miércoles, 2 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo V "La primera vez".

Cuando dejé a Ana en su casa y enfilé con la moto la calle que me llevaba hasta mi hogar, me sentí el hombre más feliz del mundo. Me sentí pleno de condiciones, sería capaz de tumbar a un elefante de un puñetazo.
El verano en que murió mi abuelo afectado de un infarto al corazón, me sentí vacío, hueco como un muñeco de trapo de usar y tirar, no quería vivir sin mi abuelo. Pero sus últimas palabras para mi fueron lo que me hicieron resurgir como el ave fénix, me levantaron el ánimo y me obligaron a continuar viviendo.
-Cuando encuentres una mujer que te haga feliz, lucha hasta la extenuación por mantenerla a tu lado, no dejes que nada ni nadie te la arrebate. Hazla la mujer más feliz del mundo, cólmala de cariño, de amor, de vida y siempre la tendrás a tu lado, y en ella vivirá el espíritu de tu vida, de tu abuela, el mío y el de todos los amantes del planeta habidos y por haber. Ella será tu sustento y te llenará de fuerza, será tu alimento y tu razón, será la colmación de todos tus sueños y tendrás que luchar toda tu vida por que será la mujer más bella del mundo.
Cuanta razón tenía el abuelo, "será la mujer más bella del mundo",dijo. Y para mí Ana lo era, y me sentía correspondido por su persona.
Giré a la izquierda y ví mi casa al fondo de la calle, ví la moto de Alberto pero no le ví a él. Paré al lado del coche de mi padre, y me bajé de mi cabalgadura enfilando a la puerta de mi casa.
Al pasar al lado del coche noté un sombra detrás de mi, me giré sobresaltado y no había nadie.
-¿Alberto?.- Llamé a la nada.
Pero la sensación de estar siendo observado persistía.
-¿María Isabel?.-Nada.
Aceleré el paso y, de repente, la sensación de ser observado como un pájaro, desapareció. No había nada, me dio la sensación de que, por un momento, no había ni aire. Entré en casa.
Mi madre me sintió al entrar y me dijo que Alberto y mi hermana estaban en la buhardilla, que me estaban esperando.
Pasé primero por mi habitación para descalzarme y los sentí hablar a los dos arriba. No entendía sobre que discutían, pero la cosa estaba animada. Dejé los playeros al lado de la ventana, los pantalones en la silla y la camiseta en el respaldo de la misma. Solo mi hermana sabía que fumaba, y lo sabía por que ella también fumaba. Cogí el paquete de tabaco y el mechero y subí a la buardilla.
La parejita estaba sentada en el sillón y discutían enérgicamente sobre quien le había dicho a Ana lo mío por ella. Tenían el aspecto de haber pasado un rato muy entretenido antes de empezar con la discusión, y cuando me vieron aparecer respingaron, un poco sorprendidos, en el sillón.
-¿Qué hacéis parejita?.-Pregunté picaronamente.
-Discutíamos sobre la persona que le dijo a Ana que estabas loco por ella. ¿Tú sabes quien ha sido?.-Interrogó Alberto.
-Si sé quien se lo ha dicho, y tenía una poderosa razón para decírselo. Por algo es uno de mis mejores amigos, además no os comáis más la olla por que no os lo voy a decir.
-¿Pero...?
-Ni peros ni nada, no insistáis que no voy a decíroslo.-Interrumpí a mi hermana.
Encendí un cigarrillo y me senté en uno de los inmensos cojines del suelo a contemplar el cielo a través de la enorme ventana del techo, mientras la parejita seguía haciendo cábalas a cerca de la identidad de mi amigo misterioso.
-¿En qué piensas hermanito?.
-En algo que me ha ocurrido esta noche en el porche de entrada. Algo raro.






Alberto se marchó de mi casa a las dos de la mañana, entre las carantoñas y besos de mi hermana. Carantoñas que él le devolvía a ella como yo hice un par de horas antes con Ana en la puerta de su casa. No podía quitármela de la cabeza, me tenía atontado, ensimismado, alocado, en definitiva, enamorado.
Ana era la culminación de todos mis objetivos marcados, era la punta de la pirámide de mis logros, era la mujer que me había descrito mi abuelo en sus últimas palabras, era ella por quien tenía que luchar hasta la extenuación. Tenía que dormir por que mañana sería un día muy movido, sería la primera vez que subiría a la gruta del cuerno a cumplir con la tradición de mis amigos, y lo haría acompañado de mi novia.
Novia, que palabra más bonita para definir a la mujer que quieres que comparta contigo todos tus sentimientos, tus penas, tus glorias, tus momentos de siempre, y lo que venga después.
Después de echarme el cigarro, bajé a la habitación y me desvestí. Me tumbé boca arriba envuelto en mis pensamientos, abstraído del mundo real, perdido en el mundo de mis sentimientos, deambulando por el horizonte de mi ser, y me volví a sentir espiado.
Esta vez ni me inmuté, sería mi hermana que subía a su habitación después de despedirse de Alberto, pero de todas formas me sentía observado, invadido en mi intimidad y profanado en mi altar de soledad.
Poco a poco me fui quedando dormido, y desde muy lejos me llegó la voz de una mujer que pronunciaba mi nombre, una voz que me era familiar, que sonaba a música celestial, que resonaba en mis oídos como eco de ángeles, que pretendía que la siguiera hasta el fin de la existencia, abrí los ojos y contemplé a la mujer más hermosa del cielo y la tierra. Flotaba sobre dos dedos de neblina, hablaba sin mover los labios, hacía gestos sin mover un músculo, miraba en mis ojos sin abrir los párpados, me llevaba hacia ella sin tocarme.
Era la viva imagen de Ana, pero algo en mi interior me decía que no era ella. Su pelo rubio cayéndole hasta las nalgas, sus preciosas manos, su especial color de piel tostadete, su firme y armoniosa boca, sus piernas esbeltas.
Me levanté de la cama y me dirigí hacia ella como atraído por un hilo invisible, me sentí arrastrado hacia la imagen proyectada de ella sobre el fondo de la pared, no podía impedirlo, era superior a mis fuerzas, era la fuerza de lo inimaginable, el poder de lo impensable.¿Sería eso lo que llaman la atracción del amor?, no creo.
Me tendió la mano y yo se la cogí, me abrió su corazón y yo entré sin oponer resistencia, me lanzó al abismo de su mundo y volé sobre su las tierras de la nada, me propuso la mentira y le contesté con la razón de la negativa, y, sintiendo una punzada de dolor, me dijo:
-No me defraudes hermoso humano, por que el poder de lo místico todo lo puede. Andate con la verdad cuando mientas, y miente cuando quieras decir la verdad. Y ahora mírame.
Levanté la cabeza y observé su bello rostro, que ya no era el de Ana, y me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo que me dejó helado. Su pelo era negro como el carbón, las sombras de sus ojos se tiñeron de color morado, sus labios se volvieron pálidos, sus manos se volvieron frías, sus ojos, aunque estaban cerrados, se quedaron vacíos. La neblina que la mantenía suspendida se hacía más espesa y alta, su voz se perdía con el rebote de su eco, sus palabras se hacían menos nítidas, su figura se disipaba entre las sombras de la habitación, y , justo cuando iba abrir los ojos, me desperté sudando.
Había sido un sueño, pero había sido tan real que hasta las manos las tenía prendidas de su olor, el cuerpo se me había quedado impregnado de su frío estado, y permanecía en mi retina la imagen de sus ojos empezándose a abrir. Hasta la neblina permanecía disipándose en la habitación, no podía haber sido un sueño, que podía ...,extrañamente me volví a dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario