miércoles, 23 de marzo de 2011

La isla de los olvidados.

III.

Cuando despertó se creyó muerto pues la oscuridad era total, no se veía a sí mismo y, lo más inquietante, no se sentía. Poco a poco su cuerpo fue reaccionando y los picores dejaron paso a los calambres para ser abatidos por los dolores que, como si hubiesen llegado a él desde el otro extremo del universo, le dieron las pistas para saber su estado.
El dolor comenzaba a la altura de las rodillas, subía por la espalda y se juntaba con el de la cabeza. Sospechaba que al darle la caza le habían dislocado las rodillas para que no volviera a huir y el dolor de la cabeza habría sido fruto de un golpe con algo contundente, ¿pero qué?.
El repugnante edor a podrido se mezclaba con el del estiércol y su maltrecho estómago pugnaba por salírsele por la boca, mientras los restos supervivientes de su cerebro intentaban buscar soluciones al problema. No sabía donde estaba y tampoco veía nada de aquel "lugar". Estaba perdido.
Durante unos segundos escuchó el silencio sumido en sus pensamientos cuando una voz le sacó del ensimismamiento en el que se encontraba. No podía ser.
La ira nació en su interior como un gusanillo y fue creciendo a la velocidad de la luz hasta eclipsar sus otros sentidos. Sacando fuerzas de no se sabe donde, arrastró su maltrecho cuerpo hacia donde aquella voz venía y gritó. De su boca no salió nada más que un: "¡¡¡AAAAAAAHHHHGGGGGGRRR!!". Al segundo siguiente una puerta se abrió con el rechinar de unos goznes que no habían conocido la grasa en siglos y dos sombras le arrastraron por un pasillo húmedo y con escasa luz. Los enormes dedos de aquellos seres se le clavaban en las axilas pareciendo querer salir por las clavículas, pero no sentía dolor. Solo ira, rencor, ganas de matar.
Fue llevado en volandas hasta una silla mal fabricada de robusta madera y lanzado de mala manera, pero el dolor a chocar contra ella pareció no existir en él.
-¿T...tú?,¿po...por qué?.- Preguntó a la sombra.
- ¿Y por qué no?.- respondió aquella voz.
-Yo...cre...creía que eras....p...pe..periodista.
-Todos lo creíais, pero ya ves, estábais equivocados.
-No lo entiendo.....
-Es muy sencillo. El proyecto de las "Islas cárceles" fue ideado por mi padre pero se lo robaron y para que no hablara le inyectaron una droga que le convirtió en lo que vés. Ahora yo estoy a un paso de reparar aquel prestigo robado.
-¿Pero ...?.
-Tránquilo, te lo voy a explicar. Mi padre se ha convertido en un carnívoro salvaje y no atiende a nada ni nadie, salvo a mi. Para recuperar su dominio he experimentado mucho en otra de las islas hasta que dí con la solución: una célula madre que regeneraría su capacidad y recuperaría sus recuerdos, pero tenía que alimentarse en el cerebro de otra persona..
-El.... mío.
-Exacto, el tuyo.
-¿Y el huevo?.
-Un truco para alejar de tí a la mujer que ha servido de cena a mi padre y poder capturarte. Ahora, si permaneces quietecito, procederé a recuperar la célua que salvará a mi padre.
Inmóvil e indefenso vió como aquella maldita rubia, que tanto odiaba, se acercaba bisturí en mano y le aplicaba un incisión en el lado derecho de la sién y extraía un trozo de masa sanguinolenta que depositó en una bandeja. Recurriendo a las últiimas fuerzas que le quedaban, levantó el brazo derecho y ,con un movimiento que le pareció que duró dos vidas, cogió de la melena a la rubia y tiró hacia él poniendo su cara sobre la de ella cuando esta cayó sobre él en la silla.
-Te voy a matar zorra, te lo juro.
-¿Si?,¿cómo?.- y se rió.
-Así.
Y con la otra mano le arrebató le bisturí ante la sorpresa de ella y le rasgó el cuello. Su ojos azules se llenaron de asombro y se vaciaron de la felicidad que la embargaba momentos antes. Él no la soltó y ella se fue moviendo cada vez menos, siempre al ritmo que su palidez iba abriendo paso en su cara, hasta que cayó muerta.
-.....ooooolllviiiidddaaaadoooosssss....
La figura asalvajada de aquel hombre entro en aquel cuarto y miró a su hija sin conocerla. Se acercó a ella y lamió su sangre. Sonrió.
-.....ooooolllvviiiidaaaaddooooossss jjeeeeeerrrrrr.....
-Buen provecho.-Dijo Santos.
Y cuando aquél le miró el bisturí entro hasta lo más hondo de su ser arrebatándole la vida.
Mirando a la nada, lo último que vieron sus ojos ya muertos, fue el momento de su juventud en que había amado a aquella mujer,¿sería este su castigo por haberla querido?.

Fin.

martes, 22 de marzo de 2011

La isla de los olvidados.

II.

El alarido infrahumano consiguió despertarlo. No sabía donde estaba ni quién era. La densidad del ambiente, la humedad de aquel paraje y la escasa luminosidad le aturdían los escasos sentidos que tenía en marcha.
Tocándose la nuca se incorporó despacio y antes de que pudiera siquiera pestañear, alguien le asaltó por la espalda y la tapó la boca.
-No hagas ni un solo ruido.- La voz en susurro era de una mujer.- Solo escucha.
Su asombro pasó por encima de su miedo para mostrarle el vacío de sonidos de aquel lugar que, parecía ser una isla si no fuera por la ausencia de cualquier ruido. Ni el viento meciendo las hojas, ni el rumor del mar, ni los cantos de las aves o el gruñido de alguna fiera, solo sus respiraciones y el ritmo de sus pulsaciones. Y de pronto, el crujido de una pisada partiendo una rama.
-Sshhhh...-Insistió su apresora.
-....oooolllvviiiiidaaadooossss jeeeerrrrrrr......
Y un sonido que helaba la sangre.
Segundos después su raptora aflojó la presión de su mano y le dejó libre.
-No hay tiempo de explicaciones, solo te diré que esto es la isla de los olvidados y si quieres vivir más tiempo debes seguirme.
La mujer desapareció por un sendero y él, sin pensar en lo que hacía le siguió. Corrieron sin descanso durante largo rato y siempre ascendiendo, como si aquella cosa fuera persiguiéndolos. Al llegar a un claro ella desapareció.
Asustado y atónito dejó que su respiración se moderara para repasar la situación.
Y entonces le llegó el edor. Un olor rancio, repugnante, de carne putrefaca y de basurero juntos. Un fétido aroma que volcaba el estómago y hacía que sus jugos salieran en barrena y, el suyo no pudo soportarlo. Vomitó tanto que hasta cuando no tenía nada que echar parecía que su estómago le saldría por la boca.
-¡¿Qué diablos es este lugar?!.-Gritó.
- Entra y te lo explicaré.- Le asaltó la voz de la mujer desde detrás de un alto matorral.
Una vez dentro de la cueva esperó a que ella hablara.
-Estás aquí por que has cometido un delito y te han condenado. Esto es una cárcel, pero no como las que conoces. Aquí la condena es a muerte y ella te persigue, te acosa, te acorrala y te vuelve loco hasta que caes en sus garras. Ya estas sentenciado.
-¿A muerte?.
-Eso sería lo fácil. Solo mata cuando tiene hambre de verdad, mientras juega contigo.
-¿Qué especie de "cosa" es?.
-Nadie lo sabe hasta que ya es demasiado tarde.
-¿Y ese olor?.
-Son los cuerpos mutilados, despedazados y aniquilados de los siete que llegaron el mismo día que yo.
-¿Y tú por qué no...?.
-¿...estoy muerta?. Porque yo no estaba aquí, estaba arriba vigilando pero no se le puede detectar salvo por el alarido.
-¿Y qué se puede hacer?.
-Vivir como podamos hasta que la muerte nos llegué...
Aquel hiriente alarido los dejó petrificados pues había sonado en la puerta de la cueva. La extraña mujer se asomó para ver y, en décimas de segundo, volvió a meter la cabeza dentro.
-Ahora hay dos....-se perdió en sus pensamientos.
-¿Dos qué?.
-¡¡Dos criaturas!!, ahí fuera hay un huevo.
Sorprendido se asomó y en el centro de su gran vomitona aparecía lo que podría llamarse un huevo,"¿pero cómo..?", pensó cayendo en la cuenta en el mismo instante.
-La célula..
-¿Célula?, ¿qué célula?.-Preguntó la mujer.
- La que estaba estudiando. Soy científico y unos soldados encontraron la célula en una de sus incursiones en algún pais y la corporación me pidió que la estudiara. Cuando se dieron cuenta de qué era, me quitaron del medio y de paso se deshicieron del problema.
-¿Quieres decir...?.
-Sí. No creo que hubiese una guerra, pero si que hay más de estas islas y creo que los seres de ellas han evolucionado.
-¿Evolucionado?.
-Se han hecho inteligentes, se reproducen y, sorprendentemente, viajan.
De nuevo el alarido les sacó de sus pensamientos.
-Está hambriento,-Dijo la mujer-, lo sé. Tenemos que movernos o será el fin. Un consejo, corre siempre hacia arriba, por algo que no se explica, no corren bien en las alturas. Y cuando ya no puedas subir más, solo puedes esconderte y rezar que no llegué hasta tí. Nunca llegan hasta arriba. Ahora corre.
Y salió por la entrada de la cueva como alma que lleva el diablo, sin darle tiempo a responder y obligándole a correr por instinto. Y corrió. Siempre hacia arriba y sin reparar en los arañazos que los arbustos le hacían en las piernas. Corrió sin escuchar los alaridos de las dos criaturas y sin percartarse de que sus pasos eran seguidos de cerca. Sus aliento se hacía espeso, sus piernas comenzaban a dolerle por el esfuerzo máximo al que no estaban acostumbradas, su vida se estaba acabando y solo podía vivir la agonía de un final que no era de este mundo. Agonizante llegó al final del ascenso, su respiración le impedía escuchar y no oyó a la mujer gritar. No sabía que hacer, donde ir o mirar. Solo podía esperar y se hizo infernal los segundos hasta que el silencio lo envolvió todo de nuevo.
"Nunca llegan hasta arriba", había dicho ella."¡¡Ella!!". Haciendo el mínimo ruido la buscó entre matorrales, en las rendijas del acantilado y en los huecos del suelo sin encontrarla. Desesperado inició el descenso por donde había venido y, a medio camino, escuchó un siseo. Como un rumor de alguien comiendo mientras con una voz sibilina y espeluznante decía:
-...ooollviiiidaaadoooosssss jeeeeerrrrrr
Y se hizo la oscuridad.

