martes, 1 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo IV "El detective"

Cuando sonó el teléfono eran las tres menos cuarto de la madrugada, y Marcus había dormido tres horas cortas. Para coger el auricular o saltaba por encima de su esposa, o se levantaba de la cama, y por no despertarla se levantó.
-Dígame.
-Marcus, soy el comisario. Necesito que vengas con urgencia al parque de las Tetas. Ha pasado algo indescriptible.
-De acuerdo jefe, estaré allí en media hora.-Contestó aún dormido.
Cuando colgó el teléfono se dirigió al baño, meó y se miró en el espejo. Estaba demacrado, tenía unas barbas de seis días, ojeras y se le marcaban las fauces de la cara sobremanera. Abrió el grifo del agua fría y se lavó la cara.
Volvió a la habitación y observó a su esposa, que yacía en la cama placidamente, dormitando como un ángel. Se puso los pantalones vaqueros, y se enfundó las playeras que le regaló su hija por su cumpleaños el mes pasado. Salió de la habitación y entró en la cocina a prepararse un café bien cargado, encendió un cigarrilo y miró el café con desdén.
Llevaba dos semanas durmiendo tres horas diarias, y eso estaba acabando con su paciencia, hubiera pasado lo que hubiera pasado en el parque, iba a pedirle al jefe unas vacaciones, estaba cansado.
Terminó el café y entró de nuevo en la habitación a ponerse la camisa, su esposa se despertó en ese momento, y le preguntó:
-¿Cuándo vas a descansar Marcus?.
-Cuando termine con esto le voy a pedir unas vacaciones al jefe.-Contestó él.
-Haber si es verdad.
Observó la resignación en sus ojos, pero no podía hacer nada. Comprobó y sintió como le miraba mientras salía de la habitación, cuando cogía las llaves del coche e, incluso, cuando montaba en el mismo. Llevaban ocho años casados, tenían una hija de siete, un pastor alemán y un gato persa. Pero hasta ese momento no había sentido la necesidad de huir con todo lejos de ese pueblo, de salir de la rutina diaria y perderse en medio de ninguna parte. Que feliz sería si pudiera hacerlo. Pero había que esperar.
Circuló por el pueblo tan despacio, que pudo contar los borrachos que había tirados en el suelo, pudo escuchar los gemidos de las jovencitas mientras sus novios las poseían dentro de los coches en lugares oscuros, pudo oler las meadas de los perros en árboles y farolas, pudo tocar con la palma de su mano lo cargado que viajaba el aire en esa noche, tuvo la certeza de que el pueblo estaba poseído por el vicio, la perversión, la lujuria y la desfachatez. Algo no andaba bien y el estaba demasiado dormido para darse cuenta.
Llegó al parque de las Tetas, y se despertó por completo. Debió ocurrir un holocausto o algo parecido. Había tres coches de bomberos, todo el cuerpo de policía del pueblo corría en todas direcciones, las ambulancias se detenían una detrás de otra, por si las llamas habían herido a alguien, los bomberos enchufaban con sus mangueras al edificio, que, si él no recordaba mal, nunca había estado allí. Ese edificio nunca había existido y los bomberos se afanaban en apagarlo como si fuera un monumento a la arquitectura. No entendía nada, y un golpe en el cristal lo asustó.
-¡¡Marcus se va a quedar toda la noche mirando como un bobo, o va a hacer algo.!!
Era el jefe, que estaba más alterado que de costumbre. Salió del coche y enfiló en dirección al coche del jefe a recibir información, si es que había algo.
Todo estaba alterado de sobremanera, había un fuego tan alto que estaba dando calor a los marcianos, había enormes chorros de agua que refrescaban las llamas provinientes del infierno, había llantos, había gritos, había rabia contenida, había desorden.
Lástima de vacaciones, esto pintaba en bastos. Se iba a quedar sin vacaciones.



