domingo, 20 de marzo de 2011

La isla de los olvidados.

I.

El alarido se escuchó por toda la extensión de la isla, desgarrador y demasiado aterrador para haber sido humano, a la vez que la tensión crecía en el interior del refugio. Las miradas desencajadas se cruzaron para interrogar al vacio sobre aquello que había resquebrajado su anodina rutina diaria. El silencio se apoderó de la situación y el sonido del viento del acantilado fue la única respuesta.
La segunda vez aquel estridente sonido heló la sangre de todos por lo cerca que había sonado. El frío se hizo considerablemente insoportable y el color de sus rotros se volvió tan pálido que, en algunos casos, tenía tonos azulados. No hubo palabras. No hubo respiración. Solo miedo.
El sonido de una roca al rodar sobre sus cabezas y caer por delante de la entrada de la cueva los desquició. El arrastrar de unos pasos acechantes, el sentirse acechados como si fueran caza y la perspectiva de ser el desayuno de algún ser, los mató.
Comenzaron a chillar, aullando por la agonía de no saber que les iba a pasar. Llorando desgraciadamente ante la visión oscura de un futuro imposible que les había sido negado. Iban a morir sin poder impedirlo, sin saber quién o qué los iba a matar.
La entrada de la cueva se volvió negra y la oscuridad lo invadió todo. Gritos de pánico, gruñidos de satisfacción, la sangre que no se veía derramándose por doquier. El dolor infinito ahogado en histéricos sonidos que reflejaban la desesperación y la agonía del que se sabe muerto antes de morir. Y después el silencio.
Unos pasos arrastrados y, antes de que volviera la luz, unas palabras a la nada conquistada en un susurro afónico de satisfacción:
-jeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrr, ....ooollviiiidaaadooossss,jeeeeeeeerrrrrrrrr...


Año 2111.

Mientras la rubia periodista le hacía aquella colección de preguntas supo, instantáneamente, que aquella jornada sería díficil para todos. Santos era un científico de la antigua escuela, de esos que hacían una investigación para cada duda que les surgía y muy mal orador. No le gustaba explicar cada cosa que descubría, lo odiaba.
Esa mañana se había visto obligado a detallar sus estudios ante todos aquellos medios que, si bien nada entendían de lo que él decía, solo cuestionaban la veracidad del resultado anteponiendo la costosa inversión que se había llevado a cabo para ello.
-¿Quiere decir eso que no ha descubierto nada?.-Inquirió la rubia.
-La verdad es que queda un tramo importante que recorrer antes de ver el resultado final y por la tanto...
-¡¡Y los meses de trabajo y el dinero invertido!!, ¿para que han servido?.- Preguntó otro periodista.
-Si me dejan se lo podré explicar. A partir de la célula encontrada en el lugar, hemos desarrollado un plan de crecimiento que necesita un tiempo para llegar a ser lo que originalmente fue, cosa que a día de hoy no sabemos pues la célula está en el primer ciclo de nuestro plan. Habrán de pasar al menos un par de semanas y no antes, repito no antes, de año nuevo tendremos resultados satisfactorios.
-¿Y la corporación que piensa de todo esto?.- Insistió la rubia.
-Pregúnteselo a ellos, yo solo cumplo con mi parte.
En este punto las voces exaltadas de docenas de periodistas queriendo preguntar obligaron a suspender la conferencia.
Santos salió con la mirada inmersa en los informes de su investigación y obvió a su compañero hasta que llegaron al laboratorio.
-Esa mujer te odia Santos.
-No tanto como yo a ella. ¿Qué tenemos?.
-Nada nuevo. La célula crece despacio aunque el proceso de ayer a hoy ha sido más rápido y ahora tiene el doble de tamaño que cuando la encontramos..
-Vamos a verla..
En ese momento la alarma saltó y los protocolos de emergencia se activaron solos. Los dos científicos corrieron por el pasillo y entraron en la cámara donde debería estar la célula pero en su lugar encontraron la urna rota y vacía, junto con los cuerpos de los compañeros que trabajan en ese momento en el sitio.
-Nos han robado la....
El grito de su compañero le sacó del trance y comprobó que este yacía tumbado bajo su cuerpo, sangrando alarmántemente por el cuello, mientras él blandía uno de los bisturis en la mano derecha.
-¿Pero qué...?.
En ese momento entró la seguridad privada de la corporación y, ante la rápida visión de lo sucedido, redujeron a Santos que forcejeó hasta que uno de los guardas le asestó un golpe que lo sumió en una semi inconsciencia.
Y justo antes de la oscuridad escuchó una voz, sin saber si era alucinación o alguno de sus apresores, diciendo:
- olvidados ....

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