Una linea continua interminable, el haz de luz blanca alumbrando el camino, el ronroneo del motor que, sin llegar aun a meter la sexta, ha alcanzado los doscientos kilómetros por hora. LAs manos en el volante y la vista en la carretera, los sentidos puestos en la conducción y en el más mínimo detalle. Todo es perfecto, bueno todo no.
El cielo está despejado, no llueve ni hace viento y las estrellas ayudan a marcar el camino con su brillante presencia. La luna sonrie maliciosamente, pues se sabe culpable de algo que pasó en infinidad de ocasiones, aunque a ti solo te atañe en una. La única vez que pasaste por esa carretera.
Las hojas caídas de los árboles han desaparecido, el viento de la mañana se los llevó para que el camino ha recorrer fuese más sencillo, sin problemas de última hora, sin sustos. El asfalto recién echado por las máquinas hace unos días, aun despide su olor característico y esta liso como una pista. Nada puede fallar, esa es la noche, la última oportunidad.
Ves el resplandor lejano de una luz blanca y, en décimas de segundo, recuerdas lo que sucedió aquella noche. Sin vuelta atrás, pisas el embrague y metes sexta, sabes que todo va a acabar y que te reunirás con ella para pedirle perdón, con el tiempo justo de mirarla a la cara y llorar, antes de que las sombras del infierno te arrastren al infinito oscuro.
Tus lágrimas inundan tus mejillas y no haces nada por evitarlo, los sollozos ya no se escapan de tus entrañas añorando lo imposible y los lamentos, doliendote en lo más hondo de tu corazón,han pasado ha segundo plano. Tienes que hacerlo por ella, por ti, por que nadie te creyó y te culparon. Por que nadie supo, sabe o sabrá que pasó aquella noche, solo que aquella muchacha murió atropellada.
La luz blanca se hace más fuerte y asoma por encima del cambio de rasante. La aguja del cuenta kilómetros marca doscientos treinta y el pie sigue pisando.Circulas por tu carril pero sin preocuparte demasiado si pisas el arcén o la linea continua. Y su mirada vuelte a ti.
Circulabas a la mitad de la velocidad que ahora, ciento diez más o menos,llovía a cántaros y el viento soplaba del costado izquierdo. Reduciste cuando las farolas dejaron de alumbrar el camino y saliste a la carretera que no conocías por error. Decidiste avanzar por ella hasta poder dar la vuelta, pero nunca lo hiciste.
Eran las dos de la madrugada y el alcohol no corría por tus venas, tampoco droga alguna. La tensión de no conocer el recorrido que seguías y la nula visión por culpa de la lluvia, hizo que la fugaz sombra apareciera por la derecha y no la vieras.
No fue un golpe mortal, pero si complicado de asistir. Su cuerpo estaba doblado en un antinatural escorzo por la cadera, la imagen era dantesca y la muchacha apenas era consciente de lo sucedido. Su cabeza se había golpeado contra el suelo al caer y sangraba bastante, su palidez iba en aumento y su temperatura bajaba alarmantemente.
Llamaste al servicio de urgencias y diste la situación, tapaste a la muchacha y le diste los cuidados que sabías, que eran nulos. Le diste agua que recogiste en una bolsa de plástico, le protegiste de la lluvia con una manta y un paraguas, y,sobre todo, habláste con ella.
Con la ambulancia llegó un coche de la guardia civil y fuiste interrogado. Un enfermero se acercó al agente de mayor graduación y le dijo algo. Y fuiste esposado.
Nadie creyó tu versión. Fuiste condenado a dos años de cárcel por conducción temeraria y al pago de una cantidad desorbitada de dinero a los familiares de la niña,pero no pudiste pagar. Declarado insolvente fuiste encarcelado y olvidado en una celda, hasta que pasaron los dos años. Nadie fue a verte, ni siquiera tu madre.
Y en tu cabeza aquella mirada se grabó para la eternidad, una mirada de agradecimiento y de liberación. Una mirada azul cielo que quemó la retina de tu alma, cegando el paso de los años por siempre.
Y recuerdas sus palabras, las recordaste y las recordaras por siempre, pues no pudiste cumplir su voluntad.
-Es culpa de mi padre, díselo a todos.
Ahora, dos años y seis meses después de aquella maldita noche, estas en la misma carretera, al triple de la volocidad y con una amplia perspectiva del asfalto. Ya no importa nada, ni nadie. Te sientes culpable de aquel accidente, culpable de no haber cumplido la voluntad de la niña y culpable de ser una persona tan débil.
Lo has estudiado hasta la extenuación y sabes que todos los días pasa a la misma hora, de regreso a casa, en su tractor y borracho. Ya no podrá hacerlo más veces, no lo vas a permitir.
El tractor aparece en todo su esplendor, por el medio de la carretera y tu coche no quiere apartarse, el impacto es brutal. Unas décimas de segundo antes de la explosión, oyes la voz de la muchacha:"gracias". Y sonries.
Los pedazos de coche y tractor fueron recogidos a casi un kilómetro del lugar de la colisión, miles de ellos esparcidos por las manos gigantes de un niño malhumorado. Se necesitaron varios días para recopilarlos todos y saber cual era del coche y cual del tractor, pero fue una misión imposible.
Nada se encontró de los cuerpos de los ocupantes de los vehículos, nada.
El director del hotel del pueblo descubrió una nota en la habitación de uno de sus inquilinos, este había desaparecido sin dejar pagada su estancia y sin decir a donde iba, y la entregó a la policia cuando fue a poner la denuncia.
"Soy Saúl Sánchez, acusado de conducción temeraria y homicido imprudente, causando la muerte a la niña Laia Peláez. Ante la imposibilad de que me hagan más caso y de ver como todos mis esfuerzos caen en el olvido, debo dejar escrito las razones de los actos que llevaré a cabo en unas horas.
Laia se suicidó por miedo a su padre. Había sido violada en varias ocasiones y esa noche lo intentó otra vez, la niña huyó y corrió despavorida. En aquella desfavorable noche su padre salió a buscarla y esta no aguntó más, prefirió morir a ser sometida otra vez. Solo tenía dieciseis años, me dijeron en el juzgado mientras el cinico de su padre sonreia.
No pude cumplir su voluntad aquella vez, pero esta noche todo el mundo lo sabrá. Laia murió bajo mi coche para no crecer bajo su padre. Adios."
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