martes, 18 de enero de 2011

Silencio en el corazón.

Debería olvidarme de esto y dejar que el tiempo termine por borrar estos sentimientos, pero no puedo. Debería pensar en levantar la mirada y ver más allá de las ventanas cerradas que se interponen ante mis ojos, pero no sé. Debería ceder ante la fuerza de un mañana prospero a la sombra de un nuevo sol, pero no quiero. Debería hacer y decir tantas cosas que, con solo imaginarlo, la sensación de agobio es mayor y el peso del recuerdo me aplasta.
Una eternidad ha transcurrido desde el instante en que todo comenzó y un infinito paso del tiempo quiere ocultar el momento final, el más doloroso, el más infeliz de los momentos. El adiós no deseado pero irremediablemente esperado, cortando con filo de bisturí las lágrimas de aquel corazón.
Enmudecido por los ecos de un amor que aún perdura, endurecido por el olor de un perfume que aún lo perturba y encanecido por la sensación de escuchar el ritmo de su voz, lo único que puede hacer mi corazón es callar y dejar pasar el tiempo a su lado. Contemplar tranquilo el devenir de gentes por su vida, hacerles hueco en su agenda de relaciones y ser fiel a su razón.
Enamorado del recuerdo más hermoso de su vida, calla sus voces en los sueños que lo asaltan en las noches, escuchando el sonido de un sencillo pestañear que lo desvela y lo arrastra a la perdición, una vez más, de un doloroso recuerdo en forma de adios.
Debería olvidarla, matar su recuerdo y enterrarlo en algún lugar prohibido de mi razón,pero no puedo. Debería pensar en que ella ya no me recuerda, en que ya no soy nada en su cabeza, ni siquiera debo existir en su mundo y, sin embargo...
Mi corazón calla y mi alma se muere en el silencio.
Ella.
Desde siempre y para siempre.
Debería olvidarme de esto y seguir dejando pasar el tiempo.
Debería pensar en que nunca existió aquella mirada.
Debería dejar de recordarla.
Ha pasado tanto tiempo que, a veces, creo que aquello fue un sueño. Una leve incursión por el mundo de las mariposas, donde las hadas de sus ojos me llevaban de la mano al manantial donde, una y otra vez, bebí sin miramientos.
Ha transcurrido tanta vida alrededor de mi, que siento que aquello fue una de tantas de mis invenciones, una de las historias que siempre quise vivir y que nunca ocurrieron, algo producto de mi cabeza. Un amor inventado como siempre lo había soñado, para vivirlo con la máxima de las intensidades y cortado bruscamente por la crueldad de un destino fingido.
No puedo olvidarla.
No quiero sacarla de mi.
No cederé a su destierro.
La conocí una noche de Noviembre de dos mil y, durante tres meses, le entregué mi corazón.
Un día decidió que no quería más y todo lo que le dí, se fue con ella. Las voces de mi corazón callan su ausencia, esperando el regreso de un sonido especial que reavive el fuego apagado, bruscamente, aquella noche de Enero.
No puedo ni quiero olvidarla.
Solo puedo echarla de menos.
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