miércoles, 16 de marzo de 2011

Te amaré hasta que te mate.

Caminábamos de la mano por la orilla vallada del estanque helado, escuchando el silencioso caer de los copos de nieve, observando como se amontonaban, uno encima del otro, hasta crear la manta perfecta que nuestros pasos estropeaban.
Paseábamos con los dedos entrelazados, sonriendo al gélido frío que empañaba nuestros alientos, riendo con los niños que jugaban con la nieve, admirando el muñeco de aquellos o la guerra de bolas de los otros.
Abrazados nuestros besos y flotando nuestros cuerpos, el silencio cayó como una losa, el tiempo se detuvo, los copos de nieve quedaron en suspenso y la vida fue muerte en menos tiempo del imaginado.
La miré a los ojos, me devolvió la mirada, y en ese instante supe que todo había terminado. No más paseos, no mas risas, no mas besos. El vacío vino a mi como la madre auxilia al hijo, abrazandome en todo su haber, hasta quedar sumido en la más absoluta incredulidad, derrotado antes de empezar la batalla, mi cuerpo se derrumbó.
La unidad de primeros auxilios dictaminó muerte por infarto, el forense lo corroboró, y todos quedaron conformes. No más preguntas, no más dudas, no más porques.
Dos días después acudieron al lugar de mi fallecimiento dos docenas de palomas, cada una con una rosa en el pico. El espectáculo fue asombroso, no hubo periódico o telediario que no se hiciese eco de la noticia y, más o menos, esto es lo que dijeron.
"A la orilla vallada del estanque helado, ante la pasmada mirada del público existente, dos docenas de palomas blancas dibujaron el nombre de una mujer, con rosas blancas que traían en el pico. La mujer resultó ser la novia de un muchacho fallecido dos días antes, supuestamente de infarto, aunque la policía duda de esa hipótesis pues en la casa de esta mujer se han encontrado veinticuatro docenas de rosas blancas. Seguiremos informando segun avancen las investigaciones."
Caminábamos de la mano por la orilla vallada del estanque helado, con los dedos entrelazados y, abrazados nuestros besos y flotando nuestros cuerpos, le dije:
-Te querre siempre.
Y ella contestó:
-Te amaré hasta que te mate.-Y en lo más hondo de mi corazón sentí la punzada.
El rabo de la rosa blanca, impregando del veneno de aquella mujer, se clavó en mi pecho y no tuve tiempo más que de morirme.
Quien sabe, yo vagaré por los siglos buscando mi venganza y ella paseará su veneno incluso en mis recuerdos.

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