sábado, 4 de junio de 2011

Pensamientos de un loco.

He puesto en marcha el ordenador, me he encendido un cigarro y me he sentado delante del teclado para escribir. Pero no se me ocurre nada. Podría escribir sobre un montón de cosas, por ejemplo de la música que estoy escuchando, pero no lo haré. También podría explicar cosas de mi trabajo, aunque es una cosa de la que no me gusta hablar. Podría comentar anécdotas de mi vida, la cual ha sido un cúmulo de circunstancias, pero sería aburrir al lector. Así que dejaré que los dedos obedezcan a la mente y ellos solos digan lo que tienen que decir, sin embargo se lo que van a poner, son muy traicioneros.
Me gustaría decir que soy una persona normal, dentro de un mundo incompleto, el cual todavía esta por demostrar cual es la virtud de ser algo principal en el devenir de todos los días, pero no lo hará.
Me encantaría exponer ante el jurado popular de la sociedad cuales son los pros y los contras de esta empresa, pero si lo hiciera sería condenado, con o sin justicia, a cadena perpetúa en la prisión eterna de la antigua dejadez.
Así que, quien quiera que un día lea esto, tendrá que culpar a una cabeza agotada por la enarbolada exigencia de un por que y a la devastadora ausencia de un nada. A las manos que escriben estas notas de culpa y a la cabeza que ordena que sean plasmadas, Si con todo este relato consigo aburrir al lector, pido mil perdones de antemano, ya que no es mi intención. Pero si atravieso la línea que separa la ausencia de entendimiento con la de la compresión, estaré mas que satisfecho, aunque jamás sea comprendido mi punto de vista.
El lector se preguntará el porque de estas penosas notas de autoculpa, no se puede decir que tenga que haber un o una culpable en concreto, ni tampoco que el punto de partida de esta melancolía sea un momento dado, ni una fecha en especial. Pero como todas las cosas de este mundo, desde que el mismo existe, tienen un comienzo. Mas o menos agradable, intenso o vano, un dato, una mirada, un gesto..., un algo que hace que todas las cosas que existen emprendan la marcha. Al principio puedes no darte cuenta de donde entras, puede que ni siquiera sospeches las cosas que pueden pasar, podría resultar, incluso, que aunque por una remota inspiración lo intuyeras, no desearas que llegara a pasar, y desechas esa idea por ser demasiado inverosímil y no le das importancia.
¿No le ha pasado al lector nunca que cuando ya tiene algo que, en un principio no buscaba, al perderlo se hace una pregunta?. Nunca lo habría imaginado, pero algo que empezó con una niñería acabo incrustándose tan dentro, y tan despacio, de ti que por mucho que lo pienses, jamás lograrías encontrar la línea de salida de todo ese juego.
No busco llorar mis penas con la explosión de mis angustias sobre las teclas de mi corazón, aunque sean ellas las que están escribiendo por cuenta y riesgo de mi cabeza, que navega a solas desde que sus ideas no concuerdan con las del habitante de mi pecho. No puede haber reconcilio dentro del país de mi persona, ya que aquel que ordena no quiere saber nada del mundo que no sea palpable, apartando fuera de todas sus fronteras el resplandor de cualquier sentimiento, negándole el saludo a aquel que alimenta con su fuerza los días de pensar del que dicta los quehaceres habituales.
No pido que enjuaguen mis lagrimas de pesadumbre guiadas por los suspiros de los aliados de mi corazón, aunque pueden vencer a la dictadura de un tirano nacido para mandar, pero maldecido para amar.
No pido nada, solo escribo, y si algún día, por muy remoto que sea, aparece la posibilidad del levantamiento en armas de los discípulos de mi corazón, contra los ejércitos atrincherados de mi cabeza, para batirse en una interminable batalla de contrastes y contraposiciones, aunque nunca se termine, aunque jamás sea posible la conclusión de esta eterna disputa, habré conseguido al menos vencer a su recuerdo, habré logrado sacarla de mis profundos adentros, aunque se quede flotando en la superficie de mis nostalgias.
