Capítulo XX "En privado".
La doctora salió dando un portazo del habitáculo de los prisioneros, el estado de enfurecimiento invadía su rostro, la expresión de cuando se recibe una negativa a algo teñía sus ojos de cólera.
Se acercó al detective, con la rabia escondiendo sus bonitos labios, y le comunicó.
-Cuando las chicas se despierten, me hace entrar a una de ellas en la sala de interrogatorios, estaré allí.
Y sin tiempo para pedir explicaciones, se marchó de la sala. Las miradas se cruzaron enigmáticas entre los presentes, se interrogaron las unas a las otras y no encontraron respuestas satisfactorias.
El detective se incorporó sobre su silla y entró en la sala de interrogatorios, observó a la mujer que fumando miraba con la vista perdida a lo más lejano del horizonte, interrogando a su autoestima por las razones de aquellas palabras oscuras que había recibido.
-¿Qué le han dicho esos chicos?.
-Evasivas.-Sin moverse del sitio.
-Pero,¿tan negativos son?.-Insistió Marcus.
-O más.
Asombrado por la actitud tomada por la doctora, Marcus decidió dejarla a solas con sus pensamientos, con sus razonamientos. Estudiando la estrategia a seguir con los chavales.
Cuando Marcus entró en las celdas, los cuatro muchachos ya estaban despiertos y mascullaban algo entre ellos, el asombró fue general cuando detectaron la presencia del policía, aún así ninguno se movió del sitio.
-No se lo que le habéis dicho o hecho a la doctora, pero la habéis cabreado mucho. Ya que estáis despiertos Ana será la primera que pase a hablar con la doctora. Sal.
Abrió la puerta de la celda y, entre suspiros y miradas cómplices a su novio, salió de la celda.
-Sígueme.
La llevó en la dirección contraria a la sala principal, atravesaron toda la dependencia de las celdas y entraron por una puerta cerrada con llave, en la cual se podía leer: "Interrogatorios".
La mujer se situaba, todavía, en la ventana. Marcus miró a la chica y le indicó que se sentara donde, con anterioridad, lo había echo su tío. Marcus se quedó a sus espaldas, expectante.
-Nombre, dirección y edad.-Preguntó secamente, mientras se sentaba en la mesa, la doctora.
-Ana María Cecil, tengo diecinueve años y vivo en la calle de la sal.
-Comienza relatarme todo lo que sepas de este asunto.
-¿Sobre que asunto?.
-Te lo preguntaré de otro modo,-Había suavizado el tono.-,resúmeme todo lo que has hecho durante el último verano.
-Pues no hay mucho que resumir. Conocí al chico de mi vida, me enamoré de él y hemos pasado todo el tiempo posible juntos.
-De acuerdo, ¿cómo conociste a tu novio?.
-Yo ya conocía a su hermana, pero supe que él me quería por un sueño en los comienzos del verano.
-¿un sueño?.
-Si, una persona anciana entraba en mi habitación y se presentaba como el abuelo de mi novio. Me decía que él me había querido siempre, que había sufrido con mi ruptura con mi anterior novio y que envidiaba a los chicos con los que había estado. Yo me imaginaba algo desde el verano anterior, y me picó la curiosidad. Llamé a su hermana a Lisboa y no me confirmó nada, pero tampoco me lo negó. Cuando le ví aparecer en la playa después de, casi, tener un accidente, me dio un vuelco el corazón y algo me dijo que estaríamos juntos siempre.
-Enternecedor, ¿te volvió a visitar el viejo en tus sueños?.
-No.
-Cuéntame la excursión a la cueva.
-No hay mucho que explicar, subimos toda la panda a la caverna. Según los chicos, cuando se llega a la mayoría de edad, hay que hacerla una visita y encontrar al gran toro. En la entrada de la caverna Esther resbaló y se rompió los pantalones, una escena muy graciosa por que le tuvimos que atar un pañuelo enorme a la cintura para que no se le viera el culo. Entramos por grupos de cuatro personas. Recuerdo que nosotros bajamos por la gruta más escarpada y húmeda de todas. Cuando llegamos al riachuelo, mi novio y yo nos detuvimos a..., bueno, a besarnos, y cuando volvimos a este mundo, Alberto y Mabel habían subido por una pared que llevaba una especie de balcón. Subimos, y al llegar arriba, decidimos descansar. Estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos, y cuando despertamos nos encontramos envueltos en una nube de polvo y decidimos marcharnos. Al salir de la cueva nos esperaban los demás, todo el mundo se encontraba raro, más bien diría cansados, aún así se fueron muy deprisa. Nosotros decidimos bajar andando.
-De acuerdo, por lo que intentas decirme, no os ocurrió nada extraño en la cueva.
-No que yo recuerde.
-Bien, puedes marcharte. Pero a lo mejor te vuelvo a llamar. Detective.
Marcus acompañó a la chica a la celda, y sacó de la misma a Mabel, la cual se encontraba muy nerviosa. Miró con melancolía a Albero, y este le tiró un beso.
Recorrieron el mismo camino que antes había llevado Ana, y la doctora seguía sentada en la misma posición en la que se había quedado, anotando en sus hojas y escuchando los susurros del viento en la calle.
Mabel se sentó en la misma silla que Ana, todavía estaba caliente. Le pidió un cigarro al detective y este se lo dio. La doctora la miró y dijo:
-¿Saben tus padres que fumas?.
-Creo que se lo imaginan.
-Nombre, edad y dirección.
-María Isabel Gomes Madeira, tengo dieciocho años y resido en el número doce de la carretera de Porto Bahía a Sándalo.
-Cuéntame lo que has hecho este verano.
-Bueno, si le digo la verdad, ha sido uno de mis mejores veranos. Formalicé mi relación con Alberto, mi chico, hemos hecho varias excursiones en pandilla y hemos celebrado muchas fiestas en la playa.
-Una de esas excursiones fue a la caverna del cuerno. ¿Verdad?.
-Si.
-Descríbemela.
-No fue nada del otro mundo, subimos todo el grupo y por pesadez de los chicos, decían que tenían que cumplir con la tradición. A mitad de camino paramos en la fuente de las siete bocas y descansamos. Cuando reemprendimos la marcha, mi hermano y Ana se detuvieron en la parte baja de la colina, "a mear" dijeron. Tardaron quince minutos en subir hasta la cueva, los demás los esperábamos nerviosos para entrar, y fue entonces cuando Esther se cayó y se rompió los pantalones. Cuando llegaron los dos decidimos, más bien decidieron, entrar por grupos y separados. Nosotros lo hicimos por la parte más dura de la gruta, casi me caigo dos veces, y cuando llegamos al riachuelo, mi hermano y Ana se volvieron a detener. Alberto y yo seguimos ascendiendo por una de las paredes, al llegar arriba les llamamos y, una vez estuvimos juntos decidimos descansar. Estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos, y al despertar nos vimos en vuelto en una lluvia de agua fina y de aires fríos procedentes del fondo de la cueva, acordamos salir de allí. Al llegar a la salida los demás estaban esperándonos y alguien preguntó que si había estado bien, y la respuesta de mi hermano fue seca:" nos marchamos ya."
-Has dicho lluvia fina y viento helado,¿verdad?.-Interrogó la doctora.
-Si, eso he dicho.
-De acuerdo, vuelve a la celda. Lo mismo te llamo otra vez.
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