viernes, 4 de febrero de 2011

A Divinis.

Capítulo VII "Indagaciones."

El detective Marcus se afanaba en buscar una solución al problema. La gente, que estaba en el parque destartalado, profanado y adulterado, se esforzaba en dejar el lugar como antes del holocausto ocurrido.
Los bomberos regaban las altas llamas del edificio místico, las ambulancias se peleaban por encontrar heridos de guerra, los agentes de policía bregaban con cada uno de los transeúntes del parque, haciendo preguntas y consiguiendo contestaciones incoherentes.
-¿Has hablado con los muchachos aquellos?.-Le preguntó el comisario.
-Lo he intentado. Pero, o se han negado, o estaban aturdidos. Los he enviado a comisaría para que se despejaran un poco, parecían en trance.
-¿Sabes sus nombres o direcciones?.
-No, pero en diez minutos las tendré.
-Bien, hay que informar a sus familias. Dame los datos en cuanto los tengas.
El comisario se alejo del lugar mientras cogía el móvil para llamar al director general de la policía y darle informes.
Marcus se dirigió a un grupo reducido de muchachos que habían permanecido allí desde el momento del estallido, cuatro chicas y otros cuantos chicos. Estaban llorando como niños, y, encendiéndose un cigarro, les preguntó:
-¿Conocíais a los chicos que se han llevado a comisaria?.
-Sí.-Contestó uno de ellos de inmediato.
-Me podríais dar sus nombres o direcciones, más que nada para informar a sus familias de donde están.
-Ana María Cecil, Alberto Lopes y los hermanos Gomes Madeira.
-Muchas gracias, por cierto, ¿no sabréis lo que ha ocurrido aquí esta noche?.
-Los únicos que lo saben, si lo saben, son ellos.
Y se marcharon.
Marcus había apuntado los nombres de los muchachos y se encaminó hacia donde estaba el jefe."Los únicos que lo saben, si lo saben, son ellos.", había dicho el muchacho, ¿a qué se referiría con esas palabras?.
-¿Has conseguido algo?
-Si. Los nombres de los chicos.-Contestó Marcus.
-Llama a sus casas e informa a sus padres. Tienen que saberlo.
Cogió el teléfono y llamó a su compañero, le dio los nombres de los chavales y le pidió que le buscase las direcciones de todos ellos. Que noche más larga le esperaba.
El pensamiento del detective se desvió, en ese momento, hacia el edificio que ardía en llamas, en lo alto de una de las colinas que formaba el parque de las tetas. Los bomberos estaban consiguiendo apagar el fuego, las ambulancias empezaban a desfilar vacías, por suerte no había que lamentar pérdidas personales, y los policías seguían con su pelea natural, acordonando la zona, espantando a los curiosos e interrogando a todo el personal presente en el parque en el momento del suceso. Sonó el teléfono.
-¿Qué paso?.
El compañero de Marcus le dio las direcciones de los chavales, y echando una última mirada al edificio medio apagado por los chorros de agua, se montó en el coche y se marchó.
Ana María Cecil, la sobrina del conocido tío Cecil, vivía en la calle de la sal, justo donde tenía su tío la tienda. Arrancó el coche y se encaminó hacia la morada de la muchacha.
Desde el coche pudo ver el espectáculo reinante en el parque, gente corriendo en todas direcciones, personas que se afanaban en salir de allí cuanto antes, luces de mil colores, sonidos de diferentes tonos, gritos, lamentos y lloros.






La puerta sonó alteradamente, el tío Cecil bajó las escaleras torpemente y, aún dormido, preguntó :
-¿Quién es?.
-Soy el detective Marcus, vengo a comunicarle algo respecto a su sobrina Ana.
El tío Cecil abrió de inmediato la puerta, y ofreció al detective Marcus un café.
-Verá su sobrina sabe algo de lo que ha ocurrido esta noche en el parque de las tetas, pero al igual que sus amigos se ha negado a hablar. Están todos en la comisaría, en teoría solo estarán esta noche, pero si mañana siguen sin hablar habrá que tomar una decisión drástica. Si quiere ir a hablar con ella mandó venir a una patrulla que le acerque a comisaría.
-Se lo agradecería mucho, detective.
Llamó por teléfono y dio la dirección, y se despidió del viejo con un apretón de manos.
Que noche tan desastrosamente mal imaginada, ni a sus peores enemigos se la deseaba. Montó en el coche y se encaminó a casa de Alberto Lopes en la calle del tulipán negro.
¿Qué estaría pasando por las cabezas de esos muchachos en estos momentos?, ¿qué pensamientos oscuros recorrerían sus mentes en esos instantes?, nadie excepto ellos lo podían saber. "...si lo saben...", había dicho aquel muchacho que los conocía.
Los faros del vehículo iluminaron la puerta de entrada a la casa de los Lopes, el viejo Cecil se lo había tomado bien, ¿cómo se lo tomarían los padres de Alberto?.
Después de llamar tres veces copiosamente, se abrió la puerta y apareció una señora de unos cuarenta años, en bata y medio dormida. Mirándole fijamente le preguntó:
-¿Qué desea señor?.
El detective se presentó de la misma manera que con el viejo tío Cecil, expuso el problema de la misma manera que se lo tendió al viejo, y la reacción fue muy similar, aunque esta vez no tuvo que hacer el ofrecimiento de llamar a una patrulla, el matrimonio tenía coche.
Las personas son tan diferentes pero a la vez son tan idénticas, y todo como consecuencia de estados alterados de nerviosismo, miedo, neurasténicos y agónicos. Y, casi siempre, causados por los hijos.
Para la última visita tenía que salir del pueblo, en la carretera de Porto Bahía a Sándalo, se encontraba la casa de los hermanos Gomes Madeira, era un momento de tensa espera hasta que se llegaba a la casa, la cual vislumbró al tomar la curva a derechas a la salida del pueblo. Era una casa moderna de última construcción, blanca y con el techo de uralita y barro. No era ni muy grande ni muy pequeña, el tamaño ideal para pasar las vacaciones de verano, la valla de metal rodeaba toda la casa sin ocultar nada, y las ventanas estaban todas abiertas.
Abrió la puerta de la berja y entró en el pequeño jardín de entrada. Extrañamente no tenían perro, por que de haberlo tenido ya habría despertado a todo el vecindario con sus ladridos, llegó hasta la puerta de la casa y esperó un momento antes de llamar. Se encendió un cigarro y observó el jardín, rosas, margaritas, violetas, algún que otro pino pequeño, hierba muy corta en todo el terreno y la manguera recogida en un obillo. El coche descansaba en la puerta del garaje, la cual estaba entre abierta y dejaba escapar unas tenues sombras de ruedas de moto o de bici, el jardín estaba atravesado por un camino de piedras que iba desde donde estaba el detective, hasta la puerta de entrada por la berja, y se dispuso a llamar.
La alta figura de un hombre sobresaltó al intranquilo detective cuando se giró, y se excusó:
-Buenas noches, perdone que le moleste a estas horas de la noche, pero tengo que decirle algo respecto a sus dos hijos.

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