Capitulo IX "En la comisaría".
Cuando el detective llegó a la comisaría de Porto Bahia, después de haber pasado por todas y cada una de las casas de los muchachos, y de haberse detenido a tomar un café muy cargado en el bar de Miguelinho, no había llegado ninguno de los padres.
Decidió ir a la parte de las celdas a ver como estaban sus jóvenes inquilinos, pero antes se detuvo en su mesa a dejar el bloc de notas, las llaves del coche y la cartera. Cuando se giró hacia la puerta que llevaba a las habitaciones de reclusos, tuvo la sensación de que algo no marchaba o marcharía como a él le gustaría.
Entró por la puerta y los vió a los cuatro tumbados en sus camastros, como cuatro angelillos, como si con ellos no fuera la cosa. Las chicas dormían abrazadas la una a la otra, arropadas con la débil sábana de la cárcel, no suspiraban, no parecía que tuvieran pesadillas, no temblaban, no hacían nada extraño. Ni siquiera los borrachos se portan tan bien.
Los dos chicos dormían por separado, mientras uno dormitaba en el suelo apoyado en la pared, el otro dormitaba en el camastro, boca arriba, como si se hubiera dormido mirando al cielo y esperando una respuesta, ninguno de los dos daba la sensación de nerviosismo, de malos pensamientos, de malas vibraciones.
Sintió un golpe acelerado a su espalda y se giró.
-Hola detective, pensé que no había nadie y venía a echar un vistazo a los chicos.
-Buenas noches agente Ramírez, estoy esperando a los familiares de los chicos. No tardarán en llegar, voy por un café,¿quiere uno?.
-De acuerdo, gracias.
El detective salió de la estancia dando una última visual a los chicos.
"¿Cuales serían las extrañas sensaciones que tendrían que sufrir estos jóvenes, para que podamos saber la verdad de lo que ha acaecido esta noche en el parque?". Era la pregunta que se hacía una y otra vez el detective, por más vueltas que le daba al cerebro, por más cajones ocultos que abría en su pensamiento y por más baúles olvidados de recuerdos que registraba en su cabeza, no encontraba la imagen del edificio en llamas del parque.
La máquina tardó dos minutos en servir los cafés, cuando regresó a la sala principal de la comisaría, el agente Ramírez departía enérgicamente por teléfono y cuando le vió entrar en la habitación le hizo una seña para que se acercase.
-Un momento, acaba de entrar.
-Detective Marcus, ¿en qué puedo ayudarle?.
-Deberías estar de regreso a casa y con las vacaciones en el bolsillo,¿qué ha sucedido?.-Interrogó una suave voz femenina.
-Cariño, lo siento. Ha ocurrido algo con unos chavales que...
-¡Si están borrachos que se ocupe el agente!.-Exclamó eufórica.
-No puede...,un momento,¿no conoces tú a los padres de los hermanos Gomes Madeira?.
-Si,¿porqué lo preguntas?.
-Por que son ellos y sus amigos los que están en las celdas.
-¿Pero que...?
-No puedo hacer nada hasta que no se despierten y me cuenten lo que ha sucedido, no insistas.
Y colgó. Le sabió a mal colgarle el teléfono a su mujer, pero tenía que hacerlo antes de que se pusiera más pesada. La puerta se abrió a su espalda dejando entrar todo el calor que inundaba la calle.
Los padres de Alberto Lopes fueron los últimos en entrar por la puerta de la sala policial, en la cual lloraba la madre de los hermanos Gomes, en donde el tio Cecil se afanaba en preguntar que por que no sacaban a su niña de allí, y en la que el detective Marcus se debatía entre pegarle un puñetazo o darle una tila.
Una vez estaban todos, el detective tomo la palabra, no sin tener algún que otro percance bucal con los presentes.
-Bueno señores, antes de nada decirles de que les he avisado para que supieran, y solo supieran, que sus hijos e hijas están detenidos por el asunto del incendio en el parque de las tetas, y la misteriosa aparición de un pequeño edificio que ardió igualmente.¿En qué medida están implicados ellos?, no lo sé y no lo sabremos hasta que se despierten por la mañana, así que por favor les pido tranquilidad. No les vamos a echar del cuartelillo a no ser que armen el escándalo que estaban formando hace un minuto, por favor.
Mientras las familias se debatían en sentarse o andar a lo largo de toda la estancia, Marcus entró de nuevo en la zona de celdas para ver como iban sus inquilinos y, para asombro del detective, todos seguían en la misma posición que hacía una hora. Las chicas abrazadas la una a la otra, y los chicos uno en el suelo y el otro mirando al cielo. Ninguno mostraba síntomas de pesadillas, ni anomalías, ni sudores de ningún tipo. Parecían los chavales más buenos del mundo, los más tranquilos y a la vez los más seguros de sí mismos. Aunque la primera vez que Marcus los vió en el parque temblando de miedo, sudando a mares, temblando como si estuvieran en pantalones cortos en el polo norte, suspirando como si acabaran de librarse del director de una escuela después de una pequeña gamberrada, como si los hubiera perseguido el mismísimo diablo y le hubieran esquivado detrás de una esquina. No, en aquel momento eran los muchachos más frágiles y más débiles del planeta. Aquellos muchachos del parque no se parecían en nada a los que había dentro de las celas, no tenía la misma sensación ahora que en el momento de conocerlos en el parque.
-Su mujer acaba de llegar señor.
Informó el agente Ramírez.
Volvió a salir a la sala y observó como su mujer consolaba a la madre de los hermanos Gomes, cuando levantó la cabeza y le vió postrado delante de la puerta de las celdas, ni siquiera le sonrió.
"Normal", pensó Marcus.
Cuando todo parecía estar más tranquilo, cuando ninguno de los presentes estaba exaltado, cuando el bullicio de los nervios acumulados se iba acallando y las voces se habían convertido en un simple susurro al oído del compañero, algo sobresaltó la estancia de tal manera que hasta el cuadro del jefe de policia se cayó al suelo.
Las miradas asombradas de los presentes se cruzaron confusas y atónitas, buscaron respuestas en los ojos el detective, y solo encontraron más de lo mismo que les ocurría a ellos. Marcus empuñó la pistola y abrió la puerta del pasillo de las celas, escuchó un leve grito ahogado en lágrimas de miedo a su espalda. El agente Ramírez marchaba detrás de él sosteniendo su arma, la puerta se cerró de golpe detrás de ellos y ambos se giraron de golpe apuntando a la nada.
Mientras en la sala los sudores empezaron a ser fríos, los temblores comenzaban a invadir toda sensatez humana, los malos augurios surgían de las entrañas del estómago y corrían a sepultar el razonamiento del cerebro entre fangosas aguas infernales, las palabras quedaban encerradas en oscuras mazmorras de sin sabores y maldiciones, la expectación afloraba a cada segundo que transcurría, la tensión se hacía patente en cada suspiro, la antítesis de la raza humana en todo su esplendor.
Detrás de la puerta se escuchó un grito, a continuación un golpe seco, algo que se rasgaba, algo que se derramaba y un disparo.
Y todos quedaron en silencio.
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