido el mismísimo diablo y le hubieran esquivado detrás de una esquina. No, en aquel momento eran los muchachos más frágiles y más débiles del planeta. Aquellos muchachos del parque no se parecían en nada a los que había dentro de las celas, no tenía la misma sensación ahora que en el momento de conocerlos en el parque.
-Su mujer acaba de llegar señor.
Informó el agente Ramírez.
Volvió a salir a la sala y observó como su mujer consolaba a la madre de los hermanos Gomes, cuando levantó la cabeza y le vió postrado delante de la puerta de las celdas, ni siquiera le sonrió.
"Normal", pensó Marcus.
Cuando todo parecía estar más tranquilo, cuando ninguno de los presentes estaba exaltado, cuando el bullicio de los nervios acumulados se iba acallando y las voces se habían convertido en un simple susurro al oído del compañero, algo sobresaltó la estancia de tal manera que hasta el cuadro del jefe de policia se cayó al suelo.
Las miradas asombradas de los presentes se cruzaron confusas y atónitas, buscaron respuestas en los ojos el detective, y solo encontraron más de lo mismo que les ocurría a ellos. Marcus empuñó la pistola y abrió la puerta del pasillo de las celas, escuchó un leve grito ahogado en lágrimas de miedo a su espalda. El agente Ramírez marchaba detrás de él sosteniendo su arma, la puerta se cerró de golpe detrás de ellos y ambos se giraron de golpe apuntando a la nada.
Mientras en la sala los sudores empezaron a ser fríos, los temblores comenzaban a invadir toda sensatez humana, los malos augurios surgían de las entrañas del estómago y corrían a sepultar el razonamiento del cerebro entre fangosas aguas infernales, las palabras quedaban encerradas en oscuras mazmorras de sin sabores y maldiciones, la expectación afloraba a cada segundo que transcurría, la tensión se hacía patente en cada suspiro, la antítesis de la raza humana en todo su esplendor.
Detrás de la puerta se escuchó un grito, a continuación un golpe seco, algo que se rasgaba, algo que se derramaba y un disparo.
Y todos quedaron en silencio.

sábado, 5 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo VIII "Divisiones."

Dejamos la carretera a altura del molinillo, y entramos en caminos de piedra. Comenzamos a subir por la falda de la colina en dirección a la gruta, Ana me tiró de la camiseta para que parase. Me detuve.
Se sacó el casco y desenvolvió su cremoso pelo, me miró sonriendo y me dijo:
-¿Qué pasa?, me estoy meando.
Detoné en una explosión de risas incontenidas, ella me miraba como si estuviese poseído, y su mirada de extrañada me hacía reirme más descontrolado. Se escondió detrás de unos matorrales mientras yo terminaba de contenerme y me encendía un cigarro, la moto ronroneaba bajo mi entrepierna, y los demás se perdieron en la espesura del pequeño bosque. Solo se oía los rugidos de las cinco motos distantes, nadie se dio cuenta de que nos habíamos parado, nadie observó que faltábamos, tendría tiempo de tontear un poco con Ana, si ella estaba dispuesta.
El matorral se movió y detrás de él ví la figura de Ana subiéndose los pantalones inconsciente de que la estaba viendo, se bajó la camiseta y se colocó la pechera con un gesto muy femenino de tirar del sujetador hacia arriba, se puso las gafas en forma de diadema y se giró hacia donde estaba yo, y me vió.
Cuando llegó a mi altura, con una sonrisa picarona en los labios, me preguntó:
-¿Qué estabas mirando cotillo?.
-No estaba mirando, te estaba admirando que no es lo mismo.-Contesté un poco excitado.
Me abrazó y me plantó un beso de los que hacen afición en la boca, pude oler su cabello dulce como la canela, pude saborear la miel tierna de sus labios, pude paladear el azúcar de su ser, pude degustar el almíbar de sus sentimientos y pude consumir todas las variedades de su amor.
"Momentos kodak", habría dicho Alberto. Pero a mí me gustaba llamarlo paradas de tiempo. Por que todo se detenía a nuestro alrededor, los pájaros dejaban de cantar, las nubes de viajar por el ancho cielo, el viento de soplar sobre las tenues ramas de los árboles, la hierba de crecer, el tiempo dejaba de correr hacia otro día, los pensamientos se escapaban de la mente y volaban al país de nunca jamás, solo nos quedábamos ella, yo y nuestros sentimientos. Los segundos se hacían inextinguibles, los minutos se prolongaban por la inmortalidad de la vida, las sensaciones se hacían indestructibles para los amantes inmortales, los momentos de gloria se quedaban en un pedestal podrido de vanidad, cuando dos personas se encuentran en los caminos del amor, en la ruta de los sentimientos, en la senda de las pasiones prohibidas, en la travesía de las fogosidades del éxtasis.
El momento duró un minuto, pero fue el minuto más largo de la historia de los minutos. Fue la culminación de sesenta segundos de pasión incontrolada, de calores que ascendían por la espalda, de sudores que descendían por la entrepierna, de sentimientos que afloraban en forma de alzamiento muscular, de endurecimiento de puntas de pirámide, de gemidos pasionales enmudecidos por la voz de la efusión, de manos entrelazadas, de ojos cerrados, de sonrisas picaronas, de complicidad emocional compartida, de sueños rosas.
-¿Nos marchamos ya o que?.-Preguntó Ana, todavía exaltada por el momento.
-Déjame que saboré este momento, por favor.
-Vale, de acuerdo.-Y me volvió a besar.
Las motos de los demás ya no se oían, los cantos de los pájaros volvieron a resonar en el viento que se movía de nuevo, las ramas se agitaban otra vez, y el tiempo volvía a correr en busca de un nuevo día.
Nos pusimos en marcha, pero fuimos muy despacio. Casi podíamos ver crecer los hierbajos.





