sábado, 18 de junio de 2011

Miserable.

-Póngase en pie el acusado.
Ruido de sillas que se mueven y respiraciones nerviosas.
-¿Ha tomado una decisión el jurado?.
-Si señoría.
-Proceda entonces.
-Por la presente, este jurado, declara al acusado culpable de la acusación de violación, y de la acusación de asesinato.
-Por la presente la vista queda pendiente de condena, para la cual la vista será dentro de quince dias a las nueve de la mañana. El acusado permanecerá en los calabozos del tribunal sin posibilidad de fianza.
Y después de los dos martillazos del juez, el mundo cayó a sus pies. Miró al suelo brillante de mármol blanco y se dijo que era el fin. Sus manos ocultaron su cara y los regueros que dejaron sus lágrimas. Todo había terminado, su vida se fue a la mierda en un suspiro con dos golpes de martillo, con dos simples golpes.
Con las manos esposadas le llevaron al otro lado del pasillo, pasando por la puerta del juez, hasta las escaleras que iban al calabozo. Los peldaños iban marcando el ritmo de su vida, el descenso decadente al que le había llevado su ignorancia, la falta de mala leche y su débil personalidad.
Todo es cruel cuando el mundo no quiere ver.
Sabía que algo no iba bien en su casa, que su mujer le ocultaba algo o que le era infiel. Sus hijos se reían a sus espaldas pues, por lo visto, ninguno era hijo suyo. Cuando aquella noche llegó a casa y la vió en brazos de otro, dejó de ser él.
Con la pistola que ocultaba en su maletín desde hacía un tiempo, cosió a los dos desdichados a balazos. Recargó el bombin y buscó a "sus" hijos, los cuales ya no se reían, y los mató de un disparo en la cabeza.
Iba a pegarse un tiro en la cabeza cuando se abrió la puerta de su casa. Por ella entró su mujer y su cuerpo se paralizó.
Bajando por las escaleras del calabozo, con dos posibles cadenas perpetuas a sus espaldas, recordó cuan miserable había sido toda su vida. Ignorando las infidelidades de su mujer, las risas de sus hijos y las mofas de los amantes que lo conocían. Se juró que la pillaría y lo pagaría, pero tal era su ignorancia que nunca supo que su mujer era gemela y que, aunque le era infiel, aquella noche la que estaba en la cama era su hermana.
Los mató a todos y cuando pudo matar a su mujer, la pidió perdón.
Tan ignorante era de su vida que cuando quiso suicidarse, la soga se rompió o el veneno nunca llegó al estómago o el fuego nunca se espandió.
Tan ignorante era de su vida que no quiso morir, cumpliendo en su totalidad las cadenas perpetuas y, cuando espiraban sus dias en la vida, alguien le dijo que la muerte de toda su familia fue un montaje, pues cuando el disparó ya estaban muertos.
Tan ignorante era de su vida que murió siendo infeliz.

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