Capítulo VI "Camino de la gruta".
Las voces llenaron mi cabeza cansada, la luz empezó a despegar mis ojos dormidos, las canciones de mi hermana desatascaban mis sordos oídos, los ladridos del perro del vecino desentumecieron mis cansadas manos. Por alguna extraña razón estaba agotado.
Mi madre entró en la habitación gritando, como siempre, abrió las ventanas y desplegó las cortinas, el sol entró en la habitación y el aire desprendido de las olas del mar, se contagió del olor a sudor de mis pies.
-Alberto te esta esperando abajo, quiere decirte algo sobre no sé que excursión.
-¡¡¡LA EXCURSIÓN!!, ni me había acordado.
Me levanté como un resorte de la cama y salí disparado hacia el baño, me lavé deprisa y corriendo, me enfundé en las bermudas y me calzé las playeras en menos de treinta segundos. Mientras bajaba por las escaleras a toda prisa, me iba embutiendo en la camiseta, resbalé y estuve a punto de caerme. Entré en la cocina y ví a Alberto sentado desayunándose un café y departiendo con mi padre, mientras mi hermana le observaba desde la ventana que daba al jardín, me preparé el café y cuando me dispuse a sentarme sonó el telefono.
-Sí, un momento. Es para ti.-Dijo mi padre.
-¿Qué pasa?.-Dije.
-Esa es tu manera de darme los buenos días, pues vaya romanticismo.
-Perdona, no sabía que eras tú.
-¿Cuando vais a venir a buscarme?.
-En cuanto desayune, diez minutos.
-Pues aquí te espero. Besos.
Se me lanzó el corazón a mil por hora, Ana sabía mi número de teléfono, ¿cómo podía saberlo?, ¿cóm...?, idiota, si era amiga de mi hermana.
El rugido de las motos ahogó los cantos de los pájaros, enmudeció el silbido del poco viento que viajaba hacia la playa y acalló las despedidas de mi hermana y mi madre. Enfilamos en dirección a la casa del tío Cecil, bajábamos despacio por el bulevar admirando la luminosidad del día, los colores del momento. Descendimos por la calle del cine al aire libre, doblamos a la izquierda por la cuesta del pelícano y tomamos la calle de la sal, en la cual vivía Ana, en dirección al paseo marítimo.
Ana nos esperaba sentada en la valla de sus casa, con unos vaqueros cortados a medio muslo, una camiseta de piolín y unas playeras blancas. Llevaba el pelo recogido en una coleta en forma de trenza, lucía su piel tostada mientras admiraba a su perra Lilas, las gafas de sol le servían de diadema, estaba tan hermosa.
Cuando nos vió alzó las manos para saludarnos, se levantó de su improvisado sillón y se despidió de la perra.
-Ya era hora, pensaba que os habíais rajado.-Saludo.
-Es que hemos venido despacio para despejarnos, todavía estoy dormido.-Contesté.
-¿Eso es que hicistes algo malo anoche?.-Interrogó.
-Pues si te digo la verdad, desde que se fue Alberto no hice más que dormir, pero parece que me han dado una paliza.
-Chico malo.-Me dijo dándome un beso.
Nos pusimos en marcha en dirección a la playa, donde, en teoría, nos esperaban los demás. Las dos motos bajábamos por el pueblo siendo observados por el personal turístico. Al llegar al semáforo de la estación de servicio del paseo marítimo, una gitana se nos acercó y nos ofreció leernos la mano por unas cuantas monedas, ninguno aceptamos excepto Ana.
