jueves, 10 de marzo de 2011

A Divinis.

Capítulo XXVI "La batalla II".

La lucha había comenzado en el exterior del edificio, los gritos de soldados que eran aniquilados viajaban hasta nuestros ensordecidos oídos y sobresaltaban el estado de tranquilidad que teníamos.
El ser permanecía inmóvil en el centro de la sala, nosotros le observábamos alrededor suyo y las voces y sonidos de lucha en el exterior se iban acercando hacia nosotros.
La batalla se acentuaba a cada instante, los alaridos de dolor se clavaban en mi piel como punzadas de hielo, los gritos de exaltación me desbordaban los oídos y mi escasa capacidad de lucha volvió a aflorar desde lo más adentro de mi ser.
La lucha había llegado hasta el pasillo donde se ubicaba la habitación del ser, los golpes en la puerta comenzaron a ser estruendosos, las vibraciones de la puerta y los gritos de nuestros soldados pidiendo rapidez a nuestra particular acción, nos sacaron del trance. En ese momento el diablo abrió los ojos y pronunció una frase que nos volvió al asunto sin preocuparnos por lo que ocurría fuera.
-Esta vez la dama a encontrado cuatro extraordinarios guerreros, va a ser difícil, pero no tenéis el suficiente valor para desarrollar todo vuestro poder. Puede que seáis la eterna leyenda de la dama, pero todavía no estáis preparados para vencerme.
-Primero habrá que luchar para verificarlo. Te tenemos ganas.-Le dije.
-Ja, ja, ja.
El monstruo se elevo sobre nuestras cabezas, con los brazos extendidos hacia arriba, como intentando coger el cielo. Perplejos, pero sin movernos del sitio, nos agarramos de las manos, formando un circulo y colocamos los medallones en el suelo mirando hacia el ser.
El espectro volvió a reír y pronunció una oración en lo que supusimos que era latín.
-Ab aeterno ab ovo...
-Baal.-Le gritamos los cuatro a la vez sin dejar que terminase su oración.
Los ojos del señor se abrieron de par en par, sorprendidos por la palabra pronunciada, descendió hasta el nivel del suelo estupefacto, posó sus pies en un colchón de incredulidad y nos observó a todos, uno por uno, con su asqueada mirada de alucinado.
-Es la primera vez que los guerreros de la dama me llaman Baal, ninguno de los antecesores vuestros tuvo el valor suficiente para decírmelo a la cara, pero parece que vosotros estáis hechos de una pasta especial, tenéis agallas. ¿Sabéis lo que realmente significa esa palabra que habéis pronunciado como un coro de nenas en una iglesia?.
-Esa palabra significa solamente lo que tú eres, y si te has dado por aludido es por que sabes que es verdad.-Le dije.
-Insolentes, pagaréis vuestra desfachatez con vuestra sangre y la de todos los seguidores de la dama, sin olvidarme de vuestro mundo. ¡¡Vais a morir ahora!!.
Una estruendosa explosión acalló los gritos que provenían de fuera de la sala, una estridente luz blanca cegó lo que ello quería que no viéramos y una escandalosa nube de humo impidió subsanar el problema antes de que sucediera.
Una de las chicas gritaba como loca, la otra lloraba histérica, el chico que nos acompañaba las llamaba alterado y cuando por fin se fue la luz, la nube de polvo y el ruido se acalló, lo vimos.
Aquella cosa tenía en su poder a una de las chicas y poseía la mirada amenazante que tienen los locos de atar cuando se sienten rodeados. Elevó a la chica por encima de nosotros y con una mano, mientras decía:
-Vamos a comprobar cuanto de puro tenéis el espíritu.
Asombrados comprobamos que la otra chica yacía en el suelo inconsciente y sujeta por una de las piernas del espectro.




Cada uno de nosotros portaba un medallón, yo tenía el del amor puro y el otro chico portaba el del espíritu, estábamos advertidos por la dama de que un fallo sería catastrófico y para usar los medallones había que estar seguros de cuando había que utilizarlos.
-Vamos a luchar.-Dijo la cosa.
La chica lloraba y pataleaba agarrada en sus garras y mi compañero elevó el medallón hasta la altura de su frente, una vez allí pronunció las dos palabras que venían inscritas en el medallón.
-A Divinis.
La voz salió de su boca sin temblores, tranquila y seca. El medallón comenzó a deslumbrar con una luz blanca y pura y, por un instante, espectro y compañero desaparecieron de mi vista. La chica quedó suspendida en el aire, gritando como una loca, mientras la otra permanecía tumbada en el suelo.
Afuera el edificio se había desatado una tormenta impresionante, los ventanales de la habitación se abrieron de golpe y el agua comenzó a inundar toda la estancia. Y entonces volvieron a aparecer los dos ante mis atónitos ojos.
-Primer asalto para nosotros, bichejo.-Dijo mi compañero.
-Habéis ganado una batalla, pero no la guerra.-Y la chica sostenida en alto cayó al suelo.
En ese momento se despertaba la chica del suelo, la cual atrajo la atención del ser y con una sonrisa picarona, la elevó hasta los cielos.
-Todavía queda lo más difícil, el amor nunca podrá ser puro mientras halla envidia. ¿Quién ama a esta rubita?.
La sangre se me encendió en las venas, la ira me recorrió todos los rincones del cuerpo y la pasión me desbordaba por los cuatro costados. Mientras la chica pedía ayuda pronunciando un nombre que a mi no me sonaba, pero que me hacía sentirme mal por ello.
Agarré el medallón con todas mis fuerzas y lo levanté hasta tenerlo enfrente de mis ojos, respiré hondo y tranquilicé mis sentidos. Cerré los ojos mientras podía escuchar a la chica gritar y al ser reirse. Todo quedó en silencio, todo parecía haber desaparecido de mis oídos, abrí los ojos despacio y dije las palabras.
-A Divinis.
Una sedante luz blanca cegó mi visión de la sala, no podía ver nada ni escuchar nada, todo era blanco y más blanco, salvo mis manos.
Mis manos se habían convertido en las manos de un guerrero medieval, mi cuerpo estaba cubierto de una armadura de oro y bajo mi entrepierna una hermoso caballo blanco.
La luz empezó a disiparse, la extraña figura de otro caballero apareció ante mis ojos y la hermosa doncella era arrastrada hasta una enorme hoguera para ser quemada.
El caballero transportaba en su mano derecha un escudo y en su extremidad izquierda una lanza de más de dos metros de alta. Atada a su cintura llevaba una espada con empuñadura de plata y hoja deslumbrante. Su cara iba cubierta de con un casco que solo dejaba ver sus ojos rojos.
Viajaba a lomos de un caballo negro zaino y de gran tamaño, similar a un caballo percherón. Erguía la lanza como un noble enfurecido y resoplaba a través de su coraza craneal, el aliento le salía helado.
-Que comiencen los juegos.- Dijo alguien.
Y dirigí mi mirada hacia un estrado y allí estaba el ser, como si fuera al rey malvado de una película del rey Arturo. Levantó la mano en dirección a la doncella e hizo una seña. Los secuaces del ser la subieron a un podio y la ataron a un poste, bajaron del lugar y la dejaron allí.
-Si quieres salvarla a ella y al mundo tendrás que luchar hasta la muerte, insecto humano.-Bramó el demonio.
-Estoy ansioso.-Dije tranquilamente.
El caballero galopó enérgicamente hacia mi, me dirigió la punta de la lanza y se cubrió con el escudo.

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