miércoles, 9 de febrero de 2011

A Divinis.

Capitulo XI "Explicaciones".

Todo había sucedido demasiado deprisa dentro de las dependencias de la comisaría, ningún grito había seguido a los golpes, tiros y rasgaduras escuchadas desde fuera de las celdas, mientras en el interior el detective y el agente se debatían por sofocar un pequeño incendio provocado por los dos disparos propinados por el agente a un extintor al intentar cazar la rata más grande y más fea que había visto jamás.
Inexplicablemente los cuatro muchachos seguían durmiendo plácidamente en sus originarias posiciones, como si nada de lo que había ocurrido allí fuera con ellos. O mejor dicho, como si ellos mismos no estuvieran allí en ese momento.
Una vez sofocado el incendio, los dos policias salieron a tranquilizar a la concurrencia, que se arremolinaba alrededor de la puerta para escuchar posibles acontecimientos inesperados.
El detective explicó que una rata había entrado en las celdas y la tuvieron que abatir a tiros, con la mala fortuna que le habían dado al extintor provocando una nube de polvo y un pequeño incendio sin importancia, y les explicó como los cuatro chavales ni se habían movido del sitio durante los acontecimientos producidos allí dentro.
-¿Porqué?.- Preguntó uno de los padres.
- No sabría explicárselo con palabras de la calle, pero sufren algo así como un estado de hipnosis profundo. Hay que dejarlos descansar hasta mañana haber lo que se puede hacer.
Todos se quedaron anonadados con la explicación del detective, aunque no se quedaron tranquilos. Todos los presentes en la sala, incluidos los dos policías,
No podían encontrar una explicación un poco coherente a todo lo que estaba acaeciendo en esa noche de verano.
El teléfono volvió a sonar, las personas presentes en la sala atendían, sin conseguir seguir, la conversación telefónica del detective.
-Si, aquí están,... si ninguna novedad con respec..., efectivamente los dos, de acuerdo mañana a las o..., Perón, de acuerdo. Hasta mañana entonces.
Las miradas de los personajes de la sala se cruzaron en un sin fin de incógnitas sin respuesta, las respiraciones ahogadas por la presión del momento, dejaban traslucir todas y cada una de las inquietudes del instante actual, los sudores resbalaban por todas y cada una de las partes conocidas del cuerpo humano, las sensaciones daban paso al cansancio acumulado por horas de espera tensa. Demasiadas preguntas viajaban a través de todas las cabezas y de todas las mentes que todavía poseían razonamiento.
-¿En qué piensas en estos momentos?, cariño.-Interrumpió una voz femenina.
- En que a esos chicos les pasa, ó les ha pasado, algo fuera de todo razonamiento. En que las personas que están aquí en la sala necesitan una respuesta y yo no sé dársela, en que las cosas podían haber sido de otra forma si te hubiera echo caso. En que...
- No tiene importancia, es tu trabajo. Lo que te hace feliz a ti me hace feliz a mi, ¿te acuerdas?.
-Pero podíamos haber estado fuera de este problema si...
-Es lo mismo, por que te habrían llamado y habrías venido para ayudar. Te conozco muy bien, soy tu esposa y la madre de tu hija.
-Tienes razón, como siempre.
El detective y su esposa se fundieron en un abrazo culminado con un cariñoso beso.
Las horas pasaban lentamente entre miradas cansadas de gente sin sueño, entre suspiros ahogados, entre llantos lentos y palabras sordas, entre murmullos silenciosos que asfixiaban las razones de la lógica, entre síntomas de extenuación y fatiga acumulada después de la tensión vivida en la noche más negra del último verano.
Nadie se podía dormir.




Las cosas parecían precipitarse, los acontecimientos se vivían cada vez más intensamente, los momentos se hacía más insufribles a cada segundo que transcurría, las miradas se cruzaban en un sin fin de incógnitas impensables y las sensaciones se escondían en las esquinas de la preocupación.
El tío Cecil no hacía más que darse paseos a lo largo y ancho de toda la sala, mientras se preguntaba, interiormente, como podía haber acabado su querida sobrina envuelta en un asunto de esta índole. Las razones no le parecían convincentes, pero se lo preguntaba una y otra vez. Sus miradas viajaban desde la mesa donde estaba el detective, hasta el banco donde estaban sentados los demás familiares, pasando por la puerta de las celdas y por la descuidada oficina del agente Ramírez.
Los padres de Alberto intentaban darse una explicación el uno al otro de por que estaban allí, de cómo habían llegado a esos extremos de impaciencia cuando su hijo nunca les había defraudado, cuando lo más problemático del chico habían sido sus notas y las dos caídas de la moto.
Los Gomes Madeira se sentían renegados de su mala suerte, habían previsto el mejor veraneo de sus vidas y, hasta ese momento, lo estaba siendo. Otra vez lo "niños" la habían armado, pero esta vez se habían pasado tres pueblos. Ahora era un asunto serio, con la policía de por medio.
La primera vez les pasó estando de acampada con el colegio, por lo visto habían organizado una excursión a la montaña sin monitores y llevando con ellos a los chavales más pequeños y saliendo por la noche. Cuando regresaron por la mañana todos los niños pequeños se querían volver a casa y, en vez de eso, los expulsaron a ellos del campamento, con toda razón.
La segunda vez fue cuatro años después del campamento, y fue en el viaje de fin de curso, en una salida nocturna con engaño a todo el personal docente. A la mañana siguiente el autobús que los transportaba se había quemado, pero nunca encontraron a los culpables. Aunque ellos sabían que sus dos hijos eran los causantes y las razones dadas siempre eran las mismas. "Es el camino marcado del abuelo", solía decir Mabel, aunque la responsabilidad caía del lado de su hermano.
El detective se levantó de su mesa y acompañó a su mujer al sitio donde estaban sentados los Gomes Madeira, antes de alejarse del punto le preguntó al padre:
-¿Qué significa el colgante que lleva su hijo en el cuello?.
-No tenemos ni idea, se lo regaló mi difunto padre en su lecho de muerte y no se ha separado de él ni un momento desde entonces.
-Se lo tendré que preguntar a él por la mañana, gracias.
Y regresó a su lugar de estudio.
Las horas pasaban lentamente por delante de las narices de los presentes, los segundos viajaban en pos de terminar la noche lo más tarde posible, el cansancio se acumulaba en la mochila de la pesadez, el sueño divagaba de una zona a otra del cerebro sin encontrar sitio donde refugiarse, las manos estaban descontroladas y dibujaban extrañas figuras de nerviosismo, las penurias se estaban instalando en los corazones de cada habitante del cuartelillo.
Eran las siete y media de la mañana cuando una voz procedente del interior de las celdas llamó la atención del detective.
Al entrar observó como las dos chicas seguían abrazadas la una a la otra, y como el chico apoyado en la pared seguían durmiendo tranquilamente. Pero el chico que había dormido mirando al cielo se había despertado, aunque no cobraba
vida en sus movimientos.
-buenos días, ¿has dormido bien?.- Interrogó Marcus.
-Si usted le llama buenos días serán buenos, pero a mi me gustaría llamarlos nuevos días de vida.
Y se agarró al colgante de su abuelo, miró a las chicas y a su amigo y sonrió.

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