La gitana le tomó la mano y se le iluminó la cara nada más plantar su mirada en la palma, levantó la cabeza y miró a los ojos de Ana, y le dijo:
-Vas a ser la mujer más feliz del mundo, la más dichosa de las novias, la mujer más bienaventurada, la chica más radiante y gozosa del planeta, todo el tiempo que te dure tu amor por la persona a la que amas con locura. Esa persona te quiere con delirio, te venerará hasta lo indeciso, te protegerá hasta sus últimas consecuencias, te admirará, te adorará y amará hasta el fin de sus días, y, aún después, se postrará a tus pies. Vas a pasar alguna calamidad sin importancia, vas tener un niño y una niña, vivirás en paz y armonía con tu familia, querrás a tu hombre por sobre todas las cosas y amarás sus sueños igual que él los tuyos. VIVE Y SE FELIZ, tu signo es ser privilegiada. Solo tienes un pequeño lunar, que no consigo leer, que marca el comienzo de tú fausta vida. Gracias hija mía y se feliz en tu vida, no dejes que nadie te arrebate tus sueños.
Y se marchó contenta con las cuatro monedas que le dimos, se giró un par de veces a mirar a Ana a la cara, que se había quedado estupefacta, y sonreía.
-¿Me quieres tanto como ha dicho la gitana?.-Me preguntó.
-Tanto como ha dicho o más.-Contesté un poco colorado.
Y me volvió a besar.
Reemprendimos la marcha hacia la playa, llegábamos diez minutos tarde, aunque, seguramente, todavía faltaría gente por llegar a parte de nosotros. Ana se agarró más fuerte a mi que antes del encuentro con la gitana, la sentía respirar sobre mi cogote, sentía sus latidos de corazón estrellarse contra mi espalda, sentía correr la sangre alterada por sus venas, y, aunque estaba detrás de mi, la ví sonreir plácidamente.
Cuando nos plantamos en la playa estaban todos esperándonos, no hizo falta dar ninguna explicación, arrancaron sus motos y nos dirigimos a la gruta del cuerno. La gente estaba exaltada, animada, excitada y valiente. Ibamos al encuentro de nuestro destino, según los muchachos, y parecía que nos marchábamos a otro planeta.
Subimos por la cuesta del pelícano, y giramos en la calle de la fábrica de pan. Llegamos a la plaza del pueblo, donde estaba el ayuntamiento, y tomamos la carretera de la colina, el estruendo de las seis motos era ensordecedor, la gente se paraba a mirar que sucedía a nuestro paso y alguien grito desde la acera:
-¡Estos chicos están locos, se van a matar.!
Subimos tres kilómetros y medio por la carretera de la colina, y, cuando llegamos a la fuente de las siete bocas, nos detuvimos a fumar.
La fuente se llamaba así por que tenía siete grifos que derramaban el agua más fría de todo el pueblo, era de bronce y tenía grabado un pequeño texto en una lengua parecida al latín, según los viejos del lugar venía a decir algo así como:
-"Todo aquel que se detenga a beber el agua santa de las manos del señor, deberá realizar una promesa y cumplirla antes del final del día, o será castigo por el poder del agua santa."
Todo el mundo cumplió con la tradición de beber de las manos del señor en la fuente, y todos realizamos la promesa, y nos echamos a fumar en el suelo de la estatua del señor que había justo enfrente de la fuente.
En la cara de la gente se podía ver las ganas de aventura, la felicidad de hacer algo tradicional, las ansias de empezar cuanto antes nuestra expedición. Alguien abrió unos botes de cerveza y rondaron por el grupo de mano en mano, y de boca en boca. Las bromas se sucedían entre las parejas, las palabras eran transformadas de manera sobrenatural por obra y arte de las gracias, los cigarros se consumían lentamente y el ambiente se llenaba de anhelos y ambiciones desatadas de la pata de la pubertad. Eramos jóvenes y necesitábamos los unos de los otros, éramos aprendices de aventureros y queríamos ser viajeros de nuestra vida, éramos bohemios de nuestra propia película de acción.
Alguien se levantó y propuso reemprender la marcha, y nadie discutió la moción presentada.
Las motos volvieron a rugir una detrás de otra, los tubos de escape volvieron a desprender su humo blanco, las parejas se besaban antes de salir y abandonaban el lugar a toda marcha.
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