sábado, 25 de junio de 2011

Remordimientos.

La lluvia golpeaba monótonamente el cristal dibujando recorridos imposibles en su caer por el vidrio, mientras su mirada vacía contemplaba el infinito espacio de su dolor.
Las lágrimas en su cara imitaban a las gotas del cristal, cayendo eternas queriendo escapar, pero sabiéndose presas de aquel instante, de esa cárcel de tiempo. Mojando sin compasión sus ojos, aquellas gotas de dolor brotaban sin cesar bajo el control anárquico de su fallecido corazón y el ritmo infernal de una agonía sin fin.
Las siluetas que se dibujaban en la calle, ajenas a su pesar, deambulaban en todas direcciones sin ni siquiera saber que existía un dolor tan profundo que crees estar muerto en vida.

Días hace que la paz huyó de aquel lugar, invadiendo con avaricia cada rincón de su existencia, destruyendo sin compasión aquello que construyó con tesón y aniquilando por completo cada poro de su ser.
Se sintió violado cuando su horror le profanó de por vida, dejando inútil los anhelos de su espíritu y desquiciando su ilusa esperanza. Sintió el vacío en su corazón y creyó morir cuando cayó sin control por la nada infinita de aquel espacio destrozado.
Olvidó quien era, lo que había ansiado y lo que había conseguido. Olvidó su vida y la de los que le rodeaban. Olvidó que una vez fue la envidia de muchos y el orgullo de más. Olvidó olvidar y aquello que no desterró lo enterró.

Tiempo hace quela sombra de un pesar le persigue, constante y tenaz, allá donde esté con él vá. Come con él, duerme en su cama y se ducha a su lado. No habla, solo mira. Le echa el aliento en la nuca y le recuerda que está allí para hacerle imposible vivir. Invade sus sueños y lo tortura hasta la extenuación, muere de noche en sus brazos y resucita cada mañana con el alma rota y la amargura en su mirada.
Se odia.


Esta es una historia sin fin. La oscura historia de un hombre gris, que nada tenía en este mundo más que sus remordimientos. Acuciados y agrandados por los interminables recuerdos de un cristal mojado por la lluvia y las lágrimas que nacen en sus ojos sin el menor esfuerzo y dinamitan su ser sin piedad.
Este hombre se odiaba a más no poder y se negaba la existencia una y otra vez, pero todas las mañanas regresaba a su lecho con la maldad marcada en su pecho y el dolor grabado en su mirada, que le consumía por dentro mientras sus llantos quemaban su cara y su alma.
Como un libro de interminables páginas que pasan y pasan hacia delante sin final aparente y de existencia agobiante, pasaban los días de quel hombre gris. Días monótonos de exasperante existir y noches de vida oculta que graban en su conciencia el dolor de su alma.
Vida en las sombras y sonrisa olvidada marcan los rastros de su cara, envuelta en penas infinitas, que acusan a su corazón de borrar de su memoria la felicidad que un día colmó su parecer. Vida que le vió nacer una noche de verano, al abrigo de las estrellas y ante el embrujo de la luna infernalmente llena. Vida que le fue arrebatada de sus manos, arrastrada al claro de un drogada lujuria, mientras su impotencia era sujetada contra su voluntad y obligada a contemplar como, una y otra vez, su corazón entregado era profanado hasta caer muerto cuando el sol decidió aparecer.
Allí murió su ilusión, su vida, su felicidad. Apaleado y casi muerto, arrastró su cuerpo hasta tocar el muñeco de trapo que había sido su amor. Deseó viajar con ella y no separarse jamás de su mirada. Y, con el último aliento y la voz en un suspiro, aquella rosa le pidió que se quedara y que no la buscase hasta haberle devuelto el honor.
Murió y desde aquella noche no hay día sin búsqueda ni noche sin espera. Vigilando y conociendo. Ensayando y esperando. Hoy ha llegado el momento y ante el cristal de su ventana llora.

Continuará....

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