Cuando llegamos a la entrada de la gruta no vimos a ninguno de nuestros amigos, pero si estaban las motos debajo de un árbol. Las voces de los chicos salían de lo más hondo de las entrañas de la caverna, estaban muy animados y felices. Iban cantando cuando alguien chilló de improviso y el eco del silencio producido tras él llegó hasta nosotros como una cuchilla de samurai, nos miramos sorprendidos, vimos la sorpresa y la angustia en los ojos del otro, y salimos disparados hacia la gruta.
Antes de que llegáramos a la entrada, una estruendosa carcajada general inundó nuestros oídos y la sorpresa se volvió a reflejar en nuestros ojos. Alguien gritó mi nombre, alcé la cabeza hacia las pared de rocas del fondo y vislumbré la cabeza de Alberto, me hacía señas como un poseso para que subiéramos hasta donde se encontraban, le hice una señal a Ana para que viera la posición de Alberto y para que supiera que teníamos que subir por allí.
Comenzamos la ascensión por las rocas más secas, escalamos por la zona más firme y sin peligro de resbalones, remontamos los doce metros de pendiente de rocas y gravilla con total lentitud, sin arriesgar.
Mientras subíamos a la cumbre escuchábamos las voces escandalosas de los demás, las risas alteradas, los nervios por el susto acaecido y la alegría descontrolada de estar haciendo algo peligroso.
-¡Donde os habíais metido picarones¡.-
Gritaba eufórico Alberto.
-¿qué ha pasado?,¿hemos oído un grito?.-Pregunté.
-Nada, la torpe de Esther que se ha resbalado, ha caído deslizando por las piedras y se le ha roto el pantalón.
-¿Y se ha hecho ella algo?.-Interrogó Ana.
-No, un pequeño rasguño sin importancia.
Después de la conversación con Alberto, nos acercamos a donde estaban los demás, y vimos a Esther y sus pantalones rotos que le dejaban ver un poco de su trasero.
La pobre de Esther se había puesto colorada, su novio Juan intentaba taparla el agujero con un pañuelo, mientras los demás se partían de risa y la desdichada chica se debatía entre la risa y la timidez.
La atronadora carcajada común se iba apagando, las miradas se cruzaban a lo largo y ancho de la caverna, y los suspiros de agonía sustituían a los resoplidos de alegría y de nerviosismo.
Alguien dijo:
-Bueno,¿nos decidimos a entrar ya o qué?.
El silencio volvió a reinar en la caverna, las miradas ahora eran de complicidad, el miedo empezaba a hacer acto de presencia, los sudores comenzaban a caer por las espaldas, los temblores comenzaban a florecer en las manos, las posiciones tomadas ya no eran tan firmes como hacía diez segundos. Teníamos miedo.
-¿Porqué no entramos por grupos?, nos será más fácil a todos.-Propuso alguien.
La propuesta fue tomada con mucha gratitud, la división de los grupos fue moderadamente rápida.
Tres grupos de cuatro personas, Esther, Juan, María y Pedro; Antonio, Sara, Lolo y Tina; Alberto, mi hermana, Ana y yo.
Fuimos entrando en la gruta por separado, primero el grupo de la chica de los pantalones, que entró por la parte más inferior de la enorme piedra. Cuando ya no oíamos sus respiraciones, ni podíamos escuchar sus pisadas ni sus palabras susurrantes, entró el grupo de Lolo.
A estos les costó un poco más entrar, cuando al fin se decidieron lo hicieron por la parte más alejada de la roca, pero la de más fácil acceso. Las pisadas se escuchaban pesadas, lentas como caracoles, susurrantes como fantasmas, no podíamos saber por que, pero de pronto se dejó de escuchar nada, ni las pisadas, ni las palabras, ni los suspiros agónicos, nada de nada.
Después de varios minutos de espera escuchamos un golpe seco y la voz de Antonio gritándole a su chica Sara que tuviera más cuidado de donde pisaba.