domingo, 20 de marzo de 2011

La isla de los olvidados.

I.

El alarido se escuchó por toda la extensión de la isla, desgarrador y demasiado aterrador para haber sido humano, a la vez que la tensión crecía en el interior del refugio. Las miradas desencajadas se cruzaron para interrogar al vacio sobre aquello que había resquebrajado su anodina rutina diaria. El silencio se apoderó de la situación y el sonido del viento del acantilado fue la única respuesta.
La segunda vez aquel estridente sonido heló la sangre de todos por lo cerca que había sonado. El frío se hizo considerablemente insoportable y el color de sus rotros se volvió tan pálido que, en algunos casos, tenía tonos azulados. No hubo palabras. No hubo respiración. Solo miedo.
El sonido de una roca al rodar sobre sus cabezas y caer por delante de la entrada de la cueva los desquició. El arrastrar de unos pasos acechantes, el sentirse acechados como si fueran caza y la perspectiva de ser el desayuno de algún ser, los mató.
Comenzaron a chillar, aullando por la agonía de no saber que les iba a pasar. Llorando desgraciadamente ante la visión oscura de un futuro imposible que les había sido negado. Iban a morir sin poder impedirlo, sin saber quién o qué los iba a matar.
La entrada de la cueva se volvió negra y la oscuridad lo invadió todo. Gritos de pánico, gruñidos de satisfacción, la sangre que no se veía derramándose por doquier. El dolor infinito ahogado en histéricos sonidos que reflejaban la desesperación y la agonía del que se sabe muerto antes de morir. Y después el silencio.
Unos pasos arrastrados y, antes de que volviera la luz, unas palabras a la nada conquistada en un susurro afónico de satisfacción:
-jeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrr, ....ooollviiiidaaadooossss,jeeeeeeeerrrrrrrrr...


Año 2111.

Mientras la rubia periodista le hacía aquella colección de preguntas supo, instantáneamente, que aquella jornada sería díficil para todos. Santos era un científico de la antigua escuela, de esos que hacían una investigación para cada duda que les surgía y muy mal orador. No le gustaba explicar cada cosa que descubría, lo odiaba.
Esa mañana se había visto obligado a detallar sus estudios ante todos aquellos medios que, si bien nada entendían de lo que él decía, solo cuestionaban la veracidad del resultado anteponiendo la costosa inversión que se había llevado a cabo para ello.
-¿Quiere decir eso que no ha descubierto nada?.-Inquirió la rubia.
-La verdad es que queda un tramo importante que recorrer antes de ver el resultado final y por la tanto...
-¡¡Y los meses de trabajo y el dinero invertido!!, ¿para que han servido?.- Preguntó otro periodista.
-Si me dejan se lo podré explicar. A partir de la célula encontrada en el lugar, hemos desarrollado un plan de crecimiento que necesita un tiempo para llegar a ser lo que originalmente fue, cosa que a día de hoy no sabemos pues la célula está en el primer ciclo de nuestro plan. Habrán de pasar al menos un par de semanas y no antes, repito no antes, de año nuevo tendremos resultados satisfactorios.
-¿Y la corporación que piensa de todo esto?.- Insistió la rubia.
-Pregúnteselo a ellos, yo solo cumplo con mi parte.
En este punto las voces exaltadas de docenas de periodistas queriendo preguntar obligaron a suspender la conferencia.
Santos salió con la mirada inmersa en los informes de su investigación y obvió a su compañero hasta que llegaron al laboratorio.
-Esa mujer te odia Santos.
-No tanto como yo a ella. ¿Qué tenemos?.
-Nada nuevo. La célula crece despacio aunque el proceso de ayer a hoy ha sido más rápido y ahora tiene el doble de tamaño que cuando la encontramos..
-Vamos a verla..
En ese momento la alarma saltó y los protocolos de emergencia se activaron solos. Los dos científicos corrieron por el pasillo y entraron en la cámara donde debería estar la célula pero en su lugar encontraron la urna rota y vacía, junto con los cuerpos de los compañeros que trabajan en ese momento en el sitio.
-Nos han robado la....
El grito de su compañero le sacó del trance y comprobó que este yacía tumbado bajo su cuerpo, sangrando alarmántemente por el cuello, mientras él blandía uno de los bisturis en la mano derecha.
-¿Pero qué...?.
En ese momento entró la seguridad privada de la corporación y, ante la rápida visión de lo sucedido, redujeron a Santos que forcejeó hasta que uno de los guardas le asestó un golpe que lo sumió en una semi inconsciencia.
Y justo antes de la oscuridad escuchó una voz, sin saber si era alucinación o alguno de sus apresores, diciendo:
- olvidados ....

jueves, 17 de marzo de 2011

A Lucy.

Una sola noche bastó par deshacer el nudo,
una sola mirada sobró para borrar la sombra,
una sola palabra dejó mi corazón enmudecido,
y creó un hueco vacío que me llenó de penumbra.

Una sonrisa que mi pulso aceleró descontroladamente,
una caricia que me robó el tacto de tu piel,
una vez me bastó para encontrar el camino demente,
que hizo que me enamorara de tus ojos de miel.

Solo pienso en el instante en que nuestros ojos se encontraron,
en aquella brizna de ilusión desprevenida de tu mirada,
en aquel momento de esperanza que tus manos se llevaron,
y en aquel adiós furtivo que acalló mi alma entregada.

No pierdo la esperanza de en mi camino encontrarte,
y demostrarte que aquel instante de amor entregado,
no fue encajonado en el baúl del cariño pasado,
por que un segundo de amor bastó para desear besarte.

La luna cuenta en susurros a las estrellas,
que tiene envidia del perfume que desprendes,
que anhela tener el brillo de tus ojos deslumbrantes
y que daría la vida por ser la mitad de bella.

Confiesa entre suspiros de eterna desazón,
que quisiera arrebatarte el sonido de tu sonrisa,
que desearía saborear las mieles de tu alegría,
para encontrar así el amor de su corazón.

Canta en canciones de ensueño enamorado,
que te robaría el aura de sencilla princesa,
para proclamar a los cuatro vientos que es la Diosa
y que jamás podrás eclipsar sus besos robados.

Y no sabe que las estrellas a escondidas de ella
callan las veces que se han entegado,
ocultando el amor que tú les has regalado,
por que solo nombrarte te hace más bella.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Te amaré hasta que te mate.

Caminábamos de la mano por la orilla vallada del estanque helado, escuchando el silencioso caer de los copos de nieve, observando como se amontonaban, uno encima del otro, hasta crear la manta perfecta que nuestros pasos estropeaban.
Paseábamos con los dedos entrelazados, sonriendo al gélido frío que empañaba nuestros alientos, riendo con los niños que jugaban con la nieve, admirando el muñeco de aquellos o la guerra de bolas de los otros.
Abrazados nuestros besos y flotando nuestros cuerpos, el silencio cayó como una losa, el tiempo se detuvo, los copos de nieve quedaron en suspenso y la vida fue muerte en menos tiempo del imaginado.
La miré a los ojos, me devolvió la mirada, y en ese instante supe que todo había terminado. No más paseos, no mas risas, no mas besos. El vacío vino a mi como la madre auxilia al hijo, abrazandome en todo su haber, hasta quedar sumido en la más absoluta incredulidad, derrotado antes de empezar la batalla, mi cuerpo se derrumbó.
La unidad de primeros auxilios dictaminó muerte por infarto, el forense lo corroboró, y todos quedaron conformes. No más preguntas, no más dudas, no más porques.
Dos días después acudieron al lugar de mi fallecimiento dos docenas de palomas, cada una con una rosa en el pico. El espectáculo fue asombroso, no hubo periódico o telediario que no se hiciese eco de la noticia y, más o menos, esto es lo que dijeron.
"A la orilla vallada del estanque helado, ante la pasmada mirada del público existente, dos docenas de palomas blancas dibujaron el nombre de una mujer, con rosas blancas que traían en el pico. La mujer resultó ser la novia de un muchacho fallecido dos días antes, supuestamente de infarto, aunque la policía duda de esa hipótesis pues en la casa de esta mujer se han encontrado veinticuatro docenas de rosas blancas. Seguiremos informando segun avancen las investigaciones."
Caminábamos de la mano por la orilla vallada del estanque helado, con los dedos entrelazados y, abrazados nuestros besos y flotando nuestros cuerpos, le dije:
-Te querre siempre.
Y ella contestó:
-Te amaré hasta que te mate.-Y en lo más hondo de mi corazón sentí la punzada.
El rabo de la rosa blanca, impregando del veneno de aquella mujer, se clavó en mi pecho y no tuve tiempo más que de morirme.
Quien sabe, yo vagaré por los siglos buscando mi venganza y ella paseará su veneno incluso en mis recuerdos.

domingo, 13 de marzo de 2011

Niebla de la mañana.

