Digame una palabra sin voz,
desde el lejano rincón que habita,
que llegue pleno y feroz,
para destrozar la flor marchita,
que antaño fue toda mi luz.
Hábleme en una sin razón adulta,
trate de roer la soga,
para librar del luto la resulta,
de un ser insulso que no piensa,
que otrora fue y ahora se oculta.
Enséñeme la crueldad que porta,
el peso eterno de un vacio inútil,
amarrado a la espalda que soporta,
la caricia de una mirada sutil
y la seda de una pasión muerta.
Hágame ver en la oscuridad,
la razón de dar un paso más,
de acercarme a la realidad,
para encontrar aquello que das
en las manos de otra ansiedad.
Créame si le digo adiós,
por que nada me ata al lugar,
al que la noche en que vos,
sin saber que iba a encontrar,
decidió que era para los dos.
Ocúlteme en el fondo de su olvido,
junto al recuerdo más efímero,
al lado de aquel miserable descuido,
que provocó el rencor primero
de un dolor que jamás sera corregido.
Lloraron las palomas al saber,
que las rosas que brotaban de mi alma
cada vez que su nombre volvía a nacer
en lo más profundo de mi ser en calma,
se marchitaron sin el sol de sus ojos ver.
Adiós le digo con sangre en los mios,
pues las lágrimas se agotaron,
cuando las púas de sus actos,
para siempre de mi las arrancaron
y mi cuerpo mutilaron.
Adiós le digo, bella princesa.
Morena de ojos negros.
No pronuncie el nombre que piensa,
que el amor es para los puros
y usted lo desprecia.
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