Por fin nos tocó entrar a nosotros, lo hicimos por la parte cercana de la gruta, pero la de más difícil entrada dado que estaba húmeda, fría y lisa. Agarré fuerte de la mano a Ana y comenzamos a ascender hacia la grieta en la pared.

viernes, 4 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo VII "Indagaciones."

El detective Marcus se afanaba en buscar una solución al problema. La gente, que estaba en el parque destartalado, profanado y adulterado, se esforzaba en dejar el lugar como antes del holocausto ocurrido.
Los bomberos regaban las altas llamas del edificio místico, las ambulancias se peleaban por encontrar heridos de guerra, los agentes de policía bregaban con cada uno de los transeúntes del parque, haciendo preguntas y consiguiendo contestaciones incoherentes.
-¿Has hablado con los muchachos aquellos?.-Le preguntó el comisario.
-Lo he intentado. Pero, o se han negado, o estaban aturdidos. Los he enviado a comisaría para que se despejaran un poco, parecían en trance.
-¿Sabes sus nombres o direcciones?.
-No, pero en diez minutos las tendré.
-Bien, hay que informar a sus familias. Dame los datos en cuanto los tengas.
El comisario se alejo del lugar mientras cogía el móvil para llamar al director general de la policía y darle informes.
Marcus se dirigió a un grupo reducido de muchachos que habían permanecido allí desde el momento del estallido, cuatro chicas y otros cuantos chicos. Estaban llorando como niños, y, encendiéndose un cigarro, les preguntó:
-¿Conocíais a los chicos que se han llevado a comisaria?.
-Sí.-Contestó uno de ellos de inmediato.
-Me podríais dar sus nombres o direcciones, más que nada para informar a sus familias de donde están.
-Ana María Cecil, Alberto Lopes y los hermanos Gomes Madeira.
-Muchas gracias, por cierto, ¿no sabréis lo que ha ocurrido aquí esta noche?.
-Los únicos que lo saben, si lo saben, son ellos.
Y se marcharon.
Marcus había apuntado los nombres de los muchachos y se encaminó hacia donde estaba el jefe."Los únicos que lo saben, si lo saben, son ellos.", había dicho el muchacho, ¿a qué se referiría con esas palabras?.
-¿Has conseguido algo?
-Si. Los nombres de los chicos.-Contestó Marcus.
-Llama a sus casas e informa a sus padres. Tienen que saberlo.
Cogió el teléfono y llamó a su compañero, le dio los nombres de los chavales y le pidió que le buscase las direcciones de todos ellos. Que noche más larga le esperaba.
El pensamiento del detective se desvió, en ese momento, hacia el edificio que ardía en llamas, en lo alto de una de las colinas que formaba el parque de las tetas. Los bomberos estaban consiguiendo apagar el fuego, las ambulancias empezaban a desfilar vacías, por suerte no había que lamentar pérdidas personales, y los policías seguían con su pelea natural, acordonando la zona, espantando a los curiosos e interrogando a todo el personal presente en el parque en el momento del suceso. Sonó el teléfono.
-¿Qué paso?.
El compañero de Marcus le dio las direcciones de los chavales, y echando una última mirada al edificio medio apagado por los chorros de agua, se montó en el coche y se marchó.
Ana María Cecil, la sobrina del conocido tío Cecil, vivía en la calle de la sal, justo donde tenía su tío la tienda. Arrancó el coche y se encaminó hacia la morada de la muchacha.
Desde el coche pudo ver el espectáculo reinante en el parque, gente corriendo en todas direcciones, personas que se afanaban en salir de allí cuanto antes, luces de mil colores, sonidos de diferentes tonos, gritos, lamentos y lloros.