Dicen que todas las verdades ocultas dentro de una suposición, resurgen de lo más profundo de un síntoma de vana ilusión, para reclamar herencias jamás depositadas ante el notario de una posibilidad. De que sirve poseer la vacía utopía de una posibilidad, la autenticidad de una probabilidad o la veracidad de una disposición, acerca de un sentimiento si, cuando la madre naturaleza, hace valer el poder de todas sus controversias para destruir un castillo de esperanza, construido a base de debilitadas vigas de esfuerzo y forjado al fuego lento de un ardor en lejanía.
De nada vale defenderse, amurallado hasta los cielos de tu creencia, contra las abatidas de un ejercito de enérgicos soldados de la fortísima señora de la desesperanza La cual insta a su hueste de desalmados legionarios a combatir hasta el fin cualquier vestigio de afecto, amor o pasión. Dejando sin vida el cuerpo vacío de un ser enamorado de una vaga visión, de una destartalada presencia de un cuerpo muerto en vida por la falta de una confianza.
Gracias a la influencia de estas creencias, el todopoderoso general de mi cabeza, crece rodeado de certeros arqueros que está en constante guardia, impidiendo el paso a los carruajes de los leales que llevan, a la fortaleza de mi corazón, el sustento de su cariño. Impidiendo así cualquier conato de renacida esperanza, de renovada riqueza amorosa, del jefe del centro de los sentimientos, cercando los dominios de una entregada locura.
Así, entre dimes y diretes, los jefes divididos de mi posesión, debaten una y otra vez acerca de una posible tregua. La cual jamás llegará a producirse, por que ninguno quiere dar su brazo a torcer, el uno por ser el jefe del gobierno, el otro por ser el regente de los abastecimientos.
Las cosas podía haber sido diferentes, haber caminado por senderos distintos sin haberse encontrado en los cruces del porvenir, pero no fue así.
Las luces podían no haberse encendido, dejando pasar la estéril sombra de una imagen divagar a su albedrío por los ramales de la sociedad. Pero nada de eso pasó, y, sin embargo, alumbraron los yacimientos perdidos del dueño de mi sentir, y lo alzaron en batalla contra la calma dispuesta por la dictadura de un ser gris, que velaba por la tranquilidad de un gobierno sin sobresaltos, edificado a base de negadas ilusiones.
¿Porqué los designios de un ser entregado no pueden ser elevados al pedestal de una pasión, aún cuando los ejércitos de su controversia se disputen la razón?, nadie lo sabe. Uno se crece ante la adversidad de un amor encontrado por casualidad, el otro se oculta tras las tinieblas de un pasado enamorado, pero destruido con un soplo de viento malsano, que resquebrajo las ausencias y derrumbó las murallas de su locura. Dejando libre aun tirano, que ocultó en la oscuridad la luz de su corazón sin dejar pasar su emoción.
Son crueles los sentimientos divididos, son ingratos las pasiones no olvidadas, pero son mas duros los dolores que enfrentan a dos maneras de entender, por demostrar que cada uno tiene razón a su manera. Uno se quiere enamorar, el otro no quiere ni escuchar el sonido de esa palabra al pronunciarla, batalla tras batalla, la guerra es un Apocalipsis de contraposiciones.
Y mientras ellos juegan a declarase la guerra continua, mientras se desafían con encarnizada locura por prevalecer sobre el otro, el resto de mi ser esta agotado. Cansado de discutir, de pensar e, incluso, de sentir. De sentir miedo por no saber como actuar, de sentir rabia ante la impotencia de mi voz frente a ellos, de sentir que jamás callaran haga lo que haga y diga lo que diga.
