martes, 15 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo XV "Complicidades"

Cuando me volví a subir en la moto, después de saber que Ana había bajado a la playa sin llamarme, decidí perderme por algún sitio donde pudiera estar solo y pensar. Y decidí marcharme a la fuente las siete bocas.
Arranqué la moto sintiéndome observado por las miradas de las personas engañadas, lamentándome de la falsa esperanza que me había creado con respecto a Ana. Y después de lo de la caverna, difícilmente la podría perder, pero se había ido "...para estar sola y pensar.", me había dicho el tío Cecil, y, ¿a dónde podría haber ido andando sola?.
Me había propuesto que este verano fuera movido, entretenido e inolvidable. Hasta este momento lo había sido, más de lo esperado eso si, pero todo era demasiado real para ser verdad, tenía que haber algún pero. Como en todo en esta vida.
-"Lucha por el amor de tu chica, no te dejes vencer por la fatalidad, recuerda lo que le dijiste,"te querré a pesar de los pesares.", búscala, ámala y, después, manté0n ese amor por encima de todas las cosa de la vida. No te dejes vencer, te lo dice tu abuelo."
La voz de mi abuelo resonó en mi cabeza como algo sobrenatural, pero tenía toda la razón del mundo de ultratumba, tenía que ir a buscarla para saber lo que le ocurría, para estar con ella, para...
-"No pierdas el tiempo, búscala..."
La expresión de mi abuelo sonaba lejana, pero seguía teniendo fuerza en mi cabeza, decidí montarme en la moto y buscar a Ana.
Al llegar a la playa ví a los otros jugando al fútbol, me acerqué andando hasta el lugar y les pregunté si habían visto a Ana por allí esa mañana.
-Por aquí no ha venido desde que estamos nosotros aquí, ¿es qué ha pasado algo entre vosotros?
-Nada importante.
Y me marché cabizbajo, sintiendo las miradas curiosas de mis amigos clavarse en mi coronilla, lancé un leve suspiro al aire y me sonó a plegaria.
¿Dónde estaría?.
La busqué en todos los lugares que sabía que eran solitarios, en el parque, en el acantilado, en la colina, en la fuente, en mis sueños. No estaba en ninguno de ellos y, cuando por fin me dí por vencido, una luz en forma de visión me la mostró sentada en una piedra, observando el mar melancólicamente y suspirando.
-¡¡GRACIAS!!.-Grité al infinito.
-De nada.-Contestó mi abuelo.
La moto rugió como si llevara un motor de 1000 cc. sin escape. Aún así la velocidad era escasa para las ganas que tenía de ver a Ana, recorrí el pueblo de cabo a rabo dejando estupefacta a más de una persona, levante polvo allí donde la arena de la playa se había mudado, dejé marcas de rueda allí donde las frenadas eran necesarias, dejé ristras de humo después de cada arrancada y, aún así, creía que iba despacio.
La visión del faro aparecer detrás del acantilado me hizo acelerar, aunque la moto ya no daba más de sí, las prisas por sentir el aliento de Ana casi me hacen chocar con el carrito de un recogedor de basuras, que me dijo de todo menos bonito.
Al fin llegué al faro.
Caminé en busca de su figura durante diez minutos sin verla y, en el último instante, vi la parte trasera de su cabeza asomar por detrás de unas piedras en la orilla.
Recorrí el terreno que me separaba de ella, rodeé las rocas y la ví sentada mirando el mar.
-¿Qué haces aquí sola?.





-Estaba pensando en lo ocurrido ayer y en lo que ocurrirá de aquí en adelante, estaba intentando sentir lo que sentiré en ese momento cuando...
-¡EH!, eso no lo pienses ni en broma. No va a pasar nada de nada. Hay que vivir como nos habíamos planteado antes de que se precipitaran los acontecimientos, hay que seguir disfrutando de las vacaciones como lo habíamos soñado, hay que comportarse como si nada hubiera pasado, por que en realidad no ha pasado nada.¿Entiendes?.
-Realmente no entiendo nada, pero si tu lo dices habrá que hacerlo así.
-¡NO!, no hay que hacerlo así por que yo lo diga. Hay que hacerlo como cada uno lo sienta, como cada uno quiera sobrevivirlo, pero la manera más fácil de vivirlo es olvidándose de lo que no nos hace falta para ser felices.
-¿Pero?..
-Nada, yo te tengo a ti que eres mi diva personal, tú me tienes a mí que soy tu ...,lo que quieras que sea. Eso es lo más bonito de la vida, el amor. Recuerda lo que te dijo la gitana. Que ibas a ser la mujer más querida del mundo mientras tu amor por tú hombre fuera duradero, que tendrías una niña y un niño, que serías dichosa y que tenías un lunar que marcaría el comienzo de tu fausta vida.
-Tienes razón, ahora hay que vivir la vida según se nos presenta, y cuando vengan los problemas habrá que afrontarlos juntos. Te he dicho alguna vez que te quiero.
-No muchas, la verdad.
-¡¿Cómo?!.
Y la interrumpí plantándola un beso en la boca para acallarla.
Nos quedamos admirando el ancho, azul y cristalino mar. Abrazados, sintiéndonos los latidos del corazón, profesándonos amor eterno con las miradas cómplices, declarándonos una y otra vez devoción.
Las pulsaciones comenzaron a subir la temperatura corporal, la pasión se acrecentaba a cada roce de manos, la efusión del momento conseguía erguir todos y cada uno de los músculos del cuerpo. La ternura entraba a pasos agigantados en los corazones de ambos, el apasionamiento conseguía unirnos en una danza de juegos eróticos, la excitación cumplía con creces la regla de la lujuria y esta, a su vez, imponía la ley del deseo.
Desde lo alto del faro se podían observar dos cuerpos desnudos retozando en un espectáculo de besos, caricias, juegos manuales y desfloramientos.
Desde la lejanía de la playa se observaba a dos puntos fusionándose en un solo cuerpo, realizando la metamorfosis de los organismos humanos.
Desde lo alto de nuestra torre de Babel, nos podíamos ver el uno al otro poseyendo todo lo que se deseaba de la otra persona, lo que había anhelado, lo que sería para siempre suyo y que añoraba con desmesurada pasión, lo que conservando con descontrolada fogosidad sería, para los restos, la complicidad y la alianza entre dos personas entregadas a su amor.
Quedamos los dos tendidos en el suelo del pie del faro, semidesnudos, sudando, sonriendo como dos tontos, intentando recuperar el aliento, admirando la profundidad de nuestros sueños, de nuestras expectativas, de nuestra vida.
El humo de mi cigarro elevaba a los cielos todas mis esperanzas, las caricias de Ana contribuían a elevar las ficciones de nuestro sentir común. La ceniza acumulada en el suelo, ayudaba a enterrar las malas sensaciones y la escueta silueta de la moto, abandonada en la inmensidad, figuraba en los dibujos de mi personal batalla contra el desamor. Contra Ello.
Regresamos al pueblo, nos detuvimos en la playa para tomar algo con nuestros amigos, nos reímos, cantamos, bailamos y fuimos felices.
Habíamos cerrado las puertas de la casa del amor a todo ladrón de sentimientos.
Le habíamos cerrado las pertas del corazón a Ello.

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