lunes, 31 de enero de 2011

A Divinis.

Capítulo III "El reencuentro"

La moto no me daba más de sí, bajaba por las calles del pueblo como un endemoniado, Alberto y mi hermana se quedaron atrás. Los perdí, pero es que tenía ansias por volver a ver a Ana, el corazón me latía fuera del pecho, la adrenalina se me había subido hasta los pelos del bigote, la sangre me hervía en las venas, los sentimientos se me desbordaban, alegría, desdicha, pasión, todos y cada uno de mis sueños se estaban haciendo realidad, y en el centro de todos ellos estaba la imagen de Ana con su hermoso pelo dorado cayéndole hasta el culete.
Al girar a la derecha por la calle del paseo marítimo, vislumbré la fogata con que dábamos comienzo al verano, la gente se agolpaba, brincaba, cantaba y disfrutaba, como una tribu india, alrededor del fuego. Y eso que era la una del mediodía, pero no conseguí detectar a Ana. La saqué todo el jugo a la moto para llegar antes, y el ruido del escape al soltar todo el gas, espantó a un perro que dormitaba en la sombra de una palmera. Entré en la arena de la playa y la gente me reconoció en seguida, pero seguía sin ver a Ana. Me paré a unos veinte metros del fuego, la música del radiocasete estaba alta, la gente estaba contentísima de verme, la felicidad se desbordaba por los cuatro costados, estábamos en verano, en la playa, con nuestros amigos bebiendo, bailando, saltando y yo seguí sin encontrar a Ana.
El ruido de una moto se freno en seco a mis espaldas, alguien me gritaba que si me había vuelto loco sin quitarse el casco, mientras otro alguien me daba de golpes en la espalda medio llorando del susto, no reaccioné hasta que oí mi nombre de una voz sobresaltada, contenta, y, aunque me era familiar, no logré encontrar a su destinataria. Alguien me abrazó por la espalda, y al girarme me estampó un beso en la boca. No necesitaba abrir los ojos para saber quien era, solo con oler su dulce y sedoso pelo, me bastaba.
Durante dos segundos el mundo se detuvo, los ruidos se silenciaron, las voces se callaron, el mar dejó de moverse, el viento de soplar, el sol de calentar y la arena de la playa de quemar los pies de la gente que estaba descalza. Estábamos solos los dos, acompañados el uno del otro, como dos robinsones en una isla desierta. Pero alguien dijo:
-Dejar algo para el resto del verano.
Y las carcajadas nos sacaron del trance, y nos venció la alegría de la gente.
Entonces fue cuando oí a mi hermana y a Alberto gritarme:
_¡Pero estás loco, has estado a punto de matarte en la curva del paseo!
-Eres un imbécil,me has dado un susto de muerte. Idiota.-Dijo mi hermana medio llorando.
-Lo siento no pensaba más que en una cosa, y no sabía que hacer.-Contesté un poco agobiado.
-¿Me estas llamando cosa por un casual?.-Replicó Ana.
-Sí,...es decir no,...bueno ya me entiendes.
Las risas se apoderaron de todos otra vez, y esta vez no pude contenerme y estallé en una carcajada que contagió a mi hermana y Alberto, aunque Ana me miraba como si estuviera loco, pero como no podía parar, al final ella también rió.
El comienzo del verano había sido ideal, como ya dije antes de salir de mi casa sabía que este verano iba a ser especial. Y todo por que después de una noche de hace un año, la chica por la que estaba loco se había fijado en mi después de quince años. Que hermosa es la vida cuando uno se siente respaldado por la persona de sus sueños. Y, cuando sabes que la otra persona, siente lo mismo.
Alguien gritó:
-Vamos chavales que estamos de fiesta, a beber y a bailar.
Y nos dieron las doce de la noche en la playa, bebiendo, bailando, besándonos, y contándonos las anécdotas ocurridas a lo largo de todo el año.