Si, en una alocada acción de intrusismo, uno realiza una desventurada misión saltándose la vigilancia del otro, y consigue provocar la duda, el sobresalto o la parsimonia de otra persona, el contrincante al que se le ha desafiado provoca una desbandada de sus ejércitos para contrarrestar su efecto, acorralando al infractor y provocando una penosa inercia de autoculpa, hasta ocultar su verdad en las tinieblas.
Podría especular el lector acerca de estos pensamientos, juraría, incluso, que son las reflexiones de un ser atormentado por dos posesiones vanas, los razonamientos de un loco. Y quisiera convencerle de lo contrario, pero no se puede negar la evidencia, cuando una persona no entra en concordia consigo mismo, no esta del todo bien y, eso, me ocurre a mi.
Quisiera creer que esto son solo malas pesadillas, que son recuerdos de alguna vida pasada, en la cual, cometí errores que en esta actualidad me esta tocando pagar. Pero cuando salgo de las cavernas de mi imaginación y regreso al estado de realidad, compruebo que sigo estando en el centro de una guerra crónica que pretende definir al jefe de mi gobierno.
Y así, mientras los días viajan en una incansable procesión por delante de mi y las noches me abrazan con mantos de fríos suspiros, los jefes enfrentados de mi ser, luchan y luchan sin tregua, alzándose por encima de ellos un estandarte único. El cual prevalecerá sobre ambos hasta que la rivalidad entre los dos llegue a su fin.
Un estandarte gris, colocado en la más elevada colina de mis adentros, flameando al viento de mis lamentos, para que todos los soldados armados la vean, para que los jefes de la contienda la contemplen y sepan que, mientras ellos sigan en sus trece y no aplaquen sus ánimos de enemistad, ella estará hay para regir los designios de mi soledad.
Una bandera oscurecida por los tiempos de batalla, ennegrecida por los largos estíos de pasividad, que esconderá los aplaques de ambos jefes mientras ellos pelean sin verdad. Una bandera rodeada de bordado blanco, delimitando los confines de sus dominios e impidiendo la salida de cualquier agresor. Una bandera con una sola palabra grabada en triste hilo negro, una palabra para que mengüen sus voces y permanezcan encalladas dentro, una palabra con la fuerza suficiente para contener a sus ejércitos en la región a la que pertenecen. Una sola palabra basta para enmudecer al mundo.
Paz.
Para no pensar, para no sentir ni padecer, para dejarme llevar al lago sin fin de las aguas del descanso, relajarme sin tener que imaginar nada más que como será el siguiente pestañeo de mis ojos. Para navegar a la deriva sin saber que hay un puerto en algún sitio que espera mi llegada. Para escuchar el silencio de las olas de mi sueños.
Paz.
Para no tener que recordar, olvidar ni imaginar que en algún punto del ancho mar de la sociedad, se haya la bestia que una vez fue el centro de mi ansiedad y que provocó el declive de todo un mundo de ilusiones por desarrollar. Para no abrigar la certeza de que en el presente austero, crece lo opción de un futuro pusilánime que no encuentra en su vacío lo que pudo haber perdido antaño.
Para no saber, conocer ni confesar, que en el recuerdo que trae el viento de un pasado no olvidado, está la cruel realidad de los pasos de mi funesto presente, obviando las palmas que me invitan a pasar por el arco de mis dudas. Para no tener que ver de cerca el acantilado rocoso que una vez me llamó a voces de susurro, lanzándome la cuerda por la no pude descender.
Y así me despido, plasmando en estas palabras el clamor de un guerra que sufro en mis adentros. Una lucha interminable e infernal, que se debate entre morir con los recuerdos de un amor, lastimero y dañino, que no pudo ser y vivir hasta el fin luchando por el presente, dudoso y precario, de un amor que nunca será.
No espero que guste lo aquí dictado, ni que se entienda lo que pienso. Solo ha sido una manera de desahogar los discursos de un mar de dudas que hace ir a la deriva el barco de mi sensatez.

Adiós.

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