-Abuelo cuéntame la historia del bosque de las elfas.
-Otra vez hijo, si ya te lo he contado cientos de veces.
-Por favor abuelo, me gusta esa historia.
-Bueno, pues te la cuento otra vez.

"En el lindero de un bosque, más allá del mundo conocido, vivía una elfa especial.
No era hija del rey, ni tenía poderes mágicos,pero ella era diferente.
Todas las mañanas, cuando los primeros rayos de sol iluminaban las gotas de rocio sobre las flores recién abiertas, paseaba por el borde del bosque. Canturreaba una canción alegre de amores pasados y dejaba impregnada su esencia en los olores del amanecer.
Aquella elfa siempre estaba sola, pero eso no le impedía ser feliz. Las demás mujeres elfas sentían pena por ella, pues nunca se le conoció amor, y nunca nadie la amó.
Una mañana, cuando el rocio estaba reciénte y la luz del sol apenas se notaba, la elfa llegó al final del bosque y quiso ir más allá pero, antes de dar un paso hacia el otro lado, una voz la asaltó.
-¿A donde vas mujer elfa?.
-A ver el mundo más allá de este bosque.
-¿Qué deseas encontrar?
-Nada especial y todo a la vez.
-Debes elegir mujer, la indecisión es ambigua y puede tener consecuencias.¿Lo sabes verdad?.
-Conozco las leyes del bosque y nunca las inflingiré.
-Tengo tu palabra, mujer.
Y la elfa cruzó las puertas de su mundo para entrar en el nuestro, pues salir de aquel bosque implicaba dejar su mundo.
Caminó en busca de la felicidad y la dicha, pero solo encontró tristeza y amargura a su paso. Aquel mundo era lo contrario al suyo, sucio, mal oliente, desnutrido y desertizado, sus lágrimas nada pudieron con el desgarro de su corazón y la desdicha llegó a su alma. La elfa se marchitó y, a los albores de su pena, llegó el aliento esperanzado de un viejo hechizo.
Vino al rescate de aquella moribunda mujer un elfo que la devolvió al mundo al que pertenecía, pero la elfa no recuperó su alegría particular y jamás lo hizo.
Una noche la voz que la previno de las consecuencias, regresó a ella para aliviar su dolor.
-¿Qué puedo hacer por ti mujer elfa?.
-No creo que se pueda hacer nada.
-Tú solo pide y te será concedido.
-Desearía abrazar el mundo cada mañana, para poder protegerlo del lento y corrosivo proceso de destrucción, para alimentarlo cada amanecer y dejarlo listo para un nuevo día.
Desearía ser reflejo del agua en el cielo, manto de seda en el aire y espesura para quien no quiera ver. Desearia hacer honor a mi nombre y cumplir con los debéres de mi voluntad.
-¿Sabes lo que implica eso,mujer?.
-Si, lo sé y lo asumo.
-Pues sea como tú deseas.
Y la mujer dejó de existir en aquella noche y, desde entonces, todas las mañanas, un poco antes de salir el sol, el bosque de las elfas se tiñe de azul, con una niebla densa y un silencio roto por el canto de los pájaros...."
-¿Y la mujer elfa?, abuelo.
-Dicen, que si escuchas atentamente, el canto que se oye no es de los pájaros, si no de la mujer elfa que ha recuperado la felicidad.
-Quería saber su nombre abuelo, jejeje.
-Aaahh, su nombre. Aquella mujer elfa se llamaba Niebla de la mañana.

viernes, 11 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXVII "La batalla III".

La primera pasada del caballero junto a mi apenas me moví, él ni siquiera intentó alcanzarme y yo ni si quiera pestañee.
Cuando se colocó en su posición original, el caballero me hizo una señal con el escudo, como si quisiera que reaccionase a un estado de trance. Volvió a elevar su lanza y rehabilitó la carrera de su caballo en dirección a lo más hondo de mi.
Cuando le quedaban dos metros para llegar hasta donde yo estaba, levanté mi lanza sin mover el caballo y sin cubrirme con el escudo. El caballero ni se inmutó y siguió con la carrera.
Diez segundos después el caballero colgaba atravesado en la punta de mi lanza, yo ni me había movido y el caballo ni se había asustado. Fue todo muy rápido, sagaz y sangriento. El diablo parecía aturdido.
-Asombroso, pero la chica esta apunto de quemarse y todavía no has vencido.
Cabalgué hacia la hoguera y cuando llegué a su altura algo golpeo al caballo y caímos al suelo. Al levantarme del suelo saqué mi espada instintivamente, y miré hacia las escaleras que llevaban hasta la chica.
Un soldado de la oscuridad que medía al menos dos metros, se cruzó en mi camino. Me golpeo en el pecho y me lanzó tres metros hacia atrás, caí de espaldas y quedé aturdido. Cuando me incorporé de nuevo, el soldado estaba esperándome junto a las escaleras. Empuñé la espada como el guerrero musculoso de Conan, las espadas comenzaron a chocar la una contra la otra, las chispas salían despedidas en todas direcciones, el suelo temblaba a cada choque de metales, hasta que me desarmó el enorme soldado.
Asombrado corrí a por la espada, que se había clavado en el suelo, y que estaba a unos diez metros de nuestra posición. Cuando la desclavé me dejé caer al suelo, de espaldas, y levanté la punta y el soldado se la clavó en el corazón por la inercia.
-Fantástico, pero la chica esta envuelta en llamas. Ya no podrás sacarla.
-Eso no lo verán tus ojos.-Le dije subiendo al podio.
Atravesé las llamas cubierto con mi armadura y con la espada corté las cuerdas que ataban a la chica. Salimos al descampado atravesando el fuego y, al llegar al otro lado, estábamos de regreso en la sala de la casa del demonio.
-Dos a cero.-Le dije.
El agua seguía entrando por los ventanales abiertos, el viento arremolinaba las demasiado adornadas cortinas, y el genio del diablo salía flote.
Un rayo entró por la ventana y fue a parar a la cama, que se incendió al instante.
-Sois inmundas cucarachas, os aplastaré como a gusanos.
-No te equivoques, la única cucaracha de este infernal sitio eres tú.-Contestó mi compañero.
-¡¡¡Malditos!!!.
Elevo su infernal cuerpo hasta lo más alto de la sala y descargó sobre nosotros una lluvia de rayos, instintivamente alzamos los medallones los cuales repelieron el ataque en forma de espejo, y los rayos le dieron de lleno al monstruo.
La cara asombrada del ser se difuminó detrás de una cortina de llamas mientras se derretía como mantequilla, lo único que pudo hacer el ser fue decir:
-No saldréis vivos del castillo oscuro.
Y en ese momento apareció la dama de los destellos y le dijo al ser que tenía que regresar al mundo de los infiernos, de donde nunca debió salir.
Y los dos se esfumaron envueltos en fuego y nosotros corrimos hacia la salida, cuando abrimos la puerta no había nadie, ni soldados ni secuaces del diablo. Solo había fuego.
-Hay que correr hacia la salida, vayamos por donde hemos venido.-Dije.
Y todos corrimos hacia la puerta de entrada, el puente estaba bajado y las llamas nos rodeaban por todas partes. Saltamos con valor y caímos en el parque de las tetas.


Cuando despertamos en el parque no sabíamos que había pasado, vimos el edificio en llamas y a toda la gente corriendo despavorida, nos miramos alas caras y nos reconocimos al instante, comenzamos a recordar lo sucedido poco a poco.
Y, cuando regresamos a la vida natural, estábamos en la celda.
Los tres policías estaban paralizados por el relato del chico, el cual parecía exhausto.
-Parece mentira que eso haya sucedido de verdad.-Dijo la doctora Ponça.-Cuando diga ya despertarás. Ya.
El chico abrió los ojos muy despacio, como atontado. Marcus le levantó de la silla y se lo llevó a la celda. Cuando el policía se marchó, Alberto le dijo:
-¿Ya esta terminado?.
-Sí, ahora solo falta esperar.-Contesté.