Como la vez que estaba en el rio y jugando al fútbol se reventó el bañador y estuve todo el día enseñando las partes innombrables, o como la vez que, estando en un concierto, salté al escenario y me echaron a patadas del mismo dos pedazos de seguratas como dos armarios. Días así no deberían acabarse nunca, o por lo menos deberían durar veinticinco horas, deberían ser eternos e interminables ó, por lo menos, ser siempre igual de complacientes.
Alguien propuso que este verano deberíamos subir a la gruta del cuerno, llamada así por que su entrada tiene forma de cuerno de toro, y en su interior huele a asta quemada, por que según una antigua leyenda que ronda por el pueblo, los viejos del lugar cazaban toros para usar los cuernos como polvorines, y para ello necesitaban quemarlos primero. Dicen que en su interior vive el toro más grande jamás visto, aunque nadie lo ha visto realmente, y todos los mozos de la zona visitan la gruta una vez en su vida, al menos, para demostrar que es un hombre. Yo era reacio a esta idea, pero todos los muchachos iban a subir, y había que estar con ellos, para algo eran mis amigos.
Miré a Ana y ví en su rostro reflejado la negativa a que subiera con ellos, pero me comprendió, aunque no compartió mi decisión.
Era feliz.
Tenía que acompañar a Ana a casa y me despedí de los demás, la gente empezaba a desfallecer después de todo el día de juerga. Solamente un par de parejas seguían bebiendo y bailando. Mi hermana y Alberto hacía rato que se habían ido, y nosotros estábamos a punto de marcharnos.
-Ponte tú el casco, solo he traído uno por que no esperaba este recibimiento.-Le dije a Ana un poco coloradete.
-Pues vete acostumbrando, nene.-Contestó ella sonriendo.
Puse la moto en marcha y salimos de la arena de la playa. Una vez en la carretera del paseo, me pidió que fuera despacio para disfrutar del momento y yo le hice caso. Tome la ruta más larga a casa del tío Cecil. Fui tan despacio, que nos dió tiempo a contar las estrellas del cielo, a saborear la sal que viajaba en la brisa del mar, a contar los corazones que se desprendían de nuestra ropa, a mirar al interior de nuestro amor y descubrir que volvíamos a estar solos en el mundo. Estábamos ella, yo y la moto, aunque esta era un elemento adornativo. Sus susurros me llenaban el oído de música, sus palabras entonaban en mi cabeza canciones de amor y esperanza, su voz era la dulce melodía de viejas leyendas de amor, su olor se pegaba en mis ropas como la miel a las manos, su cuerpo estaba fusionado con el mío, sus manos se perdían por debajo de mi camiseta, y su respiración dejaba helado mi pecho. Si a todo este cúmulo de sentimientos se le llama amor, yo no estaba enamorado. Por que mis sentimientos reflejaban mucho más de lo descrito, mis sentimientos me estaban desbordando, me estaban arrinconando contra la pared la locura, me estaban persiguiendo a través del laberinto de mis pasiones, me estaban tumbando, una y otra vez, en la lona del ring como a un esparrin novato, y mi contrincante era la más feroz de mis rivales, la más bonita de las mujeres fatales, la niña de mis ojos era la más espectacular de las ninfas, la guerrera de mis sueños.
-...Me estás escuchando, tontín.-Dijo Ana.
-Perdona, estaba soñando despierto.-Contesté aturdido.
-¿Con quién soñabas?.
-Soñaba con lo bonito que es vivir este momento junto a la chica más bonita de Porto Bahía.
-Eso no me lo dices a la cara en este momento.-Me desafió.
Paré la moto en seco, eché la pata y me bajé. Le saqué el casco con cuidado de no enredar su hermoso pelo, y le volví a decir la frase.
-Soñaba con lo bonito que es vivir este momento junto a la chica más bonita de Porto Bahía.
Me agarró con ambas manos de los carrillos del culo y me besó.

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