Quisieran las palomas alzar el vuelo sobre lo que allí aconteció. Suspirasen los árboles por rozar los silencios que alli ocurrieron y pudieran las hierbas del camino dibujar la suleta de un alma caida en la noche.
Necesitaría un mundo para narrar los sucesos de la noche de autos, la noche en la que la bella murió a manos de la bestia sin oponer resistencia, sin luchar, dejándose vencer por el mero echo de creerse culpable.
Culpable de nada, pues era inocente.
Alguien diría, tiempo después, que todo estaba sujeto a posibles variantes, que podía cambiar la culpabilidad según fuese el interesado en estudiar el asunto. Dependiendo de quien quisiera culpar a quien.
La hierba fresca de aquella noche sabe lo ocurrido, los árboles gritan el nombre del culpable y las palomas revolotean sin orden en busca de una verdad.
Déjenme decirles que no hablamos de un asesino en serie, que estudia a sus victimas hasta conocer el más mínimo detalle de sus vidas, ni de un asesino lunático, que mata cuando el resorte de matar se le activa, ni siquiera hablamos de un violador, hablamos de un marido.
Un marido que no sabe que ha matado hasta que llega a casa y no encuentra la cena echa. Que no conoce la gravedad de sus actos hasta que la policia le pone las esposas, que no llorá por que grita que él no ha matado a nadie y se derrumba cuando ve el cadáver de su mujer en la mesa del forense.
Hablamos de una mujer que se enamora de un galán caballero que, todas las noches de antes del noviazgo, la viene a pretender a la ventana de su casa. Que durante el noviazgo es la reina del lugar donde está y que se deja llevar al altar con la venda en los ojos.
Un marido que desde el inicio mismo del matrimonio, la engaña, la miente y la pega. Haciendo una cara de puertas para fuera y otra en el interior del hogar, exigiendo su derecho al matrimonio en cualquier momento a pesar de que ella no puede o no quiere, recibiendo un castigo por ello con la hebilla del cinturón.
Una mujer que llorá lágrimas de desconsolada desesperanza en el rincón de su casa, y sonrie falsedades en las puertas de la calle. Que grita su dolor en la intimidad de su corazón y que calla sus penas en la multitud de las gentes. No puede huir, no sabe huir.
Una cena que nunca se llega a hacer, un grito de descontrolada rabia. Carreras en la oscuridad de las calles para salir de allí, nadie te oye, nadie te ayuda y sientes que se acerca. Sabes que va a ser el fin,que de ese noche no pasa, te mata o le matas, él o tú.
Lloras.
Tu vida no puede acabar así.
Escuchas sus pasos y resoplidos.
Lloras.
¡Nunca más!, gritas a la oscuridad y las palomas vuelan, sisean los árboles y se aplasta la hierba cuando caes.
La escopeta de caza acabó con tu vida.
Como cobarde que es, huye al escuchar el disparo.
Como cobarde que es, lloró al ser encerrado.
Nunca sabrá que quien te mató fue él, aunque tú apretaras el gatillo.
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