La puerta sonó alteradamente, el tío Cecil bajó las escaleras torpemente y, aún dormido, preguntó :
-¿Quién es?.
-Soy el detective Marcus, vengo a comunicarle algo respecto a su sobrina Ana.
El tío Cecil abrió de inmediato la puerta, y ofreció al detective Marcus un café.
-Verá su sobrina sabe algo de lo que ha ocurrido esta noche en el parque de las tetas, pero al igual que sus amigos se ha negado a hablar. Están todos en la comisaría, en teoría solo estarán esta noche, pero si mañana siguen sin hablar habrá que tomar una decisión drástica. Si quiere ir a hablar con ella mandó venir a una patrulla que le acerque a comisaría.
-Se lo agradecería mucho, detective.
Llamó por teléfono y dio la dirección, y se despidió del viejo con un apretón de manos.
Que noche tan desastrosamente mal imaginada, ni a sus peores enemigos se la deseaba. Montó en el coche y se encaminó a casa de Alberto Lopes en la calle del tulipán negro.
¿Qué estaría pasando por las cabezas de esos muchachos en estos momentos?, ¿qué pensamientos oscuros recorrerían sus mentes en esos instantes?, nadie excepto ellos lo podían saber. "...si lo saben...", había dicho aquel muchacho que los conocía.
Los faros del vehículo iluminaron la puerta de entrada a la casa de los Lopes, el viejo Cecil se lo había tomado bien, ¿cómo se lo tomarían los padres de Alberto?.
Después de llamar tres veces copiosamente, se abrió la puerta y apareció una señora de unos cuarenta años, en bata y medio dormida. Mirándole fijamente le preguntó:
-¿Qué desea señor?.
El detective se presentó de la misma manera que con el viejo tío Cecil, expuso el problema de la misma manera que se lo tendió al viejo, y la reacción fue muy similar, aunque esta vez no tuvo que hacer el ofrecimiento de llamar a una patrulla, el matrimonio tenía coche.
Las personas son tan diferentes pero a la vez son tan idénticas, y todo como consecuencia de estados alterados de nerviosismo, miedo, neurasténicos y agónicos. Y, casi siempre, causados por los hijos.
Para la última visita tenía que salir del pueblo, en la carretera de Porto Bahía a Sándalo, se encontraba la casa de los hermanos Gomes Madeira, era un momento de tensa espera hasta que se llegaba a la casa, la cual vislumbró al tomar la curva a derechas a la salida del pueblo. Era una casa moderna de última construcción, blanca y con el techo de uralita y barro. No era ni muy grande ni muy pequeña, el tamaño ideal para pasar las vacaciones de verano, la valla de metal rodeaba toda la casa sin ocultar nada, y las ventanas estaban todas abiertas.
Abrió la puerta de la berja y entró en el pequeño jardín de entrada. Extrañamente no tenían perro, por que de haberlo tenido ya habría despertado a todo el vecindario con sus ladridos, llegó hasta la puerta de la casa y esperó un momento antes de llamar. Se encendió un cigarro y observó el jardín, rosas, margaritas, violetas, algún que otro pino pequeño, hierba muy corta en todo el terreno y la manguera recogida en un obillo. El coche descansaba en la puerta del garaje, la cual estaba entre abierta y dejaba escapar unas tenues sombras de ruedas de moto o de bici, el jardín estaba atravesado por un camino de piedras que iba desde donde estaba el detective, hasta la puerta de entrada por la berja, y se dispuso a llamar.
La alta figura de un hombre sobresaltó al intranquilo detective cuando se giró, y se excusó:
-Buenas noches, perdone que le moleste a estas horas de la noche, pero tengo que decirle algo respecto a sus dos hijos.