Cuando el órgano de aquella iglesia comenzó a sonar,los pájaros del campanario se espantaron y volaron despavoridos en todas direcciones. El sonido de aquel viejo instrumento, manipulado por las manos de un monje casi tan viejo como él, hizo que los sentidos en mi cabeza despertaran poco a poco.
El dolor era insoportable, las miles de agujas que se clavaban en mis siénes, hacían que el sonido angelical de aquella música, fuera un tormento para mi despertar. Era mi segundo día en aquel lugar, el segundo día del resto de mi vida.
No comprendo que pudo haber salido mal, los cálculos eran correctos y se habían analizado infinidad de veces,las pruebas eternas que se hicieron no inducían a error, pero algo salió mal pues yo estaba allí, en aquel lugar de hace doscientos años de mi era.
Año 1808, Monasterio de no sé que monjes en algún lugar de su despensa, cubierto por dos días de borrachera producida por el vino de aquellas gentes, estaba mi persona a punto de volvese loco. Ellos no sabían de mi existencia, yo no quería saber de la suya y todos estábamos felices con nuestra ignorancia. Buscaba respuestas que no encontraba y, enfurecido, bebía hasta caer desfallecido.
Esa mañana, el sonido del órgano de la iglesia, me sacó de mi eclipse mental. Las respuestas se agolpaban en mi cabeza y no había manera de ordenarlas. Las preguntas había que sacarlas despacio y solo había una manera de hacerlo. Corrí a la capsula y allí vi la luz definitiva.
Las reservas de energía estaban vacias, las baterías estaban destruidas y los cálculos se habían perdido. Todo lo que tenía era una capsula vacia, un cascarón inutil que no funcionaría nunca más. Resignado. Salí por una puerta que daba al patio justo en el momento que los monjes abandonaban el rezo matutino. La sorpresa fue mayúscula, mis vestimentas, mi apariencia extraña y el color de mis ojos enrojecidos por la resaca, les hizo creer que era el demonio.
Llamaron al sargento de la guardia, me arrestaron y de nada sirvieron mis explicaciones. Fuí juzgado y condenado por hereje y brujo. Me quemaron en la hoguera.
Ciento ochenta años después, nació un rollizo niño de ojos azules, que nunca fue científico por que algo le decía que no le serviría de nada en el futuro.
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