La calle estaba en silencio cuando su figura apareció en el inicio de la acera y la calma de sus sombras se vió agitada por el susurro espontáneo de sus pasos. Avanzó por el sendero adoquinado siguiendo la estela de su aliento, camino de un encuentro años hace que fue programado.
Levantó la mirada y contó las pistolas que lo apuntaban directamente. No se puso nervioso, no dejó de caminar y su pulso apenas cambió. Su pie derecho siguió al izquierdo y el eco de sus pasos anunciaba sus intenciones. Una tos en la lejanía y un ladrido ahogado, presentaron al individuo desarmado que caminaba hacia la muerte.
El hombre cayó al suelo, sus pistolas le siguieron, miró a su verdugo y sonrió.
-Ya tengo lo que quería. Puedes matarme.
-¡¡Detente!!.- Le expetó.
-Ya no quiero defenderme, he terminado. Si me matas habré ganado, si no lo haces tambien.
-¡¡Estás loco y vás a morir!!.
-Adelante.
En apenas un segundo, trás la señal del verdugo, dieciocho pistolas vaciaron sus cargadores amenos de un metro del infeliz y, justo en el último momento, alguien gritó:
-¡¡Habéis matado a un desarmado!!,¡¡seréis castigados por ello!!.
Y el suelo se abrió bajo sus pies engullendo a veinte personas armadas y estupefactas que cayeron en la maldición del pistolero, sucumbiendo en el abismo por elo.
Aquel muchacho corría como si le fuese la vida en ello, con la caja de madera en las manos y el diablo pisándole los talones. Subió las escaleras sin apenas tocar los escalones y llegó al umbral de la habitación y, sin llamar, entró.
La mujer estaba sentada en un sillón junto a la ventana, el hombre paseaba por la estancia nervioso y ambos se detuvieron en seco cuando entró el muchacho. Él salió a su encuentro y le arrebató la caja de madera de las manos. Ella se incorporó de un salto y corrió al lado del hombre que, con mucho cuidado, había dejado la caja en la mesa y se disponía a abrirla.
Al levantar la tapa el edor les abofeteo y sus rostros se volvieron ante la repulsión, para regresar al instante a contemplar el tesoro. Durante unos segundos el mundo se detuvo para admirar el hallazgo y, con un amplio suspiro, regresó a la realidad.
Allí estaban. Tan hermosas y bellas como malignas. Las pistolas asesinas del pistolero sin nombre, aquel que murió para salvar a su amada entregando su vida a cambio de la de ella, llevándose con su alma la de todos aquellos que quisieron impedirlo.
-¿Y ahora?.-Preguntó ella.
-Ahora nada. Estas pistolas nunca han existido.
-Pero....
-Todo es, ha sido y seguirá siendo una leyenda.
-Pero....
-Escúchame bien. Quien ose utilizar, o tan solo coger, estas pistolas, yacerá en el abismo donde está su dueño y las almas malditas de aquellos que osaron matarlo. Por eso serán guardadas para siempre, para el mundo nunca han existido y así seguirá siendo.
-Como quieras. A fin de cuentas era tu antepasado.-Dijo ella saliendo de la habitación.
Con mucho mimo el hombre cerró la caja y, sonriendo, dijo en voz baja:"Te equivocas, no era mi antepasado el de la leyenda, soy yo".
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