domingo, 3 de julio de 2011

Remordimientos.

Avanzaron los tiempos por los caminos de la vida, dejando olvidado el rostro borrado de aquel personaje gris que antaño fue persona y que ahora no podía ni respirar. La sonrisa, otrora imborrable, ahora quedaba oculta en el recuerdo más lejano de un pasado distinto, de una vida que no era la suya, que nunca fue para él y que insistía en regresar a su cabeza para atormentarle.
Sentado en un pulcro sillón de aspecto robusto y tacto acogedor, contempló la cena pasar ante sus ojos. Un primer plato caliente a base de consomé de marisco y tropezones de gamba, acompañado de la irremediable visión del rostro despreocupado del comensal de la mesa de enfrente. Un segundo servicio con pavo sazonado en salsa de champiñones y la inesperada visita de una criatura pequeña. Y un dulce postre que cerró la velada con mouse de queso y un toque de limón, sonriendo sin pensar a la pequeña pecosa que acompaña a su vecino de mesa.
Se levanta y camina hacia la salida, se despide de la pequeña con un guiño de su ojo izquierdo y, alejándose por la puerta sin alterarse, escucha a la niña gritar a su espalda. Camina por la acera mirando al frente e ignorando a la gente que corre en dirección opuesta, no escucha los alaridos de las señoras y los llantos lejanos de su pequeña amiga. Vé los reflejos de las luces de la ambulancia y la policía pero no se vuelve a mirarlas, solo camina con la vista al frente, la cabeza alta y el comienzo del escozor en su brazo. Se levanta le niebla y se oculta en ella. Nadie lo vió ni le sintió, y antes de desaparecer, sonrió.

Cuando la quemadura dejó de molestarle ya no le quedaban lágrimas que derramar. Las heridas en su alma estaban en sangre viva, insistiendo en impedirle su avance por el camino elegido, recordándole las huellas que dejaba trás de si y la sangre acumulada en sus manos y en su conciencia. Pero se veía reflejado en el cristal de su ventana y le podía más el dolor marcado a fuego y el vacío dejado en su vida por aquella a quien amó. Por la misma conseguía que hiciera lo que estaba haciendo, por la que amaba y amaría en la eternidad de los tiempos.
-Solo tres más y todo acabará. Volveremos a estar juntos.- Le dijo al recuerdo de su amada.



Llovía en la calle iluminada por la anaranjada luz de los faroles, inundada por rios de agua caída desde horas incontables y callada bajo el susurro incesante del aguacero.
Oculto en las sombras de un portal, con su abrigo negro y su sombrero de ala ancha puestos, contemplaba la caída del agua y escuchaba las palabras mudas que el frío provocaba en su aliento. Escudriñaba sus pensamientos en busca de un recuerdo que le hiciese ver más allá de lo que estaba haciendo, pero no pudo.
A lo lejos, en el extremo opuesto de la acera,caminaba ignorante una sombra bajo un paraguas rojo. Con paso acelerado y la cabeza pendiente de los charcos de la acera, ni vió ni sintió la presencia oculta en aquel portal.
Durante unos segundos el tiempo se detuvo, las infinitas gotas de agua quedaron en suspenso, las zancadas quedaron pospuestas y la respiración olvidada inconscientemente. Tiempo suficiente para susurrar.
Con un inexistente movimiento el paraguas rojo cayó al pavimento, el haz congelado que sesgó su vida provino del imposible, de un lugar oculto en las sombras, más allá del conocimiento. Y, mientras su vida se fugaba, el causante de aquella desbandada, escondido e inmóvil en la oscuridad de aquel portal, asentía complacido por el resultado obtenido.


¿Porqué llorar sabiéndose culpable de aquella barbarie?,no conocía la respuesta. Solo sabía que una vez logrado el fin, su cabeza parecía no ser la suya. Se negaba las respuestas que, su yo sensato, lo hacía a aquel otro que salía en las noches.
Con la frente apoyada en el cristal de su inseparable ventana, las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas, marcando con surcos los llantos que su alma sangraba y quería expulsar.
Con los ojos cerrados sintió como la quinta marca comenzaba a desaparecer, quemándole el brazo hasta desviar sus recuerdos y borrar las imágenes que, muy a su pesar, nunca recordaba. Pero trayéndole de vuelta el olor a canela y el suave tacto de la piel de su rosa.
Aquella sonrisa que lo atrajo al país de las flores y que llenó de luz su corazón, había sido expulsada de esta vida de locos por los mismos que ahora rendían cuentas a las puertas de un jardín oscuro y en el umbral del infierno. Pero no estaban todos.
Lloro sabiéndose enamorado de un alma ensangrentada.

...........continuará......

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