domingo, 6 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXII "Desesperación".

El día avanzaba lentamente en su divagar por el tiempo, la luz iluminaba toda la sala donde todos los familiares esperaban que se aclarara todo. Los segundos caían lentamente en el reloj de pared, todos estaban impacientes por saber que estaba pasando en el interior de las dependencias de la comisaría.
Mientras las preguntas caían sobre los muchachos como pesadas losas de cemento y, los dos investigadores, se daban contra un muro continuamente. Estaban atascados.
Las declaraciones de los chicos coincidían en muchas cosas, pero se desviaban en otras. Los cuatro se acordaban del resbalón de Esther, del pañuelo atado a su cintura, de la separación de los grupos, de la parada en el riachuelo, de la escalada a la roca y de que se quedaron dormidos al llegar arriba.
Alberto poseía un medallón perteneciente al tío abuelo de su novia, era el mismo colgante que conservaba su cuñado, el cual era hermano mellizo de Mabel, la novia de Alberto. Los dos hermanos eran mellizos al igual que su abuelo y su tío abuelo, los cuales vivieron un a situación similar hacía ochenta años, con la salvedad de que por aquel entonces el edificio se quedó intacto y ahora se había quemado.
Las conjeturas de los dos policías daban vueltas sobre el mismo tema una y otra vez, no llegaban a una conclusión determinada. No encontraban el enlace entre aquel año y el ahora, sabían que había una conexión pero no daban con la clave.
La pintura de la pared de la cueva, la inscripción en la misma, la ceniza seca de un fuego de hace un kilo de años, la extraña coincidencia de que todos los chicos se durmieran en la cueva y la chocante conclusión que cada uno daba a su historia. Todo eran piezas sin encajar, no casaban las unas con las otras y, por medio, estaban las pesadillas que ninguno recordaba o no querían recordar.
Se preguntaban una y otra vez cuales habrían sido las causas de aquellos actos, se interrogaban a si mismos sobre la culpabilidad de los chicos. No había vuelta de hoja, ellos sabían lo que había pasado hace ochenta años y conocían los hechos de la noche anterior. Por algún extraño bloqueo no querían hablar.
-Detective, ¿qué opinaría usted si hipnotizáramos a uno de los chicos?.
-Lo único sería pedir permiso a los padres.
-Hable con ellos mientras yo llamo a una amiga.-Señaló la doctora.
-De acuerdo.
A la vez que la doctora cogía el teléfono y marcaba un número, el detective salía a la sala y hacía una exposición de la cuestión.
Los padres estaban dispuestos a lo que fuera para sacar a sus hijos de allí, incluso a la hipnosis.
Marcus regresó a la sala de interrogatorios al mismo tiempo que la doctora colgaba el teléfono y le comunicó la aceptación, por parte de los padres, a la hipnosis.
-Mi amiga, la doctora Ponça, viene de camino. Tardará una media hora en llegar, es muy buena.-Afirmó la doctora.
Mientras los dos policías se debatían en cual de los chicos dormir, estos, comentaban las sensaciones que les producía estar allí encerrados y las preguntas de la mujer de la sala.
Poco a poco el aburrimiento les volvía a vencer y, por pesadez, se fueron durmiendo. Se quedaron todos dormidos excepto A.D., que se subsistió a la tentación de caer en sueños otra vez. Permaneció contemplando el techo con la tenue luz que se filtraba por la ventana, agarrado a su colgante y suspirando de alivio.
El frío entró en su cuerpo de sorpresa, la temperatura bajó diez grados, los sonidos se quedaron huecos y, ante él, apareció su abuelo.
-Abuelo, ¿estas orgulloso de nosotros?,¿lo hemos hecho bien?.