Todo el mundo se afanaba en dar una explicación a algo que parecía inexplicable. Todo el mundo intentaba darse cuenta de algo que no había pasado, y, que por el contrario, parecía muy real. Todo el mundo quería saber por que, y nadie sabía dar la contestación adecuada. Todo el mundo apuntaba, preguntaba a extraños, recibían contestaciones incoherentes y con poco peso. Nadie, absolutamente nadie, podía encontrar una respuesta razonable a todo lo que estaba, y había, pasado.
Marcus se acercó al agente que apuntaba y desapuntaba como un poseído, y, antes de que pudiera decir nada, este le dijo:
-Detective Marcus, aquellos cuatro chavales son los culpables de todo este desaguisado. Hable usted con ellos.
Después de darle las gracias se dirigió al banco más alejado de donde se encontraba, observó a cuatro muchachos que parecían fantasmas. Una de las muchachas estaba sentada y lloraba desconsolada, con las manos en la cara y su pelo rubio cayéndole entre los dedos. A su lado había un muchacho que parecía el menos afectado, pero igualmente ausente. Delante de ellos había otro muchacho que no hacía más que mirar al cielo como si estuviera clamando a Dios una respuesta, y al lado de este se encontraba una muchacha, que parecía la más joven del grupo, y que parecía muerta en vida. Estaba pálida, apenas sudaba y tenía un estado de trance profundo. Seguro que cuando se diera cuenta de lo sucedido rompería a llorar y estaría llorando dos días.
Parecían cuatro desconocidos, apenas se miraban, casi ni se reconocían, suspiraban al viento y los demás ni se inmutaban, todo esto era demasiado fuerte para ser cierto.
Estos cuatro chicos tenían toda la pinta de no haberse separado en todo el verano, seguramente habían ido a las fiestas de la playa juntos, podría afirmar que habían acampado juntos en la gruta del cuerno, podía verlos en la playa ó en la colina, queriéndose juntos. Pondría la mano en el fuego por verlos pasear por el pueblo agarrados de la mano ó viajando en moto, todos los chavales de su edad en el pueblo tenían una, estaba seguro de que eran los mejores amigos del mundo, pero ahora daba la impresión de que ni se conocían.
Mientras se acercaba al banco donde estaban los chicos, le dio la impresión de que no se habían dado cuenta de su presencia. Ni siquiera sabían que en el parque se encontraba toda la dotación de policía del pueblo, el cuerpo de bomberos casi al completo, todas y cada una de las ambulancias del hospital, juraría que no sabían nada del misterioso edificio en llamas, ni siquiera lo habían visto.
Todo esto le parecía a Marcus demasiado para su cansado cerebro, no podía pensar con claridad, sus movimientos se hacían pesados, podía sentir como le latía el corazón en el pecho, podía ver su sangre regando cada uno de los rincones de su cuerpo y podía sentir, que los chavales que se encontraban enfrente suyo, estaban luchando en su interior para volver a ser lo que eran.
Antes de llegar al banco, mientras se encendía uno de sus cigarrillos, observó como uno de los muchachos le miraba directamente pero sin verle. Sintió que la mirada del chico le traspasaba y que viajaba hasta más allá de la nada. Le hizo una seña con la mano y no obtuvo respuesta de ninguna clase, sin embargo el chaval le seguía mirando.
-Hola chicos, me llamo Marcus Costinha, soy detective y me han encargado la investigación de lo ocurrido aquí esta noche,¿quién empieza hablar?.
De los chicos no salió ni una mirada, ni un suspiro, ni un pestañeo, ni un gesto de desaprobación, nada. Marcus lo volvió a intentar.
-Venga chicos, ya se que es un momento duro, que estáis desolados, os sentís mal, pero yo necesito saber lo que ha ocurrido aquí.¿No querrais dejarme sin vacaciones?.
Nada.
-Os lo voy a preguntar una vez más, y si no obtengo respuesta os llevaré a la celda a desacansar para que penseis durante toda la noche.¿Qué demonios ha ocurrido aquí esta noche?.
Sin levantar la cabeza, sin mirarle, sin hacer un gesto raro, casi como si de él no hubiera salido la frase, uno de los muchachos le dijo.
-¿Porqué no se van a la mierda usted y la celda?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario