lunes, 7 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo X "Sombras"

Cuando entramos en la gruta, después de resbalarnos no pocas veces al intentar subir, el frío y la humedad se hizo evidente. El poco aire que corría por la caverna provenía del interior de la misma, los sonidos guturales que se dejaban escapar a través de las impertrechables paredes, recorrían todos los rincones de nuestros oídos hasta ponernos los pelos de punta. Una respiración artificial dejaba escapar un aliento a moho y pobredumbre, un increíble pasmamiento nos invadió a los cuatro, nos quedamos inmóviles, sin poder pensar, sin poder reaccionar.
Unas palpitaciones nos atrajeron hacia el interior de la cueva, un inmenso imán nos arrastraba hacia los adentros del miedo, una inmensa mole de hipnotismo nos desplazaba hacia sus sueños. Algo increíblemente poderoso nos llamaba a su regazo como si fuera nuestra madre.
Un desgarrador grito nos sacó del trance, las voces del grupo de Juan se dejaban caer por donde parábamos nosotros, carreras sin fin se escuchaban mientras alguien llamaba a otro alguien, pasos acalorados corrían hacia la salida dando espasmódicas patadas al diccionario, algo les había asustado de forma sobrenatural.
-¡¡Cabrón, hijo de puta, me cago en tus muertos soplapollas...!!.
Eran algunas de las palabras que volando por las oscuras galerías de la caverna, llegaban hasta nuestros oídos.
Las sensaciones estaban mezcladas, por un lado algo nos impulsaba a seguir con la expedición, pero por el otro las voces de agonía y sufrimiento de nuestros amigos nos hacían regresar a la salida para saber de lo sucedido.
Alguien dijo una vez que:"El miedo es el único sentido que todo lo puede.", y como estaba claro una vez más seguía venciendo. Aunque las razones, como las estadísticas, están para romperlas. Seguimos avanzando en pos de nuestro fantasmagórico encuentro, como decía mi abuelo:" El miedo es libre y cada uno coge lo que quiere.". Nosotros no teníamos miedo, en apariencia, continuamos descendiendo hacia las profundidades de lo desconocido, hacia el corazón de la nada, hacia el centro neurálgico de lo imposible.
Las voces de nuestros amigos dejaron de escucharse, o por lo menos nosotros no las oímos, el frío estaba descongelándose, la humedad comenzaba a secarse, el aliento a moho y pobredumbre dio pie al olor de la canela y limón, pero el imán de la eternidad nos seguía llamando.
Descendimos hasta la altura del pequeño arroyo, que distaba unos cuatrocientos metros de la entrada por la que accedimos a la gruta, nos mojamos la cara y las manos, nos miramos los unos a los otros con caras de fascinación y de aterrador pánico, nos preguntábamos con la mirada que estábamos haciendo allá abajo mientras nuestros amigos luchaban asustados por salir de la caverna, miré a Ana y le dije:
-Déjame que te saboreé otra vez antes de que se me duerma la razón.
Ana se rió con nerviosismo, pero me dejó besarla, y al hacerlo, sentí que jamás la perdería, que siempre estaríamos juntos, que seríamos inseparables, por que el amor es invencible e inmortal, y nosotros nos queríamos como dos eternos enamorados. Sentí las sensaciones de Ana, y ella sintió las mías, nos miramos a los ojos y asentimos como dos viejos conocidos, volvimos a besarnos.
Cuando nos dimos cuenta Alberto y Mabel habían ascendido por la pared de enfrente, nos hacían señas para que les siguiéramos y algo cacé de lo que Alberto gritaba
-¡¡...esta por aquí arriba..., sus ojos ..., deprisa.!!
Ana y yo nos miramos sorprendidos, pero corrimos al encuentro de nuestros amigos, subimos la pared a tientas y barrancas, y cuando accedimos al nivel donde estaban pudimos sentir su presencia.





Cuando el grupo de Juan entró en la caverna se quedaron fuera ocho personas, todas ellas tan nerviosas o más que el propio Juan. Su novia llevaba todavía el pañuelo atado a la cintura para que no se le viera el trasero, Maria trataba de consolarla y de acompañarla mientras cuidaba de que no se le cayera el pañuelito dichoso. Pedro seguía atentamente los movimientos de Juan el cual se había tomado en serio lo de la expedición al fondo de la cueva.
Los cuatro bajaron por un sendero húmedo, escabroso y desigual que les estaba encaminando hacia lo más oscuro de las profundidades, las gotas que caían desde el techo golpeaban violentamente contra las rocas que formaban el borde del camino, el eco del ruido al chocar estas se escuchaba en toda la gruta y el murmullo de las cuatro respiraciones viajaba en todas direcciones y en ninguna.
Cuando Juan se detuvo observó que las dos chicas andaban a una distancia prudente para que no le oyeran hablar con Pedro.
-Escucha Perico, vamos a gastarles una broma a las chicas.
-De acuerdo, pero no muy pesada. Que luego Maria no me habla en dos dias.
-Vale escúchame...
Y empezó a explicarle la broma.
Al llegar las chicas a la altura de Pedro, Juan ya no estaba, y Esther asustada le preguntó a este:
-¿Dónde está Juan?.
-No tengo ni idea, venía delante de mi y de repente se ha volatilizado. Literalmente ha desaparecido en mis narices.
-¿Que vamos ha hacer?.-Preguntó María.
-Nada especial. O seguimos y buscamos a Juan, o le esperamos en la salida de la cueva. Vosotras decidís.
-Vamos a seguir y buscaremos a Juan.- Dijo muy decidida Esther.
-De acuerdo, no os separéis de mi.
Y comenzaron a bajar por el camino que previamente le había señalado Juan a Pedro.
Descendieron hasta lo que parecía el nacimiento de un río, descansaron cinco minutos y bebieron un poco del agua.
Diez minutos después de sentarse escucharon un resoplido infrahumano, y las dos chicas se abrazaron la una a la otra, a continuación se percibió una carrera de lo que parecían dos personas, ó un animal cuadrúpedo.
Los resoplidos se fueron acrecentando, la carrera se escuchaba cada vez más cerca, las chicas estaban más nerviosas, Pedro comenzó a inquietarse y algo le llamó la atención a su espalda.
El grito desbocado que salió de lo más profundo de su garganta, alteró definitivamente a las dos asustadas chicas, que salieron como alma que lleva el diablo en dirección a la salida.
Pedro se quedó paralizado durante unos interminables segundos, cuando atendió a razones vió a su amigo Juan que corría detrás de las chicas para darles una explicación, mientras estas le llamaban de todo menos guapo. Ya no habría quien las parase hasta la salida .
Una vez hubieron salido a la luz del día, y los nervios de las chicas se habían calmado, Juan explicó su broma entre pequeños destellos de carcajadas y las miradas impenetrables de las dos féminas.
Cuando terminó la exposición de su genial plan todos quedaron en silencio, ninguno de los otros grupos había salido todavía, aunque no tardarían mucho.
Después de una interminable hora, unas lejanas voces familiares llegaron hasta sus oídos. No pudieron distinguir quienes eran pero sabían que salían de la caverna.
Unas rocas descendieron por la ladera de la entrada de la cueva y un saludo animado les hizo levantar la mirada hacia el sitio más alto. Eran Antonio, Sara, Lolo y Tina, que por las caras que traían se lo habían pasado mejor que ellos dentro de la gruta.

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