Al día siguiente el edificio en llamas del parque se había volatilizado, los habitantes del pueblo ni siquiera sabían que había aparecido y los policías estaban confundidos.
Había cuatro chicos encerrados en una celda y no había constancia de que hubieran echo nada, los papeles se habían evaporado y los recuerdos de las personas se habían borrado.
Los chicos fueron puestos en libertad sin acusaciones y con las disculpas de los agentes. La doctora Ponça tenía la certeza de que solo había ido a una convención de Psiquiatría en la zona, y la doctora Perón se había detenido en el pueblo a pasar la noche camino de la ciudad, donde tenía un caso urgente.
-Adiós detective Marcus. Por cierto,-le preguntó uno de los chicos-,me preguntó por el significado de mis iniciales. ¿Se acuerda?.
-Pues creo que si.-Contestó el policía.
-A.D., dos palabras en latín A Divinis. Que con la traducción es el nombre de mi abuelo. Cosas divinas.
-¿A qué se deben esos nombres extravagantes?.-Preguntó Marcus.
-Como dijo un amigo mío, "Ab aeterno, ab ovo...", que significa:" desde mucho tiempo atrás, desde un momento muy remoto."
-No lo he entendido.
- Son cosas de la tradición familiar, no lo entendería. Además es una historia muy larga. Hasta luego.

Y la vida prosiguió en Porto Bahía.

FIN.

jueves, 10 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXVI "La batalla II".

La lucha había comenzado en el exterior del edificio, los gritos de soldados que eran aniquilados viajaban hasta nuestros ensordecidos oídos y sobresaltaban el estado de tranquilidad que teníamos.
El ser permanecía inmóvil en el centro de la sala, nosotros le observábamos alrededor suyo y las voces y sonidos de lucha en el exterior se iban acercando hacia nosotros.
La batalla se acentuaba a cada instante, los alaridos de dolor se clavaban en mi piel como punzadas de hielo, los gritos de exaltación me desbordaban los oídos y mi escasa capacidad de lucha volvió a aflorar desde lo más adentro de mi ser.
La lucha había llegado hasta el pasillo donde se ubicaba la habitación del ser, los golpes en la puerta comenzaron a ser estruendosos, las vibraciones de la puerta y los gritos de nuestros soldados pidiendo rapidez a nuestra particular acción, nos sacaron del trance. En ese momento el diablo abrió los ojos y pronunció una frase que nos volvió al asunto sin preocuparnos por lo que ocurría fuera.
-Esta vez la dama a encontrado cuatro extraordinarios guerreros, va a ser difícil, pero no tenéis el suficiente valor para desarrollar todo vuestro poder. Puede que seáis la eterna leyenda de la dama, pero todavía no estáis preparados para vencerme.
-Primero habrá que luchar para verificarlo. Te tenemos ganas.-Le dije.
-Ja, ja, ja.
El monstruo se elevo sobre nuestras cabezas, con los brazos extendidos hacia arriba, como intentando coger el cielo. Perplejos, pero sin movernos del sitio, nos agarramos de las manos, formando un circulo y colocamos los medallones en el suelo mirando hacia el ser.
El espectro volvió a reír y pronunció una oración en lo que supusimos que era latín.
-Ab aeterno ab ovo...
-Baal.-Le gritamos los cuatro a la vez sin dejar que terminase su oración.
Los ojos del señor se abrieron de par en par, sorprendidos por la palabra pronunciada, descendió hasta el nivel del suelo estupefacto, posó sus pies en un colchón de incredulidad y nos observó a todos, uno por uno, con su asqueada mirada de alucinado.
-Es la primera vez que los guerreros de la dama me llaman Baal, ninguno de los antecesores vuestros tuvo el valor suficiente para decírmelo a la cara, pero parece que vosotros estáis hechos de una pasta especial, tenéis agallas. ¿Sabéis lo que realmente significa esa palabra que habéis pronunciado como un coro de nenas en una iglesia?.
-Esa palabra significa solamente lo que tú eres, y si te has dado por aludido es por que sabes que es verdad.-Le dije.
-Insolentes, pagaréis vuestra desfachatez con vuestra sangre y la de todos los seguidores de la dama, sin olvidarme de vuestro mundo. ¡¡Vais a morir ahora!!.
Una estruendosa explosión acalló los gritos que provenían de fuera de la sala, una estridente luz blanca cegó lo que ello quería que no viéramos y una escandalosa nube de humo impidió subsanar el problema antes de que sucediera.
Una de las chicas gritaba como loca, la otra lloraba histérica, el chico que nos acompañaba las llamaba alterado y cuando por fin se fue la luz, la nube de polvo y el ruido se acalló, lo vimos.
Aquella cosa tenía en su poder a una de las chicas y poseía la mirada amenazante que tienen los locos de atar cuando se sienten rodeados. Elevó a la chica por encima de nosotros y con una mano, mientras decía:
-Vamos a comprobar cuanto de puro tenéis el espíritu.
Asombrados comprobamos que la otra chica yacía en el suelo inconsciente y sujeta por una de las piernas del espectro.




Cada uno de nosotros portaba un medallón, yo tenía el del amor puro y el otro chico portaba el del espíritu, estábamos advertidos por la dama de que un fallo sería catastrófico y para usar los medallones había que estar seguros de cuando había que utilizarlos.
-Vamos a luchar.-Dijo la cosa.
La chica lloraba y pataleaba agarrada en sus garras y mi compañero elevó el medallón hasta la altura de su frente, una vez allí pronunció las dos palabras que venían inscritas en el medallón.
-A Divinis.
La voz salió de su boca sin temblores, tranquila y seca. El medallón comenzó a deslumbrar con una luz blanca y pura y, por un instante, espectro y compañero desaparecieron de mi vista. La chica quedó suspendida en el aire, gritando como una loca, mientras la otra permanecía tumbada en el suelo.
Afuera el edificio se había desatado una tormenta impresionante, los ventanales de la habitación se abrieron de golpe y el agua comenzó a inundar toda la estancia. Y entonces volvieron a aparecer los dos ante mis atónitos ojos.
-Primer asalto para nosotros, bichejo.-Dijo mi compañero.
-Habéis ganado una batalla, pero no la guerra.-Y la chica sostenida en alto cayó al suelo.
En ese momento se despertaba la chica del suelo, la cual atrajo la atención del ser y con una sonrisa picarona, la elevó hasta los cielos.
-Todavía queda lo más difícil, el amor nunca podrá ser puro mientras halla envidia. ¿Quién ama a esta rubita?.
La sangre se me encendió en las venas, la ira me recorrió todos los rincones del cuerpo y la pasión me desbordaba por los cuatro costados. Mientras la chica pedía ayuda pronunciando un nombre que a mi no me sonaba, pero que me hacía sentirme mal por ello.
Agarré el medallón con todas mis fuerzas y lo levanté hasta tenerlo enfrente de mis ojos, respiré hondo y tranquilicé mis sentidos. Cerré los ojos mientras podía escuchar a la chica gritar y al ser reirse. Todo quedó en silencio, todo parecía haber desaparecido de mis oídos, abrí los ojos despacio y dije las palabras.
-A Divinis.
Una sedante luz blanca cegó mi visión de la sala, no podía ver nada ni escuchar nada, todo era blanco y más blanco, salvo mis manos.
Mis manos se habían convertido en las manos de un guerrero medieval, mi cuerpo estaba cubierto de una armadura de oro y bajo mi entrepierna una hermoso caballo blanco.
La luz empezó a disiparse, la extraña figura de otro caballero apareció ante mis ojos y la hermosa doncella era arrastrada hasta una enorme hoguera para ser quemada.
El caballero transportaba en su mano derecha un escudo y en su extremidad izquierda una lanza de más de dos metros de alta. Atada a su cintura llevaba una espada con empuñadura de plata y hoja deslumbrante. Su cara iba cubierta de con un casco que solo dejaba ver sus ojos rojos.
Viajaba a lomos de un caballo negro zaino y de gran tamaño, similar a un caballo percherón. Erguía la lanza como un noble enfurecido y resoplaba a través de su coraza craneal, el aliento le salía helado.
-Que comiencen los juegos.- Dijo alguien.
Y dirigí mi mirada hacia un estrado y allí estaba el ser, como si fuera al rey malvado de una película del rey Arturo. Levantó la mano en dirección a la doncella e hizo una seña. Los secuaces del ser la subieron a un podio y la ataron a un poste, bajaron del lugar y la dejaron allí.
-Si quieres salvarla a ella y al mundo tendrás que luchar hasta la muerte, insecto humano.-Bramó el demonio.
-Estoy ansioso.-Dije tranquilamente.
El caballero galopó enérgicamente hacia mi, me dirigió la punta de la lanza y se cubrió con el escudo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXV "La batalla".

Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, nos encontrábamos enfrascados en nuestras dudas, hipnotizados por el calor procedente de las llamas del escaso fuego.
Cuando más apagados estábamos, cuando más silencio gobernaba en la zona y más relajados yacíamos, el fuego aumento su tamaño de manera sobrenatural. La luz que despidió iluminó los pinos de la parte baja de la colina, alumbró la pequeña charca inundada de ranas y sobresaltó la natural tranquilidad de los búhos.
Una neblina invadió nuestra visión, el frío, a pesar del fuego, apareció sobremanera y nos heló la sangre. Los susurros fantasmales acallaron cualquier pensamiento, las dudas afloraron en los rostro de Ana y mi hermana, y Alberto sentía el miedo correr por sus venas.
-Bien hijos míos, ha llegado el momento que no estabais esperando. Ha comenzado la cruzada por la que no querías pasar, por la que no queríais sentir miedo. Pero veo que habéis venido todos y eso significa que aceptáis vuestro destino como nobles conquistadores de la vida, como sacrificados batalladores del ejercito de la luz y los destellos, como la gran esperanza añorada por los siglos de contienda. Os voy a hacer una pregunta y quiero que me contestéis con el corazón, ¿de acuerdo?.
-De acuerdo.-Contestamos al unísono.
-Bien, ¿sois puros de corazón, de espíritu y de alma?.
-Si.
-¿Os amáis por sobre todas las cosas los unos a los otros?.
-Si.
-¿Venceréis a pesar de las posibles consecuencias que puede acarrear una derrota?.
-Si.
-Pues comencemos con la ceremonia de iniciación. Elevar los dos medallones por encima de vuestras cabezas y dirigirlos hacia la luna, a la vez que pronunciáis el verso que aprendisteis en la cueva.
Alberto y yo elevamos los medallones sobre nuestras cabezas, los dirigimos hacia la luna y, antes de pronunciar la frase, nos miramos a los ojos. Y, con un asentimiento de cabeza, pronunciamos los dos la expresión como una voz sola.
-Diosa de la noche y las estrellas, señora de los sueños y esperanzas, guíanos en nuestra danza y muéstranos las cosas bellas.
A continuación la dama pronunció dos palabras:"A Divinis", y la noche se convirtió en sueño, el frío se transformó en desangelada temperatura, los temblores se corrigieron en forma de suaves vaivenes, el miedo se convirtió en ansias de lucha. Las caras ya no eran conocidas, éramos cuatro guerreros embarcados en una cruzada sin retorno, cuatro desconocidos luchando por la vida de cientos de miles de seres humanos, cuatro personas sin rostro conocido, sin pensamiento propio, sin recuerdos, sin sensaciones.
La dama nos hablaba ahora como la jefa de un ejercito, no nos clamaba ni nos rogaba, si no que nos estaba ordenando. Llamo a los guerreros de a pie, a la infantería suicida y a los soldados de la luz. Miles de millones de seres con sonrisa de oreja a oreja se postraban a sus pies, todos irradiaban amabilidad y alegría y, cuando todos estuvieron ubicados, la dama nos presentó como los generales de la victoria, como los que los iban a guiar a la victoria definitiva.
Las sensaciones se multiplicaron por dos millones, la adrenalina subió hasta la azotea de la casa formada por los corazones alterados, las vibraciones se convirtieron en punzadas de pasiones incontroladas y las miradas se clavaban en nuestra manera de pensar.
La batalla había comenzado, la laboriosidad de nuestros armazones estaba formada. La lucha había comenzado.





La dama desapareció detrás de una cortina enorme de niebla, a la vez que las puertas del templo de la oscuridad se abrían de par en par, sin embargo el diablo nocturno no se había despertado de su eterno sueño.
La invasión fue rápida, pero silenciosa. Ágil pero muda, minuciosamente cuidadosa y, a la vez, tremendamente fuerte.
Los guerreros oscuros ni se enteraron de la invasión, los soldados de la luz avanzaban sigilosamente por las dependencias del templo, los pasillos de la construcción eran todos iguales. Enormes rocas formaban las gélidas paredes del edificio, vacías palabras viajaban por los huecos de las paredes, sombras oscuras pululaban por entre las rendijas de las piedras y enfriaban las entrañas de nuestra mente.
Nosotros cuatro dirigíamos la invasión como cuatro expertos estrategas, nos mirábamos y no nos conocíamos, teníamos la mirada que tienen todos los guerreros poseídos por la rabia y la ira, queríamos vencer por que era nuestro deber, por que era nuestra obligación. Habíamos venido a este mundo para luchar contra la maldición de un oscuro personaje, de un negro sultán de las pesadillas y de un fementido ser repugnante.
Las dos chicas, que mandaban el frente destinado a la distracción de los centinelas del patio, aparecieron de sopetón en el estruendoso silencio del pasillo, avisaron de que el camino estaba libre. Los aposentos del diablo estaban protegidos por dos centinelas enormes, con dos cuernos gigantescos y un hocico de perro lobo baboso, caminaban de lado a lado portando dos tridentes de oro y soportando sobre sus hombros dos inmensas armaduras metálicas.
Dos soldados se adelantaron a una mirada mía, y llamaron la atención de los centinelas, los cuales corrieron pasillo adelante detrás de los soldados. No había moros en la costa, podíamos entrar en la habitación del señor de lo oscuro y sorprenderlo en su lecho, vencerlo mientras descansaba.
Abrimos la puerta que emitió un chirrido sobrenatural, nos adentramos en la alcoba de la nada, en la zona de la muerte, en la fábrica de las pesadillas. La gran cama estaba ubicada en el centro del aposento, vestida con enormes sayos con extraños símbolos prehistóricos, con bordados de oro e incrustaciones de piedras preciosas a lo largo de toda la longitud de las telas.
Nos pusimos alrededor del camastro, elevamos los medallones sobre el cuerpo tieso del espectro durmiente y, cuando comenzábamos a recitar, el espíritu endemoniado se levito cuarenta centímetros sobre la cama.
Giró noventa grados y se quedó en perpendicular con respecto a la cama, sin posar los pies en el colchón enmohecido y sin abrir lo ojos.
-Os estaba esperando soldaditos, la dama nunca esconde bien sus cartas. Siempre ha dado un paso después de que yo ya lo supiera, siempre ha perdido por la blandez de sus pensamientos. Por la divinidad de sus actos siempre ha ido por detrás de mi.
-Por eso la noche del fin de la oscuridad, ella te mandó a lo más hondo de la nada, te incrustó en la zona neutra de la vida, donde la luz no deslumbra y donde las sombras no son alargadas.
-Descarado, vais a pagar por vuestro desfachatez por vuestra invasión. Moriréis.
-Vale, pero antes te mataremos nosotros a ti.-Descargué mi ira sobre sus oídos.
El demonio se desplazo hasta el centro de la habitación, posó sus pies en el suelo y elevó las manos en forma de cruz. Asombrados, nosotros le rodeamos y nos agarramos de la mano, formando un circulo cerrado a su alrededor y mirando fijamente los movimientos del ser.
Permanecimos en esa posición como si un pintor de época nos estuviera plasmando para uno de los cuadros a exponer en una galería, las miradas se clavaban en el rostro de aquella cosa infernal, un ser de complexión fuerte pero de apariencia cansada.
Medía, al menos, dos metros y tenía la cabeza pelada, sus largos brazos estaban coronados por dos inmensas manos con uñas de águila, sus interminables piernas concluían en dos enormes pezuñas de toro. Sus ojos cerrados despedían todo el calor del infierno, su boca cerrada ocultaba lo que debían ser enormes colmillos de bestia y su silencio helaba la sangre del más ardiente guerrero.

martes, 8 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXIV "La historia del parque".

Las palabras surgidas de la boca del chico habían sonado a huecas, con sequedad, pero con desviada desgana. Como con cansancio, con pena o con desánimo.
Habían cumplido su objetivo pero se sentían agotados, se sentían mayores, maduros. Los acontecimientos les habían sobrepasado toda su capacidad de realismo, ninguno daba muestras de satisfacción por lo que habían conseguido, no se encontraban realizados.
Los tres investigadores se debatían entre creerse la historia del chaval o, por el contrario, indagar más profundamente acerca de la vida de los chicos.
Las preguntas ya tenían respuesta en su mayoría, pero eran contestaciones que no tenían razonamiento en los cerebros invadidos de acontecimientos de los policías. Ninguno de ellos se explicaba las causas que el muchacho había expuesto, ninguno daba crédito a los hechos narrados bajo los síntomas de la hipnosis. Los tres se sentían engañados, pisoteados en su inteligencia y desbancados del mundo de la realidad.
El tiempo avanzaba lentamente con su tranquilo caminar hacía un nuevo instante, hacia un nuevo comienzo de la vida.
La doctora Perón consultó su reloj, interrogó con la mirada a su amiga Ponça y esta asintió. Las dos reflexionadas miradas se clavaron en la cara de Marcus, el cual se levantó de la silla donde estaba cómodamente ubicado y entró en el alojamiento de los presos.
Los cuatro chicos descansaban tranquilamente en sus camastros, sin dormir, pero con la sensación de estar agotados.
Marcus volvió a llamar a A.D., el cual se levantó de su cama y salió de la celda mirando a Ana, la cual le hizo una pregunta:
-¿Cuándo se va acabar esto?.
-Ya queda poco, no te preocupes.-Contestó ante la atónita mirada del Policía.
Volvieron a ingresar en la sala de interrogatorios, las dos mujeres permanecían sentadas una enfrente de la otra, con la mirada clavada en las hojas escritas a mano y con letra de médico.
Le indicaron que se sentara en la misma silla de antes y le hicieron la misma operación de antes. Le durmieron.
-¿Me contarás ahora lo que sucedió en el parque?.-Preguntó la doctora Ponça.
-Esta bien, se lo contaré.
-Empieza.
-Cuando llegamos al parque Ana y yo, Alberto y mi hermana ya estaban esperando. Aunque no podían empezar sin nosotros, eran las normas. Esperamos a que anocheciera, fuimos en busca de cualquier cosa que pudiera prender. Encontramos ramas secas, papeles, cartones enormes de electrodomésticos recién comprados, periódicos usados, hojas caídas de árboles. Cualquier cosa que encendiera un fuego nos valió. La hoguera no podía ser muy grande, pero tampoco tenía que ser escasa y, alrededor de la fogata, dibujamos una estrella de cuatro puntas, como la de los colgantes. Nos pusimos cada uno en una punta de la estrella, Alberto y yo enfrente el uno del otro, permanecimos en la posición aprendida hasta que llegara el momento, el cual nos sería dado por la dama.
-Vuestra maestra en los sueños.
-Exacto. Cuando los cantos de los grillos cesaran, cuando el viento dejara de viajar por el hiperespacio, cuando los olores se disiparan bajo el manto del humo del fuego, aparecería la dama. Nos explicaría la manera de invocar a los agentes del bien, a nuestros guerreros espirituales, a los que lucharían en la batalla con los secuaces del diablo. Y nos adentraría en la inconsciencia del subconsciente. Por así decirlo, nos dormiría.
-¿Porqué?.
-Por que sería más fácil ganar si luchábamos con el alma en su mundo, el mundo de las pesadillas.