A las nueve y cuarenta y cinco minutos se abrió la puerta de la comisaría y entro una muchacha de unos veintiséis años, rubia. Casi tan alta como la doctora Perón, igual de atlética pero mucho más alegre. A parte del maletín, traía una sonrisa de oreja a oreja, un colorido pizpireto en los ojos verdes teñidos de pintas marrones y una ristra de, afectuosos y saludables, besos que repartió a diestro y siniestro.
-¿Dónde están mis pacientes Perón?.-Interrogó a la doctora.
-Están en las celdas, pero primero pasa aquí que te voy a contar lo que tenemos hasta ahora.
La doctora Ponça escuchaba atentamente el relato que le estaba brindando su amiga acerca de los chicos. Atendió fijamente a los sucesos de ochenta años antes, oyó la aventura de los abuelos de dos de los chicos, se interesó por las peripecias de estos en la cueva, se impresionó con los relatos dictados por los chicos, se sobresaltó con la historia de los medallones de dos de ellos y se inquietó con las coincidencias de las dos historias separadas por ochenta años.
La doctora Ponça visionó las fotos tomadas por su amiga y por el detective dentro de la cueva, dibujó en su rostro el asombro cuando comprobó la imagen de la dama presidiendo un fuego que enfrentaba a dos medallones, que eran observados desde la oscuridad por una criatura. Se estremeció al ver la inscripción hecha en latín, dudó al ver las cenizas de un fuego extinguido y se inquietó, de nuevo, al escuchar las palabras de su amiga.
-Podéis traerme al primer chico.
-En seguida.-Afirmó Marcus.
La decisión de quien sería el primero que debía ser dormido ya estaba tomada. Todos los muchachos habían demostrado estar como condicionados a la hora de hablar, sobre todo las chicas, y por esa razón el dormido tenía que ser uno de los chicos. Cualquiera de los dos hubiera valido, pero uno de ellos tenía un brillo especial en los ojos, como si supiera que algo de lo que había dicho había sido por el bien de todos. El era el único que era descendiente de los antiguos causantes del incendio, que poseía en propiedad el derecho saber todo sobre el asunto, por que su abuelo dijo:"solo los hombres de la familia, cada dos generaciones, pueden llevarlo.".
Marcus recorrió el mismo camino, por novena vez, en dirección a las celdas. Allí se encontró a todos los chicos durmiendo, menos a A.D., que contemplaba el techo con los ojos abiertos y sin pestañear.
-A.D., la doctora quiere verte otra vez.
-De acuerdo.-Dijo el chico levantándose.
Cuando estuvieron de regreso a la sala, las dos mujeres tenían entablada una conversación y se sorprendieron al verlos aparecer.
-Siéntate chico.-Ofreció la mujer nueva.
-Te presento a la doctora Ponça,-intervino la doctora Perón.-,es experta en hipnosis . ¿Sabes lo que es?.
-Que me va a dormir para saber el por que de mis actos a través de mis sueños.-Dijo el muchacho tranquilamente.
-Efectivamente.
Y comenzó la sesión.
-Mira fijamente el péndulo, no lo pierdas de vista y cuenta hasta diez muy despacio en voz alta. Cuando llegues a nueve te sentirás tan cansado que no podrás llegar al número diez, lo pensarás pero no podrás pronunciarlo. Y poco a poco te quedarás dormido, entrarás en un profundo sueño que te llevará a donde tú quieras, al momento de tu vida que desees. Entrarás en visiones que serán reales a tu vista pero que serán inofensivas para tu vida. Caerás en una cascada de sensaciones de las cuales ya eres partícipe en este mundo. Cuando yo diga tres dormirás y, cuando diga ya, despertarás sin recordar nada. Uno, dos y tres.
Y el muchacho quedó completamente dormido, extrañamente rígido, pero dormido como un niño chico.
-Ahora escucharás mi voz y solo eso, verás lo que yo te pida que veas y me contarás lo que yo te pregunte, pero solo yo. Nadie más. Si me has entendido asiente con la cabeza.
Y el muchacho asintió.

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