Las miradas de los tres adultos se clavaron sin compasión en la boca del muchacho, el cual comenzó su relato invadido por los sudores fríos del miedo y por la serenidad del tiempo pasado.
Las palabras brotaban de su boca como si no las pronunciara él, como si desde lo más adentro de su ser, otra persona estuviera leyéndole un guión predestinado, como si fuera una actor secundario al que no le ha dado tiempo a aprenderse su parte de texto.
Las manos del muchacho permanecían inmóviles y, a la vez, temblorosas. El pulso se le había acelerado y las pulsaciones de su corazón se dejaban oir en toda la sala.
-Teníamos miedo, nunca nos habíamos metido en problemas semejantes, a excepción de mi hermana y yo. Pero ,aún así, teníamos miedo. Permanecimos alrededor del fuego sin dirigirnos la palabra, sin mirarnos a la cara. Temblando de frío a pesar de las altas llamas, a pesar de los sudores. La fauna del parque se detuvo para observarnos, la flora del lugar dejó su interminable fotosíntesis para admirar el espectáculo...
-No logro entender el por que de la situación, ¿por qué vosotros, porqué ahí?.-Interrumpió Marcus.
-Por que nosotros somos los elegidos por la dama, somos descendientes de personas dedicadas en cuerpo y alma a la destrucción del diablo, somos los últimos eslabones de la gran cadena de luchadores contra lo oscuro. Fuimos, somos y seremos la leyenda descrita por la dama ante sus seguidores, por la cual miles de antecesores han luchado. Había que mantener la esperanza hasta el último suspiro, hasta la última gota de sudor. Hasta la última gota de sangre.
-¿Y porqué en el parque?.-Volvió a insistir Marcus.
-Por que teníamos que derrotarlo en su casa, en su terreno. Cuando emergiera de las profundidades de la nada, lo primero que tenía que ver era nuestra invasión a su templo, no podía pensar rápido, tenía que ser inesperado.
-Continua.-Añadió La doctora Ponça.
-El silencio se apoderó de todos los ruidos de la noche, las respiraciones acallaban los sonidos del fuego, los sudores mojaban cada pensamiento de nuestras cabezas. El tiempo viajaba por la noche en dirección a la medianoche, los segundos pesaban en nuestras espaldas como losas de hormigón. Mientras los cuatro permanecíamos sentados sin mirarnos, alrededor del fuego y en cada una de las puntas de la estrella dibujada en el suelo. Esperábamos la aparición de la maestra.
-¿La espera duró demasiado?.-Interrogó Marcus.
-No. La dama no apareció en esos momentos, todavía era pronto. Aún teníamos que prepararnos a nosotros mismos. Teníamos que asimilarlo.
Los tres policías se miraban atónitos tras las declaraciones del chaval, las frases que salían de su boca divagaban hasta los oidos sorprendidos de los adultos.
Mientras, en la sala de afuera, los familiares de los chicos comenzaban a desperezarse. Se miraban los unos a los otros sin comprender que estaba pasando en el interior de las dependencias policiales, no se oía ningún ruido a excepción de un leve murmullo en una de las salas de interrogatorio.
El teléfono sonó bruscamente sobre la mesa del agente Ramírez, el cual lo descolgó un poco sobresaltado, la atención del público asistente se desvió hacía aquel punto de la sala.
-Comisaría de Porto Bahía, al habla el agente Ramírez, ¿en qué puedo servirle?.
-Soy el jefe de policía provincial, ¿puedo hablar con el detective Marcus?.
-Un momento.
El agente Ramírez se apresuro a la puerta de la sala de interrogatorios, dio dos golpes y entró en la habitación. Al segundo volvió a salir acompañado del detective, el cual agarró el auricular y se presentó.
-¿Han resuelto algún punto del caso durante la noche?.
-Estamos interrogando a los chicos y parece que tenemos algo, pero todavía no se lo puedo confirmar hasta estar seguros.

domingo, 6 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXIII "Hace ochenta años."

-¿De donde procede el medallón que llevas alrededor del cuello?.
-Perteneció a mi abuelo, el cual lo había heredado de su abuelo que a su vez lo había heredado de su abuelo y, así, durante treinta generaciones. Siempre heredándolo los nietos mellizos de sus abuelos mellizos.
-¿Solo existe uno?.
-No, cada hermano mellizo posee uno, pero si uno de los hermanos es fémina, pasa a poder de su novio o marido.
-Eso es lo que le ha pasado a tu hermana pero, ¿ha pasado más veces en tu familia?.
-No, es la primera vez.
-¿Qué significan las siglas C.D., del nombre de tu abuelo?.
-Cosas divinas.
-¿Qué cosas?.
-Hechos, acontecimientos, capítulos de nuestra existencia.
-¿Y las siglas de tu nombre?.
-No sé.
-¿Seguro?.
-Sí.
-¿Puedes contarme lo que sucedió aquí hace ochenta años?.
-Lo mismo que ha ocurrido aquí anoche, pero esta vez hemos vencido.
-¿Vencido, a quien?.
-A Ello.
-¿Quién es Ello?.
-El señor de la caverna, el poderoso genio maligno de las tinieblas, el dios de lo oscuro, la divinidad de las sombras y el señor de la nada.
-¿Y qué pretendía ese ser?.
-Llevaba intentando apoderarse de la noche y de sus sueños durante miles de años, hasta que esta noche le hemos enviado al reino de la luz. A los límites de la señora de los destellos, al mundo del sol.
Los tres policías se quedaban más paralizados a cada palabra que el chico decía, no podía ser verdad lo que él decía. No tenia sentido.
-¿Tú sabes lo que ocurrió hace ochenta años en el pueblo?.
-Sí, mi abuelo me lo contó en su lecho de muerte al entregarme el medallón. Fracasaron por que el amor de mi tío abuelo no era puro, no era real.
-¿Puedes explicármelo desde el principio?.
-Sí, sin problemas. Para vencer al señor de la nada había tres reglas dictadas por la diosa de la luz, la primera ser puro en espíritu y en amor, la segunda ser poseedor y merecedor del medallón y, la tercera ser hermano mellizo o compañero sentimental, en caso de ser fémina uno de los hermanos.
-Eso significa que si una de las condiciones falla, el ser vencería. ¿No?.
-Exacto. Y, cada ochenta años resurge en su templo de oscuridad sembrando la ciudad de tinieblas, desdén, penurias y calamidades.
-Por eso hace ochenta años el templo no ardió y, ahora, si.
-Efectivamente.
-La tormenta que arrastró a tu tío abuelo fue provocada por el ser pero, ¿porqué no se llevó a tu abuelo también?.
-Por que él era puro en todos los aspectos, y le salvó la señora de los destellos. Y le encargó la misión de adiestrar a sus sucesores para la próxima vez.
-Sus nietos.
-Sí.
-Entonces las pesadillas que os asaltaban noche tras noche, después de la visita a la caverna, ¿eran entrenamientos?.
-Sí, eran adiestramientos. Unas veces de mi abuelo y otras de la dama de los destellos.




-¿Quieres contarme lo que sucedió en la caverna?.
-Cuando llegamos a la gruta y subimos a la roca, nos estaban esperando.
-¿Quiénes?.
-Mi abuelo y la señora. Nos hundieron en un pensamiento tan profundo que nos dormimos. Nos llevaron a otro tiempo, en otra escala del mundo, a un mundo paralelo. Estábamos allí en alma por que nuestros cuerpos permanecían en la cueva durmiendo. Encendimos un fuego y con la punta de un tronco quemado nos dibujaron la forma de usar los medallones, nos mostraron la forma que tenía el diablo, nos adiestraron en el uso de la magia blanca y, uno a uno nos hicieron prometer que estaríamos juntos los cuatro hasta el final. Nos advirtieron que si uno de los cuatro fallaba todo se iría al traste hasta el final de los días, como les pasó a mi abuelo y su hermano.
-¿A tu tío abuelo le falló su novia?.
-No, le falló la lujuria y el poder acostarse con la primera chica que le gustaba, le venció el dinero que tenía.
-Continúa.
-La lucha sería el día del cumpleaños de los dos mellizos, entonces se haría fuerte el señor y emergería de su mundo parta sembrar el pánico. Había que estar en el sitio adecuado cuando ocurriera.
-¿Cómo supisteis que emergería en el parque?.
-Antaño, cuando el mundo no era nada más que sombras y temores, reinaba el señor desde lo alto de una montaña, desde la cual vigilaba los movimientos de sus súbditos y podía controlar a la señora de los destellos. La cual permanecía recluida en una pequeña isla del borde del universo. Con el paso de los siglos la señora fue creciendo en poder, hasta adquirir el fuerza necesaria para enfrentarse cara a cara con el señor, la guerra duró cien años y terminó con el hundimiento de la montaña hasta lo más profundo de la nada, en donde el diablo solo podría hacer daño a sus semejantes. La señora fue reconstruyendo el mundo tal cual lo imaginamos hoy, pero cada cierto tiempo resurgía la maldad del señor y tenía que volver a luchar con él. Pero la dama fue envejeciendo y mando construir dos medallones iguales en apariencia pero distintos en poder. Uno poseía el amor puro y el otro la limpieza de espíritu y se los dio a sus dos hijos mellizos. Los cuales los fueron usando tantas veces como el señor emergía de su mundo. Hasta que un día los dos tuvieron hijos y no supieron que hacer con los medallones. Entonces el aura de la dama apareció ante ellos y decidió que el primero de los primogénitos de sus hijos que tuviera mellizos, daría los medallones a sus nietos y, decidió que fueran los hombres por que si estos fallaban, las mujeres podrían engendrar más hijos. Y marcó el sitio donde cada dos generaciones de mellizos emergería el diablo.
-¿Cómo lo marcó?.
-Lo señaló como el punto más alto visto desde su templo.
-Y su templo es la caverna del cuerno.
-Efectivamente.
-¿Sabes algo de lo que escribió la dama en la pared en latín?.
-Ni idea.
-¿Cómo vencisteis al señor?.
-Con mucho amor.
-Si pero, ¿cómo usasteis los medallones?.
-Eso es otra historia diferente, estoy cansado.
-De acuerdo cuando yo diga ya despertarás y no recordarás nada de lo que has dicho. YA.
Y el muchacho se despertó entre sudores notables y síntomas de cansancio. Marcus le agarró del brazo y le llevó a la celda para que descansara. Los otros muchachos le esperaban impacientes por saber donde había estado y, al verle, se tiraron a la reja para sujetarle.
Cuando el detective se marchó Alberto le preguntó:
-¿Qué les has dicho esta vez?.
-Todo menos lo del parque, pero se lo diré, tranquilo.

A Divinis.

Capítulo XXII "Desesperación".

El día avanzaba lentamente en su divagar por el tiempo, la luz iluminaba toda la sala donde todos los familiares esperaban que se aclarara todo. Los segundos caían lentamente en el reloj de pared, todos estaban impacientes por saber que estaba pasando en el interior de las dependencias de la comisaría.
Mientras las preguntas caían sobre los muchachos como pesadas losas de cemento y, los dos investigadores, se daban contra un muro continuamente. Estaban atascados.
Las declaraciones de los chicos coincidían en muchas cosas, pero se desviaban en otras. Los cuatro se acordaban del resbalón de Esther, del pañuelo atado a su cintura, de la separación de los grupos, de la parada en el riachuelo, de la escalada a la roca y de que se quedaron dormidos al llegar arriba.
Alberto poseía un medallón perteneciente al tío abuelo de su novia, era el mismo colgante que conservaba su cuñado, el cual era hermano mellizo de Mabel, la novia de Alberto. Los dos hermanos eran mellizos al igual que su abuelo y su tío abuelo, los cuales vivieron un a situación similar hacía ochenta años, con la salvedad de que por aquel entonces el edificio se quedó intacto y ahora se había quemado.
Las conjeturas de los dos policías daban vueltas sobre el mismo tema una y otra vez, no llegaban a una conclusión determinada. No encontraban el enlace entre aquel año y el ahora, sabían que había una conexión pero no daban con la clave.
La pintura de la pared de la cueva, la inscripción en la misma, la ceniza seca de un fuego de hace un kilo de años, la extraña coincidencia de que todos los chicos se durmieran en la cueva y la chocante conclusión que cada uno daba a su historia. Todo eran piezas sin encajar, no casaban las unas con las otras y, por medio, estaban las pesadillas que ninguno recordaba o no querían recordar.
Se preguntaban una y otra vez cuales habrían sido las causas de aquellos actos, se interrogaban a si mismos sobre la culpabilidad de los chicos. No había vuelta de hoja, ellos sabían lo que había pasado hace ochenta años y conocían los hechos de la noche anterior. Por algún extraño bloqueo no querían hablar.
-Detective, ¿qué opinaría usted si hipnotizáramos a uno de los chicos?.
-Lo único sería pedir permiso a los padres.
-Hable con ellos mientras yo llamo a una amiga.-Señaló la doctora.
-De acuerdo.
A la vez que la doctora cogía el teléfono y marcaba un número, el detective salía a la sala y hacía una exposición de la cuestión.
Los padres estaban dispuestos a lo que fuera para sacar a sus hijos de allí, incluso a la hipnosis.
Marcus regresó a la sala de interrogatorios al mismo tiempo que la doctora colgaba el teléfono y le comunicó la aceptación, por parte de los padres, a la hipnosis.
-Mi amiga, la doctora Ponça, viene de camino. Tardará una media hora en llegar, es muy buena.-Afirmó la doctora.
Mientras los dos policías se debatían en cual de los chicos dormir, estos, comentaban las sensaciones que les producía estar allí encerrados y las preguntas de la mujer de la sala.
Poco a poco el aburrimiento les volvía a vencer y, por pesadez, se fueron durmiendo. Se quedaron todos dormidos excepto A.D., que se subsistió a la tentación de caer en sueños otra vez. Permaneció contemplando el techo con la tenue luz que se filtraba por la ventana, agarrado a su colgante y suspirando de alivio.
El frío entró en su cuerpo de sorpresa, la temperatura bajó diez grados, los sonidos se quedaron huecos y, ante él, apareció su abuelo.
-Abuelo, ¿estas orgulloso de nosotros?,¿lo hemos hecho bien?.





A las nueve y cuarenta y cinco minutos se abrió la puerta de la comisaría y entro una muchacha de unos veintiséis años, rubia. Casi tan alta como la doctora Perón, igual de atlética pero mucho más alegre. A parte del maletín, traía una sonrisa de oreja a oreja, un colorido pizpireto en los ojos verdes teñidos de pintas marrones y una ristra de, afectuosos y saludables, besos que repartió a diestro y siniestro.
-¿Dónde están mis pacientes Perón?.-Interrogó a la doctora.
-Están en las celdas, pero primero pasa aquí que te voy a contar lo que tenemos hasta ahora.
La doctora Ponça escuchaba atentamente el relato que le estaba brindando su amiga acerca de los chicos. Atendió fijamente a los sucesos de ochenta años antes, oyó la aventura de los abuelos de dos de los chicos, se interesó por las peripecias de estos en la cueva, se impresionó con los relatos dictados por los chicos, se sobresaltó con la historia de los medallones de dos de ellos y se inquietó con las coincidencias de las dos historias separadas por ochenta años.
La doctora Ponça visionó las fotos tomadas por su amiga y por el detective dentro de la cueva, dibujó en su rostro el asombro cuando comprobó la imagen de la dama presidiendo un fuego que enfrentaba a dos medallones, que eran observados desde la oscuridad por una criatura. Se estremeció al ver la inscripción hecha en latín, dudó al ver las cenizas de un fuego extinguido y se inquietó, de nuevo, al escuchar las palabras de su amiga.
-Podéis traerme al primer chico.
-En seguida.-Afirmó Marcus.
La decisión de quien sería el primero que debía ser dormido ya estaba tomada. Todos los muchachos habían demostrado estar como condicionados a la hora de hablar, sobre todo las chicas, y por esa razón el dormido tenía que ser uno de los chicos. Cualquiera de los dos hubiera valido, pero uno de ellos tenía un brillo especial en los ojos, como si supiera que algo de lo que había dicho había sido por el bien de todos. El era el único que era descendiente de los antiguos causantes del incendio, que poseía en propiedad el derecho saber todo sobre el asunto, por que su abuelo dijo:"solo los hombres de la familia, cada dos generaciones, pueden llevarlo.".
Marcus recorrió el mismo camino, por novena vez, en dirección a las celdas. Allí se encontró a todos los chicos durmiendo, menos a A.D., que contemplaba el techo con los ojos abiertos y sin pestañear.
-A.D., la doctora quiere verte otra vez.
-De acuerdo.-Dijo el chico levantándose.
Cuando estuvieron de regreso a la sala, las dos mujeres tenían entablada una conversación y se sorprendieron al verlos aparecer.
-Siéntate chico.-Ofreció la mujer nueva.
-Te presento a la doctora Ponça,-intervino la doctora Perón.-,es experta en hipnosis . ¿Sabes lo que es?.
-Que me va a dormir para saber el por que de mis actos a través de mis sueños.-Dijo el muchacho tranquilamente.
-Efectivamente.
Y comenzó la sesión.
-Mira fijamente el péndulo, no lo pierdas de vista y cuenta hasta diez muy despacio en voz alta. Cuando llegues a nueve te sentirás tan cansado que no podrás llegar al número diez, lo pensarás pero no podrás pronunciarlo. Y poco a poco te quedarás dormido, entrarás en un profundo sueño que te llevará a donde tú quieras, al momento de tu vida que desees. Entrarás en visiones que serán reales a tu vista pero que serán inofensivas para tu vida. Caerás en una cascada de sensaciones de las cuales ya eres partícipe en este mundo. Cuando yo diga tres dormirás y, cuando diga ya, despertarás sin recordar nada. Uno, dos y tres.
Y el muchacho quedó completamente dormido, extrañamente rígido, pero dormido como un niño chico.
-Ahora escucharás mi voz y solo eso, verás lo que yo te pida que veas y me contarás lo que yo te pregunte, pero solo yo. Nadie más. Si me has entendido asiente con la cabeza.
Y el muchacho asintió.

sábado, 5 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXI " Alocuciones".

El detective dejó en la celda a Mabel, y miró a los dos chicos antes de decidir cual de los dos entraría a hablar con la doctora. Después de un momento de vacilaciones, eligió a Alberto.
Después de seguir el camino que previamente habían llevado Ana y Mabel, llegaron a la sala y a la presencia de la doctora, la cual admiraba la luminosidad del día desde la silla donde estaba sentada, levantó la mirada para ver al muchacho y le indicó que se sentara.
-Nombre, dirección y edad.
-Alberto Lopes, calle del Tulipán negro y tengo dieciocho años.
-¿De donde sacaste el colgante que llevas?.
-Es un regalo de Mabel, por lo visto perteneció al hermano mellizo de su abuelo, el cual tenía otro. Según me dijo Mabel, su abuelo le contó que lo llevan los hombres de la familia cada dos generaciones. Tradición que viene desde antes de que el pueblo fuera pueblo.
-¿Qué le pasó al tío abuelo de Mabel?.
-Por lo visto murió una noche desgraciada de hace un montón de años, lo arrastro el desborde del río tras una tormenta de escándalo, la más densa jamás vivida en el pueblo. No encontraron el cuerpo, pero si el colgante que estaba al borde de un tremendo socavón provocado por la corriente.
-Cuéntame la visita a la caverna del cuerno.
-No hay mucho que contar, subimos toda la panda a pasar el día cumpliendo una tradición, parando en la fuente de las siete bocas y teniendo que esperar a mi cuñado y a su novia, que se habían parado a mear, en la entrada de la cueva. Decidimos entrar por separado, sería más divertido y encontraríamos antes al gran toro. Nosotros bajamos por la zona más lúgubre de la cueva, Mabel casi se cae dos veces y, al llegar al riachuelo, la parejita feliz se detuvo. Mabel y yo subimos a lo más alto de una roca y les llamamos desde ahí, cuando subieron decidimos descansar por que estábamos reventados, con lo que nos quedamos dormidos. Al despertar hacía un frío de pelotas, con perdón, y decidimos marcharnos. Al salir nos esperaban todos, nos fuimos de allí echando ostias, pero como siempre la parejita feliz se quedó atrás.
-Has dicho que hacía un frío espantoso, ¿verdad?.
-Si.
La incredulidad se dibujaba en los rostros de los dos investigadores, ninguno terminaba igual su historia.
-De acuerdo márchate, pero no te despistes por que te puedo volver a llamar.
Y fue devuelto a la celda junto a sus amigos, los cuales comentaban la situación entre extrañados y confundidos por la situación.
Ya solo quedaba un muchacho por declarar, pero las instrucciones de la doctora era esperar a poner en orden las notas tomadas de las otras conversaciones.
Marcus regresó a la sala solo, la doctora leía y releía las notas y se debatía en una gran duda.
-¿Porqué cada uno de los chicos a terminado la historia de la excursión de una manera diferente a los otros?.
-A lo mejor por que es así como hubieran deseado que acabara.-Sorprendió Marcus.
-Pero, ¿porqué razón?,¿qué ocultan?.
-Eso, si lo saben, solo lo saben ellos.-Recordó la frase que le dijo uno de sus amigos.
-Una cosa esta clara, ya sabemos de donde ha salido el otro colgante y, si no me equivoco, tiene esto mucho que ver con los dibujos de la cueva que encontramos. Por cierto, ¿han regresado con el revelado de las fotos?.
-No, pero no tardarán mucho.-Aclaró Marcus.
-Hay que hacer recapitulación de todo lo que tenemos, ¿tendrá que ayudarme?.
-Para eso estamos doctora, recuerde que también estoy metido en el ajo.




-Hace ochenta años ocurrió una situación similar que la que ahora nos ocupa. Un incendio donde antaño había un sendero, llamado del toro, por donde pastaban los bovinos, y donde en nuestros días esta el parque de las tetas y el cine al aire libre. Por aquel entonces apareció de la nada un edificio que, extrañamente, no ardió en el fuego, pero ahora el mismo edificio a perecido pasto de las llamas.
Hace ochenta años alguien declaró que vió a cuatro o cinco personas rondar, momentos antes del incendio y, ahora, tenemos a cuatro chicos en la celda involucrados. En aquellos días asoló al pueblo una inmensa tormenta jamás vivida en la comarca, puede ser la misma que se llevó al tío abuelo de los chicos Gomes. Este hombre era mellizo del abuelo de nuestros chicos y poseía un colgante que ha heredado, dos generaciones después, Mabel. La cual se lo regaló a su novio por que , según su abuelo, solo lo podían llevar los hombres de la familia. Eso quiere decir que el abuelo tenía otro, y se lo regaló a su nieto.
-Dos generaciones de Gomes Madeira, separados por ochenta años, y que viven una situación similar. Un momento, ninguno nos ha hablado de las pesadillas que tuvieron después de subir a la gruta.-Intervino Marcus.
-Cierto, pero de momento sigamos. Tenemos que saber que les ocurrió dentro de la cueva, lo que hicieron en el parque y que, o quien, les llevó a hacerlo.
-Detective,-interrumpió Ramírez.-,acaban de llegar las fotos.
-Pásemelas.
En las fotos se podía ver el desprendimiento de rocas de la entrada, el trozo de vaquero y las gotas de sangre reseca. Se podía ver las huellas al separarse en el riachuelo y las marcas dejadas en la escalada a lo alto de la pared. Allí se podía contemplar las pintadas echas con cenizas, la hoguera con los dos medallones enfrentados y la extraña dama presidiendo el acto y, más atrás, la sombra de una bestia. Solo había una inscripción, estaba escrita en latín y con letras lóbregas y decía: "A dívinis". En una de las fotos se podía ver restos de algo parecido a polvillo producido por la extinción, después de años, de un fuego. Y en la bóveda de la cueva se abría un ligero agujero, por el cual entraba una tenue luz, los bordes de esta abertura estaban teñidos de negro.
-Aquí pasó algo, pero me da la sensación de que los chavales no encendieron ningún fuego en la cueva. Además, todos coinciden en que cuando llegaron arriba se quedaron dormidos, aunque cada uno termina la historia de una manera.-Afirmó Marcus.
-Creo que tienes razón, va siendo hora de llamar a nuestro último chico.
Marcus salió de la estancia lentamente, se encendió uno de sus cigarros extranjeros y exhaló el humo haciendo circulitos, entró en la zona de celdas y abrió la puerta en la que se encontraban los dos muchachos y sacó de ella al único que no había declarado.
Desfilando por el pasillo famoso, llegaron a la sala. Donde la doctora seguía visionando las fotos de la cueva, miró al chico y le señaló la silla donde habría de sentarse.
-Nombre y edad.
-A.D. Gomes Madeira, dieciocho años.
- Eso quiere decir que tú y tu hermana sois...
-Mellizos.-Interrumpió el chico.
-¿Qué significan las siglas A.D.?.-Intervino Marcus.
-No tengo ni la menor idea, por lo visto fue idea de mi abuelo. El se llamaba C.D.
-Cosas más raras se han visto.-Intervino la doctora.-Cuéntame la visita a la
cueva.
-Nada especial que contar. Subimos a la cueva, nos separamos al entrar y, mi grupo, bajamos hasta el riachuelo. Allí besé a mi novia mientras Alberto y mi hermana subían a lo alto de una roca, subimos con ellos y descansamos. Nos quedamos dormidos y al despertar decidimos salir y, cuando legábamos a la salida, una roca enorme se desprendió del techo y nos hizo resbalar. Cuando salimos los otros estaban esperando, se fueron muy deprisa y Ana y yo decidimos bajar andando. Nada especial, ya se